A mediados del siglo XIX nacía Louise Von Salomé, la única hija del prestigioso general ruso y su abnegada e irreflexiva mujer que junto con tres hijos varones formaban una aristocrática familia invadida por profundas convicciones religiosas. Siendo aún muy joven, y como consecuencia de su personalidad inquieta y escéptica, presenció la imagen de dios -en forma de pareja sometida al cruel invierno- derretirse ante ella. Partida su fe, abandonada y sumida en un íntimo silencio se negó a aceptar la finitud de sí misma y de las fronteras de su ser. Impetuosa, decidió crear su propia versión del mundo, de las mujeres y los hombres, del sexo y del amor. Nada la detendría. La claridad de sus opiniones vencerían al tiempo y parecieran hacer parte -sin esfuerzo- de la agenda actual de la lucha por la reivindicación del lugar de la mujer en nuestra sociedad.
Sin embargo sería ingenuo -y falso- pensar que la vida de Lou -como se haría llamar después de su fatal decepción religiosa- fue fácil y libre de obstáculos. Su madre -militante activa de su tiempo y sus prejuicios- veía con sospecha y no poca molestia la actitud liberada de su hija y su incapacidad de seguir las expectativas de los otros. La cuestionaba y censuraba en sus decisiones que desconocían el incontestable destino de una mujer: ser esposa y madre. Fue el perfil de su madre y de algunas mujeres dóciles, sacrificadas y resignadas las que darían a luz sus primeros pensamientos sobre la arbitraria femineidad exigida por su entorno. A la vez, tuvo que luchar contra la opinión de otras mujeres, que utilizaron el chisme y la difamación para impedir el avance de Lou. No obstante fue otra figura femenina, su tía Carol, quien infundió en ella, siendo un adolescente, ideas de autonomía, coraje e independencia. Sin ella, sin otra mujer que le diera la mano a sus instintos y deseos de libertad, el mundo se habría privado de la lucidez y audacia de las ideas de Salomé.
Lou no aceptaría “ni seguir los moldes ni convertirse en uno de ellos” como afirmó en una de sus cartas y aunque años después se casaría con un prestigioso profesor, su matrimonio estuvo lejos de adaptarse a los patrones exigidos y superfluos. Viajaba y se rodeaba de quien le antojara sin que mediara la pérfida idea del “permiso del marido”. Cuenta Julia Vickers en la fabulosa biografía homónima que escribió sobre la autora rusa, que Lou por decisión propia se abstendría de tener sexo con su esposo, quien al saberlo -con un alta dosis de dramatismo- se clavó un cuchillo en el pecho (espectáculo del cual sobreviviría). Para ella el sexo matrimonial no era distinto que una forma impuesta y conservadora para permitir -y esconder-, de forma discreta y pudorosa, el natural y necesario despliegue de la sexualidad femenina (motivo de vergüenza y ensimismamiento de la mayoría de mujeres). A pesar de su decisión de mantenerse casta en el matrimonio supo disfrutar de la compañía de varios amantes a quienes alternó y regresó de acuerdo con las cargas que estos con sus vidas y egoísmos le representaban. Nunca fue madre.
Luchó y se preparó sin cansancio -de mente y espíritu-
para abrirle espacio a sus afiladas ideas y hacer permanecer
sus profundos pensamientos en un mundo dominado por figuras masculinas
Ni siquiera el reclamo constante y ceremonioso de los intelectuales y artistas más poderosos de su época logró que Lou permitiera ser confinada a los estereotipos de mujer exigidos en sus días. En cambio, luchó y se preparó sin cansancio -de mente y espíritu- para abrirle espacio a sus afiladas ideas y hacer permanecer sus profundos pensamientos en un mundo dominado por figuras masculinas. Todos ellos, sin excepción, tuvieron que reconocer -con gran afecto y perplejidad- la influencia de la intelectual rusa en sus creaciones. Ella que siempre desconfió del deseo ominoso del hombre de “legislar” sobre las mujeres, cuestionó sus teorías, corrigió sus escritos y reprendió sus excesos y exageraciones. Entre las mentes que fueron nutridas e iluminadas por su genio se incluyen nombres famosos y aplaudidos como el filósofo Federico Nietzsche, el poeta Reiner María Rilke y el legendario Sigmund Freud.
No obstante, sería injusto -aunque no poco común- limitar sus creaciones al impacto que tuvo en las creaciones de los hombres que la rodearon -además de reducirla al cuestionable papel de “musa”-. Durante toda su vida Lou Von Salomé escribió de manera disciplinada y constante éxitos de ficción literaria -con claros tonos autobiográficos-, ensayos científicos y filosóficos y críticas a posturas sicológicas y artísticas, convirtiéndose así en uno de los personajes más representativos de las élites intelectuales de Europa de fin del siglo XIX y comienzos del XX. Indudablemente su fórmula funcionó con creces: ser libre sin restricciones. Lou vivió una vida a su medida, sin duda privilegiada por la independencia económica de la que gozó en su juventud gracias a la pensión que le correspondió por la muerte de su padre. Una mujer que se considere libre no puede depender económicamente de un hombre. Una certera verdad.
Una mujer que se considere libre
no puede depender económicamente de un hombre.
Una certera verdad
Vivió con intensidad al amor, aunque no prestaba especial atención a su apariencia y carecía de atributos físicos sorprendentes, era innegable el encanto y poder que ejercía sobre la mayoría de los hombres. Para amar en su términos -sin emociones posesivas dañinas-, abandonó la tradicional idea de una relación hombre-mujer desde la perspectiva común de dos complementos. Prefería concebir a cada uno como un valor positivo independiente, que una vez próximos, podrían crear desde un hijo hasta una obra de arte. Criticó con dureza a alguna vertiente del feminismo que según ella “masculinizaba” a la mujer en su pugna con el hombre, haciendo perder su verdadera esencia, su potencia: su indescriptible don de transformación al unirse con la virtud masculina. Sus últimos años, luego de reconciliarse con su natal Rusia, los vivió inmersa en la claridad de la importancia de volver a la propia naturaleza como única forma de obtener la plenitud.
Lou prefería antes que los consejos de los hombres su confianza, no obstante parece que sin duda oyó las palabras de su amigo y confidente Federico Nietzsche quien le dijo en una de sus emotivas cartas: Lou, hazte tu misma. Y así lo hizo. Lou Von Salomé fue ella, y queriéndolo querer, transformó al mundo. Moriría a los 75 años de una infección derivada de un cáncer de seno, dejando a su paso un legado que aún no resuena -ya sabemos las razones- lo suficiente.
@CamiloFidel