Pasada ya toda la histeria de los medios que generó el rotulo del fin del conflicto entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc, cabe preguntarse si realmente existe una pedagogía simple y educativa para el colombiano raso que piensa que todos los males se acabarán con la ilusión de la paz. Esa paz que se convirtió desde un principio en una vitrina publicitaria tanto para Gobierno como para opositores y miembros de la guerrilla. Esa misma que desde Cuba anhela la transformación social en un vocablo de izquierda sabiendo que por genes este es un país sumido y manipulado por la extrema derecha; la que maneja el poder económico y por ende el político. Entonces cabe preguntarse ¿Sí se acaba la guerra de la guerrilla y contra ofensiva, por conveniencia de una generación ya vieja que vio que su sueño de tomarse el poder por las armas no era el adecuado y que gastaron tantos años y tantos muertos para darse cuenta? Lo mismo sucede para estos políticos de cuna desde Pastrana, Uribe y Santos, cuya obstinación era fortalecer el Plan Colombia, a excepción del último que no logra adecuar su discurso a una paz sin beligerancia, que se convirtió en una estrategia, en una campaña publicitaria de Santos contra Uribe y viceversa tratando de venderle el producto que ellos mismos se han inventado con la ayuda de los medios.
¿Será que no nos estarán vendiendo ambos la publicidad engañosa? O Santos y Uribe no se han unido en privado para confundir y distraer a la opinión y a las mismas Farc para acabarlos de la forma silenciosa como el poder sepulta a líderes en pleno siglo XXI --muerte política y por consiguiente jurídica--. El tiempo lo dirá y lo definirá; lo que sí es cierto es que acabar una guerra que por ende beneficia a los pobres de todas las estirpes, es un gran paso social que evitará que tantas madres sigan llorando la pérdida de sus hijos y lo despiadado que es devolvérselos en un ataúd con el rótulo de “morir por la patria”, una patria corrupta y miserable que padece tantas bombas sociales.
Es por esto que la firma de la paz no puede convertirse en un show como se viene haciendo, en el marketing del gobierno y oposición. Ahora se le suma el que quiere hacer Cartagena y la Universidad Nacional en busca de ser sede, cuando se anunció en días pasados que “la paz se firmará en Colombia”. El primero en levantar la voz fue el alcalde de Cartagena, Manolo Duque, quien postuló a La Heroica: “Que este hecho histórico se realice en la ciudad en el cual se gestó la independencia de Colombia es un mensaje esperanzador para las futuras generaciones”. Y luego terció la Universidad Nacional, a través de un comunicado firmado por el rector Ignacio Mantilla. “Si la educación escribirá el futuro de Colombia, como lo manifestó el presidente Juan Manuel Santos a Rodrigo Londoño Echeverri, ‘Timochenko‘, la Universidad Nacional de Colombia debe ser el lugar donde se firme el acuerdo final de paz”.
A mí me tiene harto que Cartagena quiera ser sede de todo, desde lo turístico hasta lo político. Está bien que es una ciudad con historia, de hermosos paisajes, pero con una gran exclusión social, que margina a su gente y mantienen un protocolo de virreinato. Una ciudad de codicia, pecado y licenciosa. No me imagino a Diana Londoño Suárez y sus 13 colegas subiendo la tarifa de los US $800 por los que destapó en la Cumbre de las Américas el escándalo de los agentes de Barack Obama.
La sede de la firma de la paz debe hacerse donde se libró la guerra, donde tantos colombianos murieron creyendo defender un ideal, un propósito y un fin; en donde tantos campesinos sufren y sufrieron los horrores del conflicto; en la génesis de la mismas Farc o en el territorio donde más daño han hecho. Pero no cerca del mar, ni cubano, ni del norte del país, porque si se hace de esa forma, entonces a los colombianos nos volvieron a engañar con una publicidad que para nada era lo que decía en su etiqueta: que esta paz debe ser para y por los campesinos que son los actores principales de este show presidencial.
A los excombatientes de la Farc que muy pronto entrarán a ser parte de la nómina del Estado en salud, empleo, educación, subsidios. Si a ellos no los mató la guerra, los va a matar lentamente el sistema, como le pasa a cada colombiano que debe librar su propia batalla con el enemigo número dos: el sistema de salud. Porque el uno es claro: la corrupción.