Lo hizo la iglesia medieval escolástica con la lógica de Aristóteles, Stalin con Marx, el nazismo con Nietzsche. Y ahora asistimos a la importación de un pensamiento surgido en Francia, asociado a discusiones sicoanalíticas europeas de los años 70 y 80 del siglo XX, para situarlo como portaestandarte de una supuesta “revolución comunista” enmascarada en el rótulo de “revolución molecular disipada”, y que estaría inspirando las movilizaciones sociales en Colombia y Latinoamérica.
La expresión “revolución molecular” fue formulada por el psicoanalista Felix Guattari en 1972 para explicar las nuevas manifestaciones de reivindicaciones sociales por fuera de los temas y mecanismos privilegiados por los partidos políticos y los sindicatos, a los que agrupó en una categoría nueva llamada “minoritarias”. Las reivindicaciones o demandas minoritarias son las que no pretenden llegar a tomarse el poder del Estado ni a imponer una dictadura del proletariado. Su pretensión no es otra que el reconocimiento al derecho de existencia de formas de ser tan diversas como las razas y etnias sometidas y excluidas, sexualidades diversas, grupos subordinados como mujeres, niños, jóvenes marginados, y hasta la reciente defensa de lo que se agrupa en los temas del medio ambiente.
De los dos términos, el menos importante es el de revolución, para privilegiar el concepto desarrollado en coautoría con Gilles Deleuze de lo molecular. Término prestado de la química. Primero porque toda revolución se sitúa en la dinámica de movimientos moleculares —del deseo, de la percepción, de los afectos, de las pasiones, de las ideas—, pero que corren siempre el riesgo de ser apropiados por potencias de encauzamiento como los partidos, las facciones, o el propio Estado y sus instituciones. Lo molecular pertenece al orden de la vida que fluye. Un virus es tan solo una mínima unidad de la vida, un saltamontes no es más que un insecto en la naturaleza. Incluso la moneda es solo una unidad monetaria de intercambio. Pero transformados en masa, sea epidemia o pandemia, o en langosta devoradora, o en masa monetaria inflacionaria, todas ellas impactan la vida a su alrededor en un movimiento browniano del tipo “revolución”. Y también las masas humanas, los movimientos sociales, han producido en la historia las conocidas revoluciones —burguesas, socialistas, de independencia o liberación nacional—.
Lo que se califica de “revolución molecular disipada” es, en realidad, una extensión de las peticiones de reconocimiento y garantías en el orden de los derechos humanos, que el mismo sistema social necesita para no caer en el caos o en el totalitarismo. La historia de la ciudadanía lo muestra con claridad, aun si se le reduce a la dimensión de la ampliación del derecho al voto y a la participación política. Es un error de necedad, una equivocación táctica y estratégica, y una torpeza intelectual asociar la pluralidad de las movilizaciones sociales a un plan orquestado desde un centro ideológico, político y burocrático apadrinado por “ideólogos protocomunistas”. Lo que se moviliza hoy en las calles, las carreteras y los campos de Colombia es un pueblo luchando por su supervivencia frente a unos gobiernos que solo actúan a partir de unos marcos de gestión calificados desde unas pseudociencias como “paradigmas de desarrollo o crecimiento”.
Termino por recordar a los egresados y profesores de la Universidad Sergio Arboleda de Bogotá las palabras que Álvaro Gómez Hurtado, cuando estando al frente de la copresidencia de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, expresó en su exposición de motivos sobre los derechos fundamentales que debían ser incluidos en la constitución:
Tenemos que construir un sistema de autoridad legítima, justa, pero fuerte, sometida a controles, pero eficaz… De ello depende el derecho a la vida humana. Autoridad indiscutible para que nadie pueda matar, ni siquiera en defensa propia […] Vamos a ser prolijos y minuciosos en la enumeración de los derechos humanos que antes siempre estuvieron consagrados en nuestra constitución y si fueron violados no fue por causa de haber sido descritos deficientemente, sino porque hubo lenidad en el control de la fuerza y de la arbitrariedad. No hubo quien, a nombre de leyes justas, impusiera el orden.
Esa tesis quedó plasmada en el título II de nuestra constitución, del artículo 11 al 95, y es lo que hoy se reclama en las calles, a falta de lo que Gómez Hurtado denunciara.