La humanidad eternamente ha parecido estar sumergida en un sueño efímero, en donde valquirias hermosas y ángeles vestidos de blanco nos conducen al paraíso, o al Valhalla, para regocijarnos con los dioses; en lo que pareciera ser el reencuentro con nuestros seres queridos en medio de ciudades de oro y un gran mar de cristal.
Nuestra actualidad no es ajena a esa realidad de ensueño. Cada día van apareciendo más y más líderes mesiánicos quienes con un mensaje más conmovedor que elocuente logran seducir a las masas con un mensaje religioso de salvación futura, pero que a su vez hilan por debajo de la mesa las conciencias de sus fieles para que se motiven a apoyar a un partido político tradicional o a movimientos sociales emergentes, que en tiempos de campaña por lo menos comparten principios básicos de fe y criterios de equidad social con la comunidad religiosa, pero una vez ostentan el poder se distancian con tal sigilo casi inobservables... como si de un milagro se tratara.
Es común ver en los barrios, comunas, ciudades y en los campos de Colombia una proliferación masiva de templos en los que se ofrece algún tipo de culto, la mayoría conglomerados en el protestantismo, que arraiga en su lenguaje los términos ofrenda, diezmo y primicia. Todas estas iglesias comparten en sus atractivas fachadas mensajes que invitan a la redención y a la fe en la esperanza de una vida futura. A ellas acuden de manera masiva miles de personas especialmente los días domingos y otros determinados durante la semana, todos ellos motivados por la fe en dios y la esperanza en la resurrección; los cuales depositan su confianza en el líder religioso, quien, como si fuera un pastor, transita con su rebaño por el camino de la salvación.
Nos cuestionamos sobre como suceden estas cosas en pleno siglo XXI. ¿Cómo un hombre deposita su confianza en otro igual? Contrariando quizás el versículo bíblico que dice: no confiéis en príncipes, ni en hijo de hombre en quien no hay salvación (Salmos 146-3)
La historia nos ha dejado funestas lecciones de este tipo de hombres de fe y también de aquellos que dicen no profesarla, quienes han minado por siempre la relación líder-seguidor, tal y como aún podemos recordar la masacre que protagonizó David Koresh, quien se autoproclamaba predicador del apocalipsis (Texas, 1993). Tampoco podemos olvidar los crímenes cometidos por los seguidores de Charles Manson (finales de los sesenta), quien se consideraba ateo pero tenía el perfil de un gran extorsionador de voluntades.
La religión y la política nunca han estado tan distantes como quizás creemos. En Colombia, según la dirección de Asuntos Religiosos del Ministerio del Interior existen más de 7.264 iglesias en el país de todos los cultos. Estas obtienen millonarios ingresos anuales, pero paradójicamente ninguna de ellas paga impuestos, porque están amparadas bajo el artículo 23 del estatuto tributario. Lo más valioso aun es el grueso caudal electoral que representan para partidos políticos emergentes, tradicionales y en el poder, quienes sostienen una pugna constante por el electorado. Y he aquí donde cobra vigencia el líder religioso. Sí… el líder religioso. Líder que es consciente de la capacidad de influencia que tiene sobre sus feligreses, empezando solo por el empleo del término “hermano”, que involucra un nivel de cercanía y también de reforzamiento de los sentimientos. Hasta llegar a promover en sus predicas habituales a candidatos o partidos políticos a sus adeptos, dando como resultado el peligroso vertimiento de un gran caudal electoral al inmenso océano de la corrupción política.
Todo esto es posible por medio de la manipulación masiva de la conciencia humana. Es así como día a día la corrupción como principal aparato criminal en Colombia ve en estos líderes religiosos personas claves para contribuir a sus aspiraciones hacia el poder. Mientras el noviazgo macabro entre la política corrupta y la religión continúa, estos líderes parecieran dejar su rebaño y caminar por otras veredas. Cada año aumentan los casos de violencia sexual en los cuales están involucrados algunos misioneros de estas iglesias que es muy similar a como lo realizan los curas católicos, estableciendo relaciones de confianza y afecto, para luego ocupar su poder y el prestigio del liderazgo para detectar las vulnerabilidades del niño-niña o adolescente. La gran diferencia radica en las redes de protección dentro de estas comunidades con las cuales se tiende a proteger a los agresores sexuales y de manera particular si es el líder de la iglesia. Lo que sí es inocultable es el lujoso estilo de vida de estos líderes religiosos y sus familias. Fincas, mansiones, autos de lujo y vestuarios costosos, son parte de la vida de los líderes espirituales, algunos de los cuales lo justifican explicando que la riqueza es una bendición de dios, una filosofía conocida como el evangelio de la prosperidad.
Para muchos las elecciones de 2022 están a la vuelta de la esquina, ni siquiera la actual pandemia mundial del coronavirus puede frenarlos, estos líderes siguen guiando a sus rebaños. Quizás esta vez el tema para traficar con la voluntad de esta gran masa no sea “la situación de la hermana república de Venezuela”, ¿quizás sea el aborto?, ¿o tal vez los valores humanos? Al final ellos estarán hay. Tal y como ilustró nuestro insigne libertador de América Simón Bolívar: “a la sombra de la ignorancia trabaja el crimen”.