Lo encontraron casi muerto en una estación del metro de Brooklyn. A los pocos días, falleció en el hospital. Sobredosis de heroína. Suicidio. Toda su vida, desde muy joven, batalló contra las adicciones y la incomprensión. Haber crecido, de aquí para allá, entre afectos y aflicciones divorciadas lo doblegó para siempre. Meses antes de morir fue acusado de matar a su hija de 10 meses. Al cuerpo inerte de la bebé le encontraron droga en la sangre. Una tragedia indecible y, sin duda, mucho peor que cuando se vio involucrado en el homicidio de un traficante décadas atrás. Aquella vez, salió invicto. Golpe tras golpe, Daniel parecía hundirse en sí mismo merodeando entre realidades pesadas y ficciones enjuiciantes. Su vida, expuesta e interpretada hizo parte de las estrategias y excusas narrativas de su padre y su madrastra. Nada fácil para el joven verse retratado, observado y sindicado en las creaciones de dos autores tan importantes. Nada más y nada menos que Paul Auster y Siri Hustvedt.
Hace poco en TikTok, una red social que no para de sorprenderme, vi un extracto de una vieja entrevista que le hicieron a Jorge Luis Borges en la cual el escritor argentino exponía su persistente y conocida tesis de la comunión inquebrantable entre realidad y ficción. Quedándose ciego, Borges explicaba que todo cuento suyo aunque fuera fantástico correspondía a una experiencia y a una pasión personal. Recuerdo también que durante un semestre entero, que aún recuerdo con cariño, divagamos al respecto en una clase en la Universidad del Rosario. Supe entonces que las fronteras invisibles entre lo imaginado y lo vivido, sirvieron de sustancia esencial, no solo para Borges sino para todo escritor que se jacte de haber asumido su oficio con entereza. Tiempos aquellos.
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Borges explicaba que todo cuento suyo aunque fuera fantástico correspondía a una experiencia y a una pasión personal
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No obstante, y así sea un ejercicio literario, se asoman un par de preguntas. Disquisiciones que definen a cada quien y a cada escritor: ¿dónde se traza la línea de la creación?, y mejor aún, ¿existe realmente una línea? En ese sentido, mi lectura reciente del magnífico texto de Siri Hustvedt Todo cuanto amé y el recuerdo fragmentado de la Trilogía de Nueva York de Paul Auster se transformó al saber que la dolorosa vida de Daniel (el suicida y el asesino) había sido expuesta y examinada en ambos textos. ¿Cómo escribir y juzgar la vida de un hijo caído en el abismo?, ¿cómo no hacerlo y prescindir de lo imaginado en lo que con intensidad agobia nuestra realidad? Y más allá, otra pregunta que supongo quedará sin respuesta: ¿a quién le pertenecen las vidas que se nos cruzan en el camino? Al parecer el asunto de la realidad y la ficción también reviste una decisión categórica: la legítima apropiación (¿usurpación?) de la experiencia existencial ajena.
Cuenta el New York Times que al ser preguntados por la muerte de Daniel, Auster y Hustvedt prefirieron no hacer comentarios. No debe ser nada fácil ver un desenlace tan atroz de los acontecimientos. Por supuesto nadie debería arrogarse la facultad de medir el dolor ajeno. Bajo ninguna circunstancia. Y aunque muchos dirán que esa facultad la ejercieron, sin escrúpulos, tanto Auster Y Hustvedt, prefiero concluir que estamos ante una evidencia incontrastable: no solo lo vivido y lo imaginado se diluyen con frecuencia, también permanecen compitiendo en cuanto a su capacidad de devastación. La pugna invisible en la que siempre gana, aventajada y sin mucho esfuerzo, la realidad que nos rodea.