El Museo Nacional de Colombia acaba de inaugurar hasta 3 de agosto un homenaje a la obra de José Antonio Roda que resulta una pequeña muestra para la magnitud de un trabajo. Roda nació en Valencia, España en 1921, se radicó en Colombia y murió pronto en el 2003.
Como le sucedió a Miguel Ángel con Rafael, a Roda siempre lo opacó la presencia de Alejandro Obregón con su personalidad rutilante. Este homenaje y con la ausencia de la muerte de los dos, vuelve a suceder lo mismo si comparamos la exposición que realizaron ya hace unos años de Obregón en el mismo museo. La muestra de Roda —con sus temas y técnicas— resulta una versión tímida con una buena investigación. Es una lástima que solo se puedan observar unas pocas de las grandes obras de todas sus series que cambiaron siempre porque odiaba la sucesión y pensaba que los recuerdos son la unidad en el tiempo vivido y en el recorrido del trabajo.
Roda fue siempre una fuente inagotable, Roda fue siempre un maravilloso pintor, dibujante y un estupendo grabador. Cuando uno se enfrenta a la obra de este gran artista se encuentra un mundo maravilloso, complejo, terriblemente fuerte. En su trabajo se encuentran todos sus referentes, desde la música hasta la literatura de Beethoven a Dostoievski, de Tolstói a Picasso, de Onneti a Bach o de Tapies a Matta. El ritmo musical va de la mano de sus aventuras interiores.
La pintura de Roda siempre tuvo historia personal, cada serie tiene su etapa su propia dinámica con su gramática simbólica. De su historia española vienen los profundos Escoriales y Tumbas comienza toda su búsqueda por una pintura que tuviera su propia lógica, de imágenes únicas que buscan un sentido ilimitado en las dimensiones y proporciones.
En su figuración donde manejó retratos se refleja la condición humana. Los retratos de sus hijos, por ejemplo, tienen cada uno su carácter inocente que no es fácil del captar cuando se ha perdido esa cualidad. Sus autorretratos muestran la severidad de su autocrítica.
En su pintura abstracta busca la poesía del color, busca el secreto de qué significa la apariencia de la realidad. Ahora, se trata de una historia sin tiempo desde sus Tumbas, hasta sus Montañas, desde sus Santuarios hasta sus Ventanas y Flores muestra como conoce el color y cómo sin mostrar una forma determinada nos deja una imagen que ha sido vivida, y pensada. La pintura de Roda se detiene en la realidad, la aborda y la atrapa y después reflexiona sobre el lienzo para dejarnos con la certeza que la pintura no necesita de la palabra.
El origen de las cosas es un detalle. El óleo como materia agresiva y pastosa de su pincelada certera, de colores fríos atado a los cálidos, la sensualidad humana de rojo con el azul en un ritmo musical.
También están sus dibujos y grabados, la línea con su magistral continuidad, la formalidad de una luz plena y lúgubre en sus profundos fondos inagotables. La forma y la realidad son pretextos surrealistas, la posibilidad de un todo sin comienzo ni final en la calma de un torbellino donde se sugieren mundos, se afirman y se niegan cosas, se cuenta mientras ocultan y se sueña mientras muere.