Una amistad que no ha hecho sino crecer con el paso de los años y al ritmo de las dificultades geopolíticas que el presidente ruso ha planteado desde la anexión de Crimea en 2014.
Una amistad que plantea recelos en el ámbito internacional dado el peso de las dos potencias. Va en serio si se tienen en cuenta las palabras que presidente Xi Pinging pronunció en Moscú en 2019 en un encuentro de los dos mandatarios: "de entre mis colegas extranjeros, él es mi amigo más íntimo", dijo, refiriéndose al presidente ruso.
Estas palabras adquieren más peso si las vemos en su contexto preciso. Son dichas cuando arrecia la guerra comercial de Donald Trump contra China que, según él, ninguno de sus antecesores, sabiendo que era ineludible, se había atrevido a plantear. Trump, contra viento y marea, la declaró impelido por la fuerza de su slogan, "Make America Great Again".
Trump se obsesionó, sin capacidad de maniobra, con la idea de que Estados Unidos volviera a ser grande. Idea que no es suya, porque ya la utilizó Ronald Reagan para ganar en 1980. Se replegó sobre sí mismo. Echó para atrás lo hecho por su antecesor. Y dejó en barbecho todo el terreno para que Putin y Xi implantaran sus deseos imperialistas.
Allá te dejamos tu América; nosotros nos vamos a repartir el mundo, parecían decir los dos poderosos hombres. Hoy China y Rusia hacen alardes de concordancia en sus planteamientos ideológicos y pretenden implantar una nueva geoestrategia.
Este acercamiento es nuevo. No fue así en aquellos tiempos escalofriantes de la Guerra Fría.
Mao se erigió como el Gran Timonel al ganar la Guerra Civil China en 1949. Stalin, modelo político en aquellos días, le dio la bienvenida, pero en calidad de país satélite del Imperio soviético, con los mismos derechos y deberes de los demás países que formaban el telón de acero. Mao Zedong y su cúpula rechazaron la propuesta, exigían una relación de igualdad.
A partir de ese momento, China tomó su camino y Rusia siguió por el suyo, no sin provocar recelos, pugnas y el rompimiento final. Claramente hubo divergencias ideológicas.
Esa divergencia terminó en el siglo XXI. Putin y Xi ahora convergen, como nunca antes, y aprovechan cualquier oportunidad para ufanarse de ello. Lo hacen, claro está, por un principio básico de, útil en caso de dificultades, conveniencia mutua.
Putin lanzó su órdago a Occidente con sus actuaciones en Ucrania. Provocador, desafiante, queriendo atomizar a sus enemigos. Usando la vieja arma: divide y vencerás. Un Occidente débil, sin un líder claro, ensimismado en sus egoístas deseos reeleccionistas: Trump, Merkel, Sánchez, Macron, Orban, Kaczynski. Todos carentes de una visión global y luchando a dentelladas por su parcela política.
Como dice el historiador Karl Schlögel, Putin tiene habilidad para crecer usando las debilidades de los demás.
¿Podrá darle algún sentido a este desbarajuste el presidente Joe Biden? Por lo menos aquí ya hay una voz que podría hablar por Occidente. Es condición sine qua non que salga del mundo por donde transitaba su antecesor. Ya no está Merkel, que no aportaba nada. La senda está abierta para unificar criterios.
A diferencia de 1949, Rusia necesita de China. El poderío chino es incesante, demoledor, su economía y su influencia se han multiplicado por la pandemia. "Rusia tiene problemas económicos y una población en declive, pero posee madera, agua, minerales, oro, petróleo y gas natural en abundancia", declara a Bloomberg el exalmirante James Stavridis, que fue comandante supremo de la OTAN.
China, un dragón hambriento y depredador, con la billetera repleta de dólares, ve a Rusia como una novia apetitosa, con recursos minerales, energéticos, con tecnología militar y aeroespacial y un mercado de 150 millones de personas. Miel sobre hojuelas, para sus apetitos expansionistas y sus necesidades infinitas de energía para mantener a tope su máquina productiva.
Pasando los años, ¿Putin podría convertirse en el caniche de Xi, como decían de Tony Blair respecto de George W. Bush? Claro, Putin tiene las agallas que no lucían en el carácter de Blair.
Otro aspecto que refuerza los lazos chino-rusos es la común antipatía por Occidente, que es un rasgo general de casi todos los países asiáticos. Desconocer esto es darle ventajas al otro y mostrar una prepotencia que aquí y ahora sería un lastre para conseguir un acuerdo razonable.
China y Rusia dejan de lado lo que los separa y de momento aparcan sus diferencias en Asia Central, donde cada uno tiene sus bazas. Rusia es potencia dominante tanto política como militarmente. China teje sus lazos mediante el desarrollo comercial.
Por ahora, piden al unísono a la OTAN que detengan su expansión, como quien sienta cátedra.
La geopolítica se agita. Suecia e Islandia, en vista de las tensiones, se plantean su ingreso a la OTAN. Putin y Xi pueden provocar toda clase de enroques.
El nuevo orden internacional está por verse.