Vaya por delante la íntima confesión de que en estos días de cuarentena alcanza el tiempo para todo, hasta para ver series de Amazon. Después de admitir que en eso andamos, valga recomendarles una que se llama El presidente, que al principio no admitimos ver con mucho entusiasmo, dicho sea con sinceridad. Apasionados desde niños por el fútbol, nos entusiasma muy poco la cocina o trastienda en la que se prepara ese manjar, el que más multitudes apasiona en el mundo. ¡Pero qué serie! ¡Qué revelaciones y enseñanzas!
No cabe duda de que está hecha con pleno conocimiento de que no puede engañar, mentir o exagerar, tales serían las acusaciones y demandas que en cualquiera de esos casos le caerían encima. Y el asunto va tan en serio como que los personajes llevan nombre propio, sin que escape uno solo. Nada se evade ni se morigera. Lo que dicen es para probarlo. Y para probarlo con pruebas judiciales que han tenido el efecto de llevar a la cárcel a varios de sus personajes centrales, como a nuestro Luis Bedoya, por ejemplo.
El deporte es fair play, como vale repetirlo en inglés, lleno de reglas y exigencias para que cada uno de los muchachos que salta a la cancha con su camiseta puesta, y entre el fervor de todos sus hinchas, tenga impecable comportamiento. Ni un tache arriba, ni un empujón por la espalda, ni una patada al adversario. Y todas esas exigencias, que comprenden a los fanáticos, las hacen una personas que no pueden ser más sucias, más indecentes, más ladronas ni tramposas. ¡Las paradojas de la vida!
En este drama no escapa uno solo del común denominador que las comprende. Son corruptos y sinvergüenzas sin atenuantes. Para ellos la cuestión no está entre robar o no robar, sino en discutir quién puede robar más. Y como en las más perfectas democracias, todo se resuelve por votos. Las sedes, los grupos, los derechos de televisión y el ascenso a la FIFA, el premio gordo de esta asquerosa lotería.
Por una de esas sorpresas que la vida tiene, el drama se desencadena desde los Estados Unidos, el país donde menos importa nuestro fútbol, que allá conocen como soccer. El FBI entra en acción y los dos investigadores, sobre todo la muchacha que se lleva los máximos honores, logran penetrar en ese mundo obsceno, delirante, lamentable, en el que ni por casualidad asoma una persona decente.
________________________________________________________________________________
Bedoya, personaje tan insignificante como lo muestra la serie, es el exponente de ese mundo nauseabundo que lo hizo personaje nacional
________________________________________________________________________________
Nuestro Luis Bedoya ocupa lugar preponderante. Su caracterización está muy bien lograda. Así se explican tantos años de Nueva York, posponiendo una sentencia que aplaza prometiendo más revelaciones de más mugre, de más arreglos, de más detestables conductas. Y Luis Bedoya no podía ser un accidente moral en la historia de nuestro fútbol. No podía estar solo en el tránsito de ese camino deplorable. No pudo engañar a tantos que de cerca tenían que ver con sus hazañas, esto es, con sus robos. Bedoya, personaje tan insignificante como lo muestra la serie, es el exponente de ese mundo nauseabundo que lo hizo personaje nacional. Pero nadie dice una sola palabra. Nadie tira la primera piedra, siquiera para salvar las apariencias.
De las diez figuras de la Conmebol que trata el libreto, decíamos que no hay una sola que resulte honrada. El chileno, figura central de esta historia, se proclama el único inocente entre tantos malhechores. Y no es porque robara menos. Es porque los investigadores del FBI lo convirtieron en su informante. El héroe de la película era tan pobre diablo, que traicionaba a sus colegas.
El inefable Grondona escapa a la pesca milagrosa que se ejecuta, a petición de la justicia americana, en Europa. ¿Y cómo, se preguntará cualquier entendido, si era el jefe supremo de esa organización delictiva? Pues porque tuvo el buen cuidado de morirse a tiempo.
Después de ver esta serie, se entienden muchas cosas. Por ejemplo, cómo se pudieron robar en el mundial el gol de Mario Alberto Yepes, que le daba el triunfo a Colombia sobre Brasil. Ese no fue un accidente ni la decisión errónea de un mal árbitro. Claro que no. Fue parte del libreto montado a tiempo y ejecutado sin escrúpulos. En la FIFA, eso no existe.
Cuando se va a cerrar el drama y para que no quede duda de que la cosa va en serio y que la Conmebol no es la manzana podrida que sin daño podría extirparse, la serie tiene el buen cuidado de unir ese proceso con el señor Blatter, el director de toda la orquesta. Es el jefe de la banda criminal.
El mundo sigue su marcha y están las eliminatorias al mundial a la vuelta de la esquina. Ya debe estar todo listo, dispuesto, organizado y repartido. ¡Qué lindo deporte, este que dirigen desde una porqueriza!