Bernardo Moreno Villegas resultó ser el chivo expiatorio de la forma como Álvaro Uribe Vélez manejó sus pretensiones de reelegirse cambiando la Constitución y empleando los poderes del estado para conseguirlo. La Corte Suprema acaba de condenarlo, por segunda vez ,en esta oportunidad a cinco años y siete meses de cárcel y a pagar una multa de 49 millones de pesos. Ya había sido condenado en abril del 2015 a 8 años de cárcel, que el condenado pagó religiosamente, por haber sido en su condición de secretario general de la Presidencia, dizque el coordinador de las chuzadas del DAS.
Por supuesto, en ningún momento la magnitud del delito tuvo los caracteres de la alta pena impuesta, que ya pagó Moreno con multa y años de cárcel, menos con el desprestigio en que lo envolvieron.19 años después de cometidas las actuaciones para conseguir la reelección de Uribe, la pena impuesta resulta exorbitante y más parece de una comedia de Moliére. Inicialmente Moreno, como secretario general, tuvo la indelicadeza de enterarse, no de ordenar, lo que hacía legalmente el DAS, como oficina de inteligencia del estado, para seguirle la pista a quienes tenían poderío. Por eso resulta demasiado evidente que volverlo a condenar 19 años después, por un acto paralelo a la buscada reelección de Uribe, alegando que también fue delictuoso intercambiar votos de congresistas por puestos en el aparato del estado, es a lo menos desconsiderada. Aquí lo llamaron la Yidispolítica pero como no hubo poder humano ni judicial que encausara al presidente Uribe, gran beneficiado de la reelección, hundir en la cárcel a Bernardo Moreno es volverlo el chivo expiatorio que calma la sed de venganza que muchos quieren ejercer sobre Uribe y no han podido.
A Moreno lo condenan porque nunca dijo en sus procesos que quien estaba enterado de sus trapisondas parroquiales habría sido el propio presidente Uribe
A Moreno no lo penan por la calidad del delito. Lo condenan porque nunca dijo, en ninguno de los procesos, que quien estaba enterado de sus trapisondas parroquiales habría sido el propio presidente Uribe, como era lógico. Es el precio que se paga por la fidelidad a un patrón que lo más probable es que no lo haya vuelto a recibir o visitar.