La fila de gente se extendía hasta la Caracas. A las diez de la noche de ese 22 de junio la cosa quedaba clara: el que no tenía boleta no entraba a ver a Velandia y la Tigra en su regreso a Bogotá. Ya había estado en Latino Power en febrero del 2015, la misma noche en la que tocó Foo Fighters en el Campín. El sitio más hipster de la capital es la casa natural de Velandia. El cantautor de Piedecuesta, quien logró el hit más sonado de la última campaña presidencial, Iván y Sus Bang Bang, regresaba convertido en el grupo de la resistencia. Muchos asistimos a verlo como si se tratara de un profeta. Quería saber qué pensaba, que indicaciones daba a un público joven y progresista, a un público que se reunió anoche para terminar de exorcizar los fantasmas de la derrota electoral del domingo.
A las doce los muchachos salieron a tarima. Ya no había máscaras de buros ni arengas. No hubo ni banderas alusivas a Gustavo Petro, ni algún tipo de manifestación política. Edson también se abstuvo a darlas. Fue una rumba apoteósica, un momento que sirvió para honrar, sobre todo, a uno de los proyectos musicales más coherentes y potentes de nuestra música. Tal vez el momento más conmovedor de la noche fue cuando tocaron Calavero, su sentido homenaje a las más de tres millones de víctimas que dejaron los ocho años de la Seguridad Democrática. Sin un gesto de más, con la fuerza precisa y el llanto avasallado en la garganta, las ochocientas personas que atestaron Latino Power elevaron una plegaria para los que ya nunca más regresarán. Afuera, en la calle, se formaban pequeños grupos de pelea entre los desesperados fans que intentaban en vano entrar. Nadie quería perderse una fiesta en donde se cerraba, por ahora, la lucha de los jóvenes por llegar con una fórmula diferente a la presidencia.
Fueron más de dos horas de pura música, dos horas que se pasaron volando. Un repaso por sus viejos temas desde el Superzencillo pasando por el Oh Porno y viniendo a terminar en su último éxito, La nevera, una de las canciones que más cantaron ayer sus fans. El sacerdote Velandia lanzó sus pullas siempre en clave, siempre con sutileza, con la medida precisa, sin buscar demasiado el protagonismo. Siempre la música estuvo por delante, siempre fue o más importante por encima de cualquier tipo de discurso. Tal vez el momento político de la noche fue cuando el poeta de Piedecuesta decidió, mientras sonaba Porro, una de sus canciones insignia, encender un bareto y rotarlo entre sus músicos. Un porro que significaba resistencia, un porro que invitaba a seguir exigiendo. A las dos de la mañana terminó la fiesta y la gente, como sucede en los grandes conciertos, no quería irse. Mientras se encendían las luces, se levantaban las mesas y se abrían las puertas la gente esperó a Edson y a sus músicos para que compartieran con su público y lo hicieron. Las ventajas de ser un ídolo del rock sin dejar de ser un obrero. Ahí estuvimos con el muchacho esperando recibir nuevas instrucciones pero a Velandia el rol ese de ser profeta no le gusta, no le asume. Él lo único rol que quiere seguir es el de ser un ídolo del rock nacional, el más transgresor y auténtico de todos.