Desde que Hugo Chávez se instaló en la presidencia en 1999, los venezolanos han ido a las urnas 23 veces a expresar su voluntad, en promedio más de una vez anualmente. El chavismo solo perdió en 2007 y en 2015. Su último triunfo acaba de sellarse este domingo 15 de octubre con la obtención de 18 de 23 gobernaciones estatales que estaban en juego.
Ha sido a través de certámenes electorales y de movilizaciones callejeras que el chavismo se ha mantenido vigente desde fines del siglo pasado. Así ha logrado sobrevivir a dos ofensivas concertadas: una interna de carácter violento y apátrida, y otra externa que combina la ofensiva comunicacional con la asfixia económica y las sanciones al gobierno y al pueblo chavista.
Los dos triunfos de este año: la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente el 30 de julio y el del domingo pasado, son especialmente significativos por el decidido empeño de Washington y sus aliados en Europa y América Latina por poner fin, a cualquier costo, al proceso político chavista y con él, a la primavera de rebeliones latinoamericanas contra la dominación imperial que ya se acerca a sus primeros 20 años. La centralidad de la Revolución bolivariana en la vida política de la región es incuestionable y en ninguna parte es tan bien sabido como en la Casa Blanca. Esto hace a los triunfos del chavismo cada vez más trascendentes, cada vez más internacionales.
La fórmula chavista empleada para derrotar la violencia y salir de la crisis política se llama democracia. La convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente sirvió para frenar en seco la ofensiva violenta y sediciosa que dejó cerca de 120 muertos entre abril y julio; a la vez está propiciando nuevas tentativas de diálogo con sectores de la oposición que después de tanta sangre, cada vez creen menos en una dirigencia que anda por EE.UU. y Europa pidiendo sanciones para su propio país. Las elecciones últimas del domingo 15 y sus resultados, con una participación récord de 61.14% para las regionales, realizadas sin incidentes que lamentar y escrutadas con una inmediatez sin precedentes, consolidan la recuperación del sistema político y dan un baño de legitimidad a la Asamblea Nacional Constituyente y al propio gobierno del presidente Maduro.
La oposición se dividió entre un sector radical sedicioso, que sigue añorando la “guarimba”, el vandalismo y la sangre, y otro, que sí acogió el llamado al certamen democrático, aunque repitiendo el libreto de participaciones pasadas, que consiste en llamar a votar, participar en las auditorías de la plataforma tecnológica, avalarla, y antes de que el Consejo Nacional Electoral publique el primer boletín del escrutinio, anunciar fraude a los cuatro vientos y convocar ruedas de prensa para que el escándalo sea recogido por los medios de comunicación internacionales y obviamente, por el Departamento de Estado, quien ya expidió comunicado diciendo que las elecciones no fueron “ni libres ni justas”, que “la voz del pueblo venezolano no fue escuchada” y otras perlas que sus asesores tenían ya preparadas mucho antes del domingo 15.
Así, la Mesa de Unidad Democrática –MUD– que agrupa a la oposición, anunció su desconocimiento de los resultados y está pidiendo auditorías totales, pero nada dice sobre la validez de las 5 gobernaciones que obtuvo, 2 más de las que venía ocupando desde 2012.
Igual que el 30 de julio, lo que hubo el pasado domingo, fue un castigo popular a la violencia y a quienes han aplaudido todas las injerencias extranjeras en los asuntos internos del país. En particular, ha salido golpeado el proyecto de instalar un gobierno paralelo desde EE.UU., que con el apoyo del secretario general de la OEA, Luis Almagro, ha dado su primer paso al posesionar en la sede de ese organismo, a un Tribunal Supremo de Justicia espurio, que pretende armar expedientes contra el gobierno de Caracas y sus funcionarios, para acusarlos ante organismos internacionales como la Corte Penal Internacional.
La estrategia de un gobierno en el exilio es la última carta que le queda a la burguesía internacional después de haberlas quemado todas en el juego dentro de fronteras que protagoniza con la MUD y sus “guarimberos”. Trump y sus halcones seguirán insistiendo en el proyecto de no dejar terminar el gobierno de Maduro. Pero cada vez es menos viable que ello lo puedan lograr a través de una oposición interna repetidamente vapuleada en las urnas. La opción del empleo directo de la fuerza también parece esfumado, ante las dificultades para una legitimación dentro de la OEA (aplicación de la “Carta Democrática”), y la opinión negativa del presidente colombiano, dispuesto según parece, a no ensuciar su Premio Nobel de la paz con un apoyo a semejante aventura.
La derecha venezolana no solo muerde el polvo de sus propias derrotas. Enfrenta igualmente una dura crítica de sus pares internacionales y de los republicanos estadounidenses; su ineptitud quedó ampliamente probada. Su panorama de corto plazo se ha oscurecido para la recta final del período de Maduro. Ha pasado a depender cada vez más del oxígeno que le manden del norte empaquetado en denuncias internacionales contra el gobierno, en descertificaciones y sanciones de todo tipo. Por lo tanto, la injerencia externa en los asuntos venezolanos crecerá. La oposición la pedirá a diario, y gritará que está siendo torturada y exterminada impunemente. Las derechas internacionales entonces se concertarán para la intervención “humanitaria” y para defender los derechos humanos de los indefensos, asuntos en los cuales han acumulado una larga experiencia.
El escenario próximo de la defensa de la Revolución bolivariana es el de una internacionalización mayor. La confrontación entre el chavismo y la oposición interna se desnudará y quedará al descubierto lo que muchos han querido ocultar: que de lo que se trata es, de los intereses imperiales de los EE.UU. sobre unos recursos naturales venezolanos y latinoamericanos, esenciales para mantener su economía predatoria y consumista; que lo que está de por medio es el petróleo de quien tiene los mayores yacimientos del planeta. Otros países del mundo han sufrido en carne propia la desgracia que significa ser ricos en hidrocarburos.
Después de la segunda derrota de la derecha venezolana e internacional el pasado 15 de octubre, grandes medios de comunicación abren sus páginas a dirigentes, periodistas y analistas liberales para que “expliquen” los resultados que arrojó la jornada. Muchos dejan a un lado el análisis concreto de las situaciones concretas para hablar sobre encuestas, predicciones y sondeos, pensando que en Venezuela como en sus países, son los encuestadores y quienes los contratan, los que protagonizan la política nacional. Casi todos se cuidan de mencionar la Revolución bolivariana y sus logros, el legado ideológico de Chávez o las organizaciones de base popular que constituyen la sólida retaguardia del régimen político; mucho menos se refieren al rechazo social que han provocado tres meses consecutivos de muerte y destrucción. Los analistas de cabecera que nos ponen a leer, son “políticamente correctos”. Más confundidos que nunca, la han emprendido ahora contra los electores, a quienes consideran descerebrados que no votan teniendo en cuenta sus cifras de favorabilidad y desfavorabilidad. Así son nuestros liberales: cuando pierden en democracia, se proclaman ganadores echando mano de las encuestas. Esta es la manera como andan “argumentando” el supuesto fraude del domingo, pues todo lo que no haya sido previsto y proyectado por ellos mismos, es un robo de los chavistas o del gobierno de Maduro.
No es que “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida” como canta Rubén Blades. Lo que sucede es que una cosa son las realidades políticas y otras muy distintas las proyecciones estadísticas. Si no fueran distintas, el sí a la paz hubiera sido el triunfante el 2 de octubre del año pasado en Colombia; pero no fue así, y quienes perdimos, tuvimos que aceptar una renegociación de los acuerdos de La Habana. Los demócratas de verdad no pueden pretender ganar con cara y con sello al mismo tiempo en las urnas y en las encuestas de opinión.