La familia que duerme con 6 perros en un viejo Renault 4, en el barrio San Cristóbal

La familia que duerme con 6 perros en un viejo Renault 4, en el barrio San Cristóbal

José Gregorio y María Antonia, campesinos y recicladores, padres de tres hijas, no tienen techo. Pasan el día y la noche en el vehículo, con sus mascotas

Por: Ricardo Rondón Chamorro
marzo 14, 2022
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La familia que duerme con 6 perros en un viejo Renault 4, en el barrio San Cristóbal
Fotos: Ricardo Rondón Chamorro/Doña María Antonia Hernández y don José Gregorio García, la pareja de recicladores que duerme con seis perros en un viejo Renault 4.

El viejo Renault 4, color cereza, modelo 75, de placas AFJ850, propiedad de don José Gregorio García Villalba, se varó el 12 de octubre de 2021 sobre la acera de la carrera 11A Este con calle 17B, del barrio San Cristóbal, suroriente de Bogotá. Desde esa fecha y en ese mismo sitio, el vehículo aloja a su familia y a sus seis perros.

El automotor es el único patrimonio que le queda al veterano campesino y  reciclador de 76 años, y a su mujer, doña María Antonia Hernández Vera, de 50, después de varios quebrantos que les ha tocado padecer en sus veinticinco años de unión libre, con tres hijas de trece, quince y dieciséis años.

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Los García Hernández con sus tres hijas, y el viejo automóvil de acarreos y reciclaje. que es su único patrimonio.

Estancados en ese punto de las goteras de la capital, donde al despuntar del alba arrecia el intenso frío que sopla del páramo del Boquerón, y que cala hasta los huesos, la pareja ha asumido con resignación esta dramática rutina, que inicia a las cinco de la mañana con el latir de sus perros, que hace eco con los otros perros del vecindario, un alboroto en cadena que solo cesa cuando don José Gregorio los saca al potrero a hacer sus necesidades, y a darles la primera ración del día.

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El despertar de un nuevo día después de dormir en el carro, con un frío que viene del páramo y que cala hasta los huesos.

Esa comida, argumenta don José Gregorio, sale de la caridad pública: de los mendrugos y las sobras que arriman los vecinos de buena voluntad, de vez en cuando de un paquete de cereal canino, o de los restos de fritanga de los amos; "de alguna forma, papito Dios que todo lo puede, primero está el alimento de nuestras hijas y de los peluditos, que también son nuestros hijos", implora García, que lleva puesta una ruana blanca con la que duerme al lado de su mujer en la cabina del Renault, que es el otro amor de su vida.

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En medio de la calamidad, a don José y a doña María Antonia los une el amor y la esperanza.

En la parrilla del carro, envuelto en grandes bolsas negras, reposan un par de cobijas, unas cortinas y algunas ropas, y enseres de cocina, entre otros cachivaches que, según don José Gregorio, lograron salvar de dos desastres: uno, la inundación del rancho donde vivían por el desbordamiento de una quebrada en una vereda del Espinal, Tolima, y luego en la casa de alquiler que habitaron en Funza, donde el señor atendía un taller de reparación de exostos y radiadores. "Eso lo tuvimos que entregar el primer año de la pandemia, porque no teníamos para pagar el arriendo. Nos quedamos con el carrito, que ya por lo viejo, también nos sacó la mano".

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La parrilla del carro conserva cobijas, algo de ropa y enseres de cocina, entre otros cachivaches.

El carro como salvación

El Renault 4 rescató de muchos apuros a don José Gregorio García Villalba. Lo utilizó para reciclar, para hacer acarreos, "hasta una nevera le metí atrás. Ahora es dormitorio de nuestros niños (como él llama a sus perros). Lo llenamos hasta el techo de chécheres y chatarra. Lo trajinamos por el Tolima, por Cundinamarca, y aquí en Bogotá, tan servicial mi pichirilo. Es la primera vez que se vara, de hace cinco años que lo tengo, y es que el carrito puede tener más de cuarenta años. Y si a veces no tenemos pa' comer, mucho menos pa' repararlo".

¿Y cómo hacen para el sostenimiento de sus hijas?

Aquí interviene doña María Antonia Hernández Vera, la mamá:

"Hasta hace unos meses estuvieron con nosotros, durmiendo en el carro, pero eso ya se estaba volviendo imposible, muy triste, y me tocó rogarle a mi mamá y a mi hermana para que nos las dejaran quedar en su casa, que queda cerca de donde estamos, mientras se nos arregla la situación, porque no tenemos para donde irnos".

¿Y ustedes por qué no se fueron con ellas a donde su familia?

Porque mi mamá y mi hermana también son gente muy pobre, y la casa lote donde viven es muy reducida. Nuestras hijas están durmiendo en el suelo, sobre una colchoneta, en el cuarto de mi hermana, porque en el otro duerme mi mamá, que tiene ochenta y seis años, y está muy enferma, y con oxígeno permanente. Por eso nos toca dormir en el carro. Y por los perros también. Las niñas estudian en la jornada de la tarde en el Colegio San Cristóbal, que queda aquí a una cuadra. Cuando salen de estudiar, nos vemos con ellas para que consientan los perritos, conversamos y compartimos algo, y luego ellas se van donde la abuela a hacer sus tareas y a dormir, y así todos los días, y solo Dios sabe hasta cuándo.

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Las hijas de don José Gregorio y de doña María Antonia duermen donde la abuela materna. Las tres, en una colchoneta.

En busca de un techo

El testimonio de doña María Antonia es interrumpido por la corneta de una motocicleta que promociona a todo volumen mazamorra chiquita: "A la orden, a mil el plato de mazamorra chiquita, con panela y canela, la más rica", repica la propaganda, que vuelve a alborotar a los perros cautivos en el Renault 4. La moto avanza lenta, por una calle empinada, con una olla tamalera empotrada en la parrilla, y se pierde al voltear una esquina, pero la arenga mazamorrera persiste.

Doña María Antonia, ¿y mientras que se les arregla la situación, ustedes por qué no entregan sus perros a una fundación protectora de animales?

"Aquí vino hace días una de esas fundaciones (sic), pero mientras nosotros estemos vivos y podamos salir a rebuscarnos algo, no les va a faltar alimento y abrigo a nuestros perritos. Ellos están en buenas condiciones de salud. Los vecinos nos ayudan con la comida, de algunas Iglesias también. Lo más urgente que necesitamos es un techo".

"Sí, una casita, o una casa lote", interpela don José Gregorio. "O alguien que tenga una finquita con techo, por aquí cerca, que nosotros se la cuidamos. No podemos irnos muy lejos para estar pendientes de nuestras hijas. El trancón en el que estamos es porque el carro se me varó, que es el que nos daba para el sustento con el reciclaje y los acarreos. Y mandarlo a arreglar cuesta. En estas condiciones, de dónde vamos a sacar plata…".

¿Nunca cotizó seguridad ni pensión, don José Gregorio?

"¡Quéeee!, si yo me la he pasado trabajando es en la informalidad. De joven, en el campo, en mi pueblo que es Fosca, Cundinamarca, solo tuve un empleo fijo en una fábrica de vidrio, pero eso no duró mucho tiempo. Ah, y un golpe de suerte, pero eso también se fue como el viento".

¿Qué golpe de suerte?

"Una plata que me gané en las apuestas de los caballos, en el Hipódromo de Techo, en 1969. Le acerté a un 6 con marcador que pagó $60.000, que era harta plata. Con un amigo, nos dio dizque la ventolera de comprar un gril que estaban vendiendo en la Caracas con Tercera, entre el barrio San Bernardo y el Eduardo Santos, pero no corrimos con suerte y quebramos".

¿Y no sería que se bebieron el gril?

"(Risas). No señor, qué va. No sabíamos cómo se manejaba el negocio, no teníamos experiencia, y lo que nos metimos fue en camisa de once varas. Además, eso de lidiar con borrachos y coperas mañosas era muy complicado. Tocó entregar el local, y con lo poco restante, para sobrevivir, hasta que se agotó la plata, y otra vez a salir a la informalidad. Yo fui conductor mucho tiempo, manejé camión, aprendí a arreglar exostos y radiadores. De eso vivíamos. Hemos tenido épocas buenas y malas, pero esta ha sido la peor. Gracias a papito Dios, mi mujer ha estado conmigo en las buenas y en las malas, y con nuestras hijitas, que  son unos primores".

Amor y naufragio

El "papito Dios" y los diminutivos se cuelan por todos los resquicios de esta acta de descargos del sufrimiento y la pobreza. Como si el infortunio y la misma fuerza de la naturaleza sustentaran la grandeza de ese Todoperoso que quita lo material y recompensa con amor y esperanza. Esa ilusión, esa ensoñación por un mañana mejor, que es la tabla de salvación a la que se aferra el hombre en el tránsito de su desventurado destino, y en el final de los tiempos.

Don José Gregorio, ¿cómo conoció usted a doña María Antonia?

"Nos conocimos en una flota que de Bogotá iba para Villavicencio. Ella iba con unas primas. Yo iba solo. Se dio una conversación, y de entradita nos caímos bien. Yo les compartí unos refrescos y unas mogollitas que llevaba. Ese detalle le gustó a María Antonia. Ahí mismito intercambiamos teléfonos, y hasta el sol de hoy. De eso hace veinticinco años".

Las hijas de don José Gregorio y de doña María Antonia son queridas y agraciadas. Como era víspera de elecciones, no hubo colegio y posaron con sus padres para la foto. Hilda Viviana, de 16 años, es la más seria. Cursa 10° grado y quiere ser bailarina, pero también aspira a estudiar veterinaria. Linda Valentina, de 15, está en 8° grado y sueña con ser médica veterinaria. Y Andrea, de 13, va en 7° grado y quiere estudiar ingeniería de sistemas.

Las tres coinciden en que las están molestando todos los días en el colegio, porque no han podido llevar los uniformes que exige el plantel: el de diario, y la sudadera para deportes y educación física. Y que carecen de un computador para realizar las tareas, porque en el que las desarrollan es de la tía, que no está actualizado, y que a duras penas se lo tienen que rotar entre las tres. Agregan que también necesitan gafas. Pero lo más urgente, que no quieren ver más sufriendo a sus padres y a sus seis perros en la estrechez de un viejo carro varado en un andén, al sol y al agua, y con el inclemente frío de la madrugada.

Vuelvo a don José Gregorio para preguntarle si ya averiguó cuánto le cuesta la desvarada del carro.

"Por lo menos $800.000, porque hay varios gallos que hacerle: comprarle la puntera que sostiene el motor, cambiarle la correa de repartición, y hacerle un mantenimiento de latonería. Desde que tengo el carro en mi poder, no me había dejado tirado, pero siempre hay una primera vez".

¿Y en cuánto compró el Renault?

"En  $1'600.000, hace cinco años".

¿No será que le sale más caro el remedio que la enfermedad?

El de la ruana frunce el ceño y responde:

"Este carrito, así de viejito como yo, que ya tengo 76, me ha llevado a muchas partes, y me ha dado para vivir. Y no lo vendo ni lo cambio por nada. Hace parte de la familia, y le ruego a papito Dios me ayude para repararlo".

Don José Gregorio le pone la mano sobre el capó, y detrás del panorámico, se rejuntan a ladrar y a batir sus colas: "Ángel", "Yuqui", "Campana", "Helena", "Kira" y "Dumé", las mascotas que ya al borde del medio día, piden pista para salir.

Viendo absorto este retrato del naufragio en tierra firme, esta cruda realidad humana con un automóvil cascado por el trajín y el paso de los años, el cronista hace memoria del tango "Carro viejo" (1949), letra de Máximo Orsi, con la orquesta de Alfredo D'Angelis, y en la voz de Julio Martel, que en uno de sus sentidos párrafos rezonga al compás de ese arrugado compadrito triste llamado bandoneón:

"Carro viejo, sos paquete como hechura/ y en barrilete va quedando tu armazón./ Escuchá lo que te digo/ vos sabés que soy tu amigo,/ puedo darte mi opinión:/ Perdiste la memoria, no ves, te estás muriendo,/ cortá pa'Triunvirato, que vas a estar mejor".

Integración social

La Secretaría de Integración Social del Distrito, con su titular, la doctora Margarita Barraquer Sourdis, atendió el caso de la familia García Hernández, brindando soluciones y alternativas para garantizar ayuda y cuidado a sus integrantes y a sus mascotas.

La entidad rectora de la política social de la capital de la república se articuló con la Secretaría de Educación para matricular a las tres niñas menores de edad, en el colegio distrital asignado.

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En cuanto a la situación emergente de recursos que atraviesa la familia, Barraquer puntualizó que los García Hernández ya reciben mensualmente, por parte de la Secretaría, el bono que corresponde a la persona mayor, equivalente a $120.000, así como un bono de $300.000 canjeable por alimentos.

La líder de Integración Social agregó que “también se hacen gestiones con el Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal, para facilitar salud a los caninos e identificar un refugio donde puedan permanecer seguros y a salvo”.

Con respecto a la calamidad de don José Gregorio y de doña María Antonia, que carecen de un refugio digno, la funcionaria reveló que “estamos prestos desde la entidad para brindarles un albergue en el momento que ellos lo decidan. Dicho albergue se les otorga por un tiempo determinado, mientras se subsana la situación económica que atraviesan”, concluyó.

(En caso de alguna ayuda para esta familia, pueden contactarse con don José Gregorio García Villalba al celular: 3044048992)

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