En la mañana del jueves 23 de abril asistí a La feria de las palabras”, con motivo del Día del Libro, un certamen singular, nunca antes registrado en los carnavales del mercado.
Lo hice porque de paso hacia el trabajo observé una prolongada fila de personas esperando que el majestuoso Coliseo Popular Cultural y Deportivo, adaptado, esta vez, para la realización de la Primera Exposición Internacional de Vocablos abriera sus puertas al público.
La Corporación Palabra Mundial previamente había hecho un impresionante despliegue comunicacional, invitando a la población para que adquirieran “un kit de palabras”, parecido a un botiquín de primeros auxilios, en cuyo interior los hablantes podían encontrar los términos más usados en sus relaciones cotidianas.
Me acerqué a un estante donde se ofertaban palabras para el ejercicio de la política, con mucha insistencia, por la inusitada aglomeración, y pregunté a la vendedora de palabras cuáles habían sido hasta ese momento los kits más vendidos en su tienda.
Me dijo: “estulticia”, “demagogia”, “argucia”, “elocuencia”, “halago”, “marrullería y corrupción”.
Cuando le inquirí en qué consistían el “kit de estulticia” y “falacia”, amablemente me ofreció un tinto y me pidió que esperara a una politóloga para que me ofreciera una mejor y más adecuada información sobre los temas que me preocupaban.
Contiguo al estante de la política estaba el de la empleomanía. Un dependiente, afabilísimo, me señaló que los kits con más demanda en su local eran los de “pereza”, “ineficiencia”, “soberbia”, “quemeimportismo” y “arrogancia”, que se entregaban con una obra de Trotsky, el Che Guevara o Max Weber sobre burocracia.
El estante menos concurrido y que al final del certamen tuvo pocos visitantes fue el de la verdad. Las vendedoras y vendedores, con rostro de visible melancolía pensional le argumentaron a un periodista, con la exigencia de no decir sus nombres, que ese tipo de kit no lo compraban porque “la verdad tenía un precio muy alto”, acotando que para adquirirlo primero se necesitaba afiliarse a la bolsa de valores y después hacer una solicitud a través de una Agencia de Intermediación Financiera, con la advertencia que sólo era para tener acceso a la verdad tradicional.
Así mismo, se advertía, que el kit de la verdad alternativa, la de los iconoclastas, irreverentes, inconformes, de los que no tragaban entero, no había llegado hasta los anaqueles por la necesidad de preservan el orden, las buenas costumbres y la docilidad política.
Afuera, al salir, sin haber comprado nada, me encontré con una poetisa y un poeta amigos, conocidos en la ciudad, quienes iban en pos del kit de la paz, a quienes los guardias no dejaron ingresar por encontrarse indocumentados, no poder identificarse, por lo menos, con uno de sus libros y ostentar sospechosa apariencia de ser opositores de los gobernantes y terroristas del lenguaje.
Salam aleikum.
(Del libro Del linotipo a la columna digital, en edición)