La escena es difícil de olvidar: cuatro grupos de jinetes se dirigen hacia nosotros, en fila, desde cada esquina cardinal. Del sur vienen indígenas vestidos con blusas rojas y sombreros de plumas; del oeste, elegantes españoles de pantalones blancos y camisas oscuras; del este, moros con trajes amarillos y turbantes blancos; y del norte, esclavos negros con máscaras y trajes fabricados con fragmentos de pieles, huesos y plumas de animales. En el medio de la plaza estamos nosotros, emboscados, bajo la estatua de San Martín de Tours, el patrono de las fiestas del pueblo.
Los jinetes son los cuadrilleros de San Martín, un ballet ecuestre que representa las dos grandes epopeyas bélicas de los hispanos: la reconquista cristiana de España y la colonización de América. En el primer enfrentamiento se encuentran moros (árabes) y cristianos (españoles), y en el segundo, indígenas nativos (guahibos) y esclavos importados (cachaceros) al servicio de los europeos. El misionero ibérico Gabino de Balboa fue quien dio forma a estas justas, en el año 1735, inspirado en ritos de los lugareños y guiado por el empeño de fusionar historias y culturas de dos continentes.
La fiesta de las cuadrillas comienza con la bendición del cura a los jinetes, en la iglesia de San Martín, al medio día dominical del segundo puente de noviembre. De allí, los jinetes –12 por grupo, 48 en total– parten en procesión rumbo a la Plaza de Cuadrillas, rodeados por locales y visitantes. La Plaza alberga los juegos desde comienzos de la década de los noventa y es una construcción de cuatro tramos de graderías, con capacidad para mil personas. Durante la celebración, el lugar siempre está a reventar.
Las cuadrillas se ejecutan en diez juegos o actos, dos de los cuales son protocolarios, cuatro de guerra y cuatro de paz. Desde lo alto, los juegos más vistosos son aquellos en que los jinetes forman figuras con coreografías y bailes ecuestres, tales como “oes”, caracoles y serpientes. Estando en las graderías, los juegos que más emocionan a los espectadores son el “desafío” –un enfrentamiento a pie entre cuadrillas enemigas– y las “alcancías” –una serie de carreras a caballo en las que un jinete de cada cuadrilla persigue a “muerte” a uno de otra–.
Los juegos son ambientados con música llanera en vivo y venta de bebidas y comida. El trago más popular es el Aguardiente Llanero, el cual se bebe frío y puro, y el plato más vendido es la carne a la perra, una receta autóctona del llano en que se cocina, en un horno a 350 grados durante 18 horas, carne de novillo envuelta en su piel.
Los cachaceros son el centro de atención de la celebración. Las gente los acecha para tomarse fotos con ellos y su esquina en la Plaza es la más concurrida. Su nombre proviene de la cachaza (o melaza de caña) que los jinetes se untan en el cuerpo para emular la tez oscura de los esclavos. Las máscaras y los trajes son reinventados año a año con materiales encontrados en la manigua y la participación de las mujeres de la familia. Ser cachacero –al igual que ser español, indígena o moro– es un honor al que solo se puede acceder por herencia y con el que todo sanmartinero quisiera haber sido bendecido al nacer.
Las cuadrillas son el atractivo principal del Festival Internacional Folclórico y Turístico del Llano, un evento cultural que incluye coleo, reinado y contienda de joropo, con 50 años de tradición cumplidos en 2016.
*www.gabrielrojas.co y @oiperezhoyos