Desde San Telmo tomé el colectivo 8 y me dirigí a Once. Me quedé en la esquina de la plaza Miserere en medio de vendedores de baratijas africanos y desempleados que gastaban las últimas horas del invierno sentados debajo de una descomunal estatua de bronce. Crucé la plaza y en la esquina de Bartolomé Mitre al 3060 está el santuario. Allí los familiares de las 194 víctimas que dejó el incendio en República Cromañón van casi todos los días a recordar a sus hijos, sus novios, sus amigos. Algunos, como Juana Ramírez que lleva en sus manos un ramo de flores y en la otra una imagen del Gauchito Gil, sólo van a ese lugar a dar gracias por haber sobrevivido.
Frente al santuario está el lugar. Ahora solo los fantasmas lo habitan. Las estrechas puertas de la entrada estarán cerradas para siempre. Hay un letrero en donde se asegura que nunca se olvidarán a los pibes y varios murales realizados por artistas locales. Juana vuelve a leer los nombres de las víctimas y no siente ninguna alegría por no estar entre ellos, en realidad ella lleva una década sin sentir nada, “Después de esa noche estoy seca por dentro” me dice mientras deja las flores al lado de los zapatos de los muchachos. Caminamos unas cuadras, buscamos un café y ella se sienta a recordar.
El 29 de diciembre del 2004 en el día el calor arreciaba en Buenos Aires. Había en el pegajoso ambiente ese ánimo de irse de joda a un boliche, abandonarse a los placeres de la birra y el fernet, cerrar los ojos y abrirlos en el otro año. La clase media ya se había largado a los refugios costeros de Pinamar, Mar del Plata y Cariló y la selva de cemento había sido invadida por los humildes muchachos del conurbano. Ellos, los que alguna vez adoraron al Indio Solari, ahora habían abrazado a Callejeros “Como su vida, su religión y su razón de ser”. Para un extranjero es muy difícil sopesar las pasiones argentinas, pero en el rock y en el fútbol la entrega hacia los ídolos debe ser total e irrestricta.
Callejeros era el grupo del momento. El 2004 había sido el año de su meteórico ascenso. Sus letras de temática populista y de un existencialismo naif calaron hondo entre la juventud. Nada mejor para cerrar un momento glorioso que dar un recital ante sus fans en República de Cromañon, uno de los locales más emblemáticos del rock argentino. El dueño del lugar era Omar Chaban, un porteño descendiente de árabes que había sido vital para el surgimiento, en los años posteriores a la dictadura militar, de bandas tan importantes como Soda Stereo, Sumo o Los redonditos de ricota.
Aunque a la discoteca sólo le cabían 1.600 personas, Chaban y los organizadores, entre los que se incluía al propio Patricio Fontanet, líder y vocalista de Callejeros, timbraron 3.200 entradas. Estas se vendieron en pocas horas y ya en el recital de Ojos Locos, la banda que abriría la fiesta, el lugar estaba atestado. “Recuerdo que moverse era imposible por lo hacinados que estábamos. Teníamos miedo de que alguien fuera a prender una bengala”
En esos turbulentos y locos años se hizo común dentro del rock argentino la utilización de bengalas y pirotecnia para apoyar, como si de un equipo de fútbol se tratara, a su banda preferida. En anteriores recitales se había visto al propio Fontanet repartir bengalas entre sus fans “Para darle colorido a la música” según sus propias palabras. Había miedo desde el momento mismo en que Cromañon abrió sus puertas esa infernal noche. El propio Chaban dio estas declaraciones a una radio local en las horas previas al show “Estos pibes son buenísimos. Lástima que tiran tantos petardos”. Las medidas de seguridad se extremaron ese día. Juana recuerda que la requisa fue minuciosa, exhaustiva. Sin embargo las bengalas entraron.
En un lugar cerrado y atestado de gente resulta demencial explotar fuegos artificiales, pero esto venía siendo una práctica común que tarde o temprano traería consecuencias trágicas. Desde su cabina de mando, ubicada justo en el centro del local, Chaban repetía una y otra vez los peligros de encender una bengala tal y como aparece en los videos encontrados en youtube “Che, manga de pelotudos, no prendan bengalas, déjense de joder. ¿No se dan cuenta del peligro de esto? Acá hay más de 6 mil personas. Si esto se incendia, no se salva nadie. Tomen conciencia, boludos, del peligro de una bengala, de un tres tiros en un lugar cerrado. Puede llegar a ser una masacre”
Al lugar no le cabía una aguja. El ambiente era sofocante y hasta los baños estaban llenos de gente: allí estaban los niños, los innumerables niños que asistieron ese día al concierto llevados por sus jóvenes padres que no tenían un lugar mejor para dejarlos. Juana recuerda haberlos visto en el baño. “A algunos los habían amarrado para que no estuvieran dando vueltas por ahí. Eran más de veinte, al menos en el baño de las minas. No creo que ninguno de ellos haya sobrevivido”.
Cerca de la medianoche salió Callejeros al escenario. El pato se veía nervioso “¿Se van a portar bien?” le preguntaba a su público, “¿Seguro que se van a portar bien?” la multitud enfebrecida le respondió con un atronador “Siiii!” el cantante elevó la mirada para lo zona VIP en donde estaban catorce de sus familiares y su novia. Empezaron los acordes de Distinto y la energía atómica que destilan los recitales de rock en la argentina empezó a surgir. Entonces se encienden las primeras bengalas y éstas estallan en el techo protegido por una media sombra que, en teoría, es una garantía para que el fuego no se extienda. Pero esa noche algo raro sucede. No llevan un minuto de show cuando el baterista del grupo, actualmente condenado por rociar con ácido a su novia Wanda Taddei seis años después de la tragedia, observa que una mancha negra empieza a extenderse en la carpa. Grumos encendidos de media sombra caen sobre los asistentes. La banda poco a poco deja de tocar. Chaban también ve lo que está sucediendo y con toda la tranquilidad del caso abandona la cabina de mando y busca la entrada principal. Hay varios testigos que aseguran haberlo visto tomando un taxi justo antes de que el infierno irrumpiera.
No iban tres minutos de concierto cuando una explosión negra dejó sin luz a Cromañón. En medio de la oscuridad, los gritos y el humo que ya empezaba a sofocar, la multitud intentaba salir del lugar. “Era una oscuridad tenebrosa, profunda, de esas en las que uno nunca logra acostumbrarse. Cada vez que cierro los ojos veo el horror. Es un estado mental que nunca se irá de allí”
Lo único que se veía en esa inmensa, cerrada y tenebrosa cámara de gas, era un cartelito encendido con una luz verde que decía Salida de emergencia, cientos de personas se dirigieron a la puerta con la esperanza de abrirla, ignorando que ésta estaba cerrada con un candado por fuera. La famosa salida de emergencia daba al parqueadero de un hotel. El dueño le había dicho a Chaban que estaba cansado de que la gente saliera por allí cada vez que había un concierto, molestando el sueño de sus clientes. Por eso dos semanas antes del recital de Callejeros Omar accedió a sellar esa puerta que hubiera salvado a cientos de vidas. La gravedad de la negligencia del dueño de Cromañon está en el hecho de haber dejado encendido el letrero cuando ya ahí no había escape posible. Desde afuera, la gente que intentó en vano romper las cadenas, cuentan horrorizadas como se escuchaban los gritos de las víctimas, los golpes que daban contra el metal de la puerta y como cinco minutos después el bullicio se fue mermando hasta que al final ya no se escuchaba nada. Se habían callado.
Por una estrecha puerta de metro y medio, tres mil personas intentaron salir. Los que lograron hacerlo volvían a entrar a buscar a sus familiares, a sus amigos o a sus hijos. Las ambulancias tardaron más de media hora en llegar, 30 minutos en donde se perdieron muchísimas vidas. Cuando lo hicieron descubrieron la infamia de un sistema de salud tercermundista que no está preparado para una eventualidad de este tipo: habían olvidado los tubos de oxígeno. Sobre la calle Bartolome Mitre , decenas de muchachos murieron atragantados de hollín sin que nadie les pudiera dar una bocanada de aire salvadora.
Mientras Chaban llegaba a su apartamento de la recoleta, se acostaba en el suelo y se ponía a mirar el techo entrando en lo que el mismo ha descrito como “El vacío del horror”, los integrantes de la banda alcanzaron a salir por una puerta ubicada detrás del camerino. Sin embargo sus familiares habían quedado adentro. La novia y tres sobrinos de Patricio Fonanet y 193 personas más murieron esa noche producto de las emanaciones “ de cianuro de hidrogeno, dióxido de carbono, óxido de nitrógeno y vapores de isocianato” según figura en el expediente. La casi totalidad de los niños que estaban en los baños también se asfixiaron. Sus zapaticos ubicados en el santuario que los familiares de las víctimas han puesto en el lugar de la tragedia, es lo único que ha quedado de ellos después de esa noche dantesca.
“Yo me salvé porque estaba cerca de la salida. Sin embargo alcancé a tragar suficiente humo como para estar seis meses con tos y levantándome completamente ahogada. Hay sobrevivientes que a sus treinta años tienen que andar por ahí con un bidón de oxígeno. Lo de la República de Cromañón no era más que una tragedia previsible. Yo había estado en cientos de recitales en sótanos, áticos, lugares que eran todavía más peligrosos que Cromañón. Sin embargo la tragedia estaba reservada para ese día. Así son las cosas de Dios”.
Un día después Chaban es apresado por las autoridades locales acusado de ser el máximo responsable. Anibal Ibarra, entonces intendente de la ciudad, tuvo que dimitir debido a la presión pública: en su administración se aceptaba el soborno para evadir los controles de seguridad que deberían tener discotecas como Cromañón. Sobre Callejeros también cayó una durísima condena por incitar al uso de fuegos artificiales en los recitales.
Hoy en día, a punto de cumplirse una década de esa noche infame, las heridas siguen abiertas. Omar Chaban cumple su condena en su casa por razones humanitarias ya que a sus 62 años padece un cáncer terminal y además su salud mental no es la mejor. Los Callejeros estuvieron un tiempo en la cárcel pero hace dos semanas salieron en libertad condicional. Pato Fontanet y sus muchachos han creado un nuevo grupo llamado Casi Justicia Social y en este momento se alistan para emprender una gira por la provincia de Córdoba.
Me despido de Juana y vuelvo al santuario. Me encuentro con un par de muchachos que han venido desde Rosario a rendirles tributo a los caídos. Son fanáticos de Callejeros y dicen que los músicos solo fueron los chivos expiatorios de un sistema corrupto y clasista. “Los atacan porque ellos son el sentimiento del conurbano” afirman. Miro los zapatos, los rostros en las fotos, las desconsoladas oraciones de los familiares de las víctimas. 15 años después y la tragedia de Cromañón está más viva que nunca.