Hace doce años que el padre Daniel Saldarriaga se dedica a aprovechar lo que desecha el Éxito, Carulla, Jumbo, Alkosto y Olímpica. Para él, cualquier enlatado, lácteo, fruta, verdura o caja de galletas que esté maltratado o mal empacado puede limpiarse o procesarse para alimentar a una familia colombiana.
Los yogures están fabricados para durar entre 25 y 30 días entonces siete antes de completar su fecha de vencimiento los recogen porque a los clientes no les interesa comprarlos. Alpina, Danone y Algarra los donan. Alquería dona la leche. Por ejemplo, si una bolsa se rompe y riega a las demás, los supermercados no tienen la infraestructura para lavar todas las bolsas pero el Banco sí. Si se ponen de moda los cereales con frutos rojos y las galletas light, las demás tienen baja rotación y se desechan. Nestlé y Noel donan este tipo de productos.
Las señoras generalmente no quieren los maracuyás con pliegues. Como dice el Padre Saldarriaga: “los quieren como ellas, sin manchas y sin arrugas”. Los bananos los prefieren pintones para que se maduren en la casa y las zanahorias entre nueve y once centímetros de largo y cuatro de diámetro, ni más pequeñas ni más grandes. Estos excedentes de cosecha tienen los mismos nutrientes y cuestan la mitad de lo que valen en el supermercado.
Con el nuevo milenio el papa Juan Pablo II lanzó dos cifras alarmantes. La primera que en el mundo se desecha una tercera parte de lo que se produce en comida ya sea porque se vence, no alcanza a ser cosechada, tiene fallas en su presentación, se desperdicia o simplemente no se comercializa; y la segunda, que una de cada siete personas sufre de hambre es decir 925 millones de seres humano. Tal vez influenciado por este reporte, ese mismo año el cardenal Pedro Rubiano decidió fundar el Banco de Alimentos de Bogotá.
Apoyado por los empresarios Arturo Calle, Gonzalo Restrepo, de almacenes Éxito; Genaro Pérez, de Colanta; Alejandro Figueroa, del Banco de Bogotá; Eduardo Pacheco, de Colpatria; Luis Villamil, de CAFAM y las compañías Femsa, Coca Cola y Procter & Gamble, nació esta fundación que al año beneficia a 185 mil colombianos aproximadamente. El Banco de Alimentos busca modificar las hábitos alimenticios de la gente de estratos 1 y 2, volviéndolos sanos y saludables.
Pero a diferencia de lo que se pensaría, el Banco no regala comida. El padre Daniel Saldarriaga tiene una teoría y es que si le ayuda a uno, al otro día van a aparecer diez que a la semana se convertirán en cien. “Y si yo no puedo hacer la misma obra con todos es porque lo que estoy haciendo no es justo”. Por eso él busca organizaciones que además de dar de comer mejoren las condiciones de vida de las personas garantizándoles escolaridad a los niños, dándoles afecto, enseñándoles a competir y a socializar para que sean capaces de llevar una vida saludable. En últimas se trata de construir un tejido social en esos estratos vulnerables y no de promover la cultura de la mendicidad.
“Hagamos el bien pero hagámoslo bien” es la frase bandera del Banco. Esto quiere decir obedecer las normas de salubridad, combatir la obesidad, la malnutrición y la desnutrición y no simplemente dar por dar. Por eso se entregan los mercados a través de ONG’s, escuelas y parroquias que se comprometen a brindar capacitación mensual. Un ejemplo que pone el padre Saldarriaga es que si un señor lleva el mercado a la casa acompañado de grosería, ofensas o violencia, el trabajo que se hace es insuficiente. Hay que educar transmitiendo el mensaje del amor. “Si aprendemos a querer a los que están a nuestro alrededor para que ellos también nos quieran pueden suceder los milagros extraordinarios”.
Cualquier organización se puede vincular siempre y cuando esté respaldada legalmente, tenga una historia que demuestre su gestión y se comprometa a mejorar las condiciones de vida de las personas. El año pasado 854 organizaciones accedieron a los productos del Banco de Alimentos a cambio de un aporte del 10% del valor comercial de cada producto, es decir que si el kilo de limones está en $2000, el Banco lo entrega por 200 pesos. Con este dinero se mantiene el ejercicio de la fundación que cobija a 84 empleados, una bodega de 4500 metros, cinco camiones que recorren la ciudad recolectando los productos. Además, por aparte compran arroz, azúcar, sal, fríjol y demás alimentos que llegan muy poco por donación.
Los empresarios, estudiantes o voluntarios que quieran ayudar pueden hacerlo. El Banco de Alimentos es un lugar de puertas abiertas que funciona con el aporte de todos. Allí no se esconden los productos mal empacados, ni las frutas defectuosas. Bienvenidos los bananos pecosos, los panes aplastados y las manzanas renegreadas.
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