Hace pocos días en X vi una publicación sobre las “cuenterías”. Inmediatamente me trasladó en el tiempo esa imagen tan conocida por nosotros, la generación de lo que en su momento la Oficina del Censo de los Estados Unidos, definió como los “baby boomers”, los nacidos en ese país entre 1946 y 1954. Si, hago parte de esa explosión de natalidad que se dio después de la II guerra mundial. Nos precedió la “generación silenciosa” y nos siguió la generación X.
Pero a lo que quiero llegar, por así decirlo, es que esta generación, creció con los inicios de la televisión, aún recuerdo el Club de Mickey Mouse, Yo quiero a Lucy, Bonanza, la Isla de Gilligan, la Familia Adams, Hechizada, Batman, Viaje a las estrellas. Y me hizo volver al pasado.
Cerca de nuestra casa, en la quinta entre trece y catorce, el que vive o vivió en Ibagué, fácilmente reconocería la indicación, porque la ciudad tiene un diseño urbanístico muy peculiar, es estrecha en el occidente, y se expande hacia el oriente. Pero lo llamativo de esto es que en la ciudad llamamos occidente “arriba en la Pola”, como si fuera norte, hay que haber nacido allí para entenderlo.
En esa ubicación había una “cuentería”. La dueña era una mujer joven que siempre estaba sentada en un pequeño taburete a la entrada, desde donde vigilaba su negocio. Allí acudíamos con mi hermano mayor a “alquilar” cuentos de Kalimán, la Pequeña Lulú, Tarzán, Tío Rico, Roy Rogers, El llanero solitario, pero a mí lo que más me gustaba eran las revistas Vanidades para leer las novelas de Corín Tellado y las foto- novelas, donde el galán principal de esas publicaciones era el actor mexicano Andrés García. Me hacía suspirar.
El alquiler permitía llevar las publicaciones a la casa y cuando las terminábamos de leer las regresábamos y de vuelta traíamos las novedades que llegaban. Nuestra “cuentería” era solo eso, cuentos y revistas. Otras tenían una tienda donde vendían dulces y gasesosas, salchichón con arepa, en fin, todo el surtido tradicional que solo tiene una tienda colombiana.
Nuestra generación, ya como adolescentes y jóvenes, tuvimos el privilegio de conocer la música que comenzamos a escuchar en los “transistores”, que eran radios portátiles que podíamos llevar a donde fuéramos. Allí escuché por primera vez a los Beatles, los Rolling Stones, la música disco, los músicos del concierto Woodstock.
Creo que causamos dolores de cabeza a nuestros padres, así como ahora siento al escuchar la nueva música de estas generaciones Z (1997-2012) y Alfa (2010-2020), así los llaman. Su reguetón, la música urbana, Bud Bunny, Maluma, J.Balvin, me causa lo que en su momento sintieron nuestros padres cuando irrumpimos en sus vidas con las guitarras eléctricas y les contaminamos sus boleros y tangos con nuestra música estridente.
Vivimos dramáticos cambios sociales, tal vez en Colombia no lo percibimos de esa manera, pero en Estados Unidos con la Guerra del Vietnam surgió una contra-cultura que dio inicio a una fuerte división cultural, que definió la marcada división política, que hoy en día se hace más radical.
Todo lo que disfrutamos los jóvenes de este lado del mundo, en China, los baby boomers crecieron durante la Revolución Cultural y a ellos les fue prohibido: los instrumentos musicales, los discos, los libros, posiblemente las historietas (cuentos), las instituciones de educación superior, lo occidental fue considerado ilegal y destruyeron todo lo que encontraron de nuestra cultura.
Los movimientos feministas surgieron con esta generación gracias al acceso a la educación, y descubrimos felices la píldora anticonceptiva que nos permitió “hacer el amor y no la guerra”, una frase que cobró especial relevancia cuando fue expresada por John Lennon en 1973 en su canción “Mind Games”. Un himno a la paz, donde el amor es la respuesta, un mensaje contra el sistema, reivindicando el pacifismo y el antimilitarismo.
Quiero regresar a la “cuentería”, sumergirme en la ficción de las aventuras. El mundo hoy puede que no sea muy diferente del de ayer, para nuestra generación la vida familiar era una fuente de satisfacción, el refugio, fuimos desertores de la religión porque vimos que era el origen de todos los problemas, de las guerras, de los odios ancestrales. Qué oportuno que hoy en día el mundo se juntara y cantara el mantra de paz en la tierra, elevando el espíritu del amor de esa canción para acallar la violencia que abruma a tantas almas inocentes.