Yo era adolescente, era un indígena del Darién de Urabá, vivíamos en el año de 1.492, cuando fuimos visitados por unos hombres blancos que portaban armas de fuego, esto lo supimos después de que mataron al Cacique, la persona que nos representaba. Lo asesinaros para desprenderle, con violencia, un collar de oro que tenía en el cuello y, después, lo más estremecedor, fue tener que observar cuando le cortaron las orejas y las manos a las mujeres para arrebatarles los aretes que también eran de oro.
Con los días, crecía el dolor de ver a nuestras madres y hermanas sin orejas y sin manos.
Cuando nos habíamos cansado de soportar crueldades, el cacique, sabio de la comunidad y maestro de la infancia, quien tenía a su cargo mantener la tradición y los conocimientos, antes de morir, alcanzó a decirnos que nos reuniéramos y buscáramos la playa, que descargáramos nuestras flechas, les diéramos de comer y les entregáramos varias toneladas de oro. Eso hicimos, para protegernos. No fue suficiente. Se llevaron el oro y nos dejaron los sueños de libertad.
Sorpresivamente, llegaron en animales que llamaban caballos y, un hombre grande, que al parecer era Cristóbal Colón, por su vestido que lucía una manta de color blanco, un escudo, una lanza, y un machete, reunió a sus amigos y les dijo:
“Compañeros, lamento lo que voy a decirles, nos hemos equivocado de camino, con mi cartógrafo hemos coincidido que estamos completamente perdidos y extraviados, este no es el lugar que buscábamos, nos hemos desviado ocho o diez mil kilómetros, regresemos inmediatamente. Cipango y La India están al otro lado”.
Rápidamente los navegantes se subieron a las carabelas, agradecieron al almirante y desaparecieron para siempre.
Cuando partieron, el Cacique volvió a tocar tambores, silbatos y sonajas para reunirnos, confirmó, para tranquilidad nuestra, que Colón se había equivocado de ruta y había regresado a España, no sin antes ordenarles a los invasores, que aún quedaban navegando en los ríos:
“Es una locura, nos equivocamos de camino y es preciso regresar porque por allí se confirman las andanzas de quien obra como defensor de los derechos de los indios, de nombre Fray Bartolomé de las Casas que, con amañados informes de los pueblos originarios, habla de genocidios, desapariciones, exterminios, robos y saqueos, que presentará ante los Tribunales de la Real Audiencia y los jueces de la Santa Cruzada. Los puede enviar a ustedes, sino acudimos a expertos abogados de la monarquía, a las cárceles y mazmorras donde permanecían condenados antes del viaje”.
Desde entonces, en el Nuevo Mundo, se conmemora el 12 de octubre el desembarco de los ‘grandes hombres’, con festividades que hacen reconocimiento a quienes fueron, no los descubridores de América, sino los primeros encubridores.
“¡Ha!”, dice el joven indígena, “durante el tiempo que los españoles vagaron desorientados por nuestro territorio, nos hicieron sentir vergüenza por lo nativo, lo vernácula, la cultura originaria y admiración por los conocimientos extranjeros; para completar, fuimos víctimas de los virus de la viruela, el sarampión, la poliomielitis, la peste bubónica, el tifus, la escarlatina, la difteria, la fiebre amarilla y la neumonía, que se extendieron desde México hasta La Patagonia, causando centenares de millones de muertos”.