Natalia, soy docente catedrática de una universidad pública. Quiero felicitarte porque hay muchísimos padres de familia en Colombia que ni haciendo todo el esfuerzo logran que sus hijos puedan formarse y tú estudias en la mejor universidad del país —eso depende del ranking—. Estoy de acuerdo contigo, este cambio repentino a la educación virtual tomó a todos: gobierno, universidades, profesores y estudiantes fuera de base. Pero no es que la educación virtual no funcione, es nuestra falta de previsión.
La universidad no puede ni debe parar. Todo lo contrario, es la universidad la llamada a dar luz en este caos mundial, es la educación y la investigación las que deben dar respuestas a los interrogantes, y son los estudiantes quienes deben desde todas las áreas generar pensamiento crítico, hacer alarde de su juventud, adaptarse a lo que nos propone esta coyuntura y asumir este reto (casi todo nuevo profesional recién graduado coloca en el perfil de su hoja de vida: capacidad para trabajar bajo presión). Y debería ser fácil, teniendo en cuenta que los jóvenes tienen habilidades para las TIC.
A la pregunta que haces, cada profesor responderá según su autoevaluación. Pero te puedo decir que yo sí estoy cumpliendo con mi labor, desde la trasmisión de conocimientos y valores en las asignaturas que dirijo, y haciendo que cada encuentro sincrónico o actividad sea lo más pedagógico posible.
Te recuerdo que pese realizarse en entornos sociales como son las aulas de las universidades, el proceso de aprendizaje es individual. Las personas aprenden según su capacidad cognitiva, pero, en la coyuntura del COVID-19, el paso de una educación presencial a una virtual depende de la disciplina y la organización; lo que no es fácil teniendo tantos distractores en la pantalla. Decir que las clases virtuales son un “absoluto engaño” es un extremo; hay profesionales excelentes que no estudian en la mejor universidad del país y que tienen sus títulos con educación 100% virtual.
Ahora hablas de falta de empatía por parte de los docentes, pero no olvides que no solo se estresan los estudiantes. Los docentes todo el tiempo estamos siendo medidos, debemos responder a unos lineamientos. Imagínate, si no es fácil una clase en línea para las personas que viven en la capital de país, qué se deja para las personas que vivimos en la periferia, en zonas semiurbanas, donde no solo tenemos problemas de conectividad sino intermitencia eléctrica.
Además, súmale que tu universidad no aparece en ningún top ranking, que no tiene una plataforma propia institucional para pasar a la educación virtual, que no tiene cómo pagarles a sus docentes mes a mes, pero aun así ellos deben garantizar clases en la distancia. Lamento que aprendas desde la comodidad de tu casa, tu cuarto y tu computador, pero lamento más que mis estudiantes no tengan un computador y que vivan en zonas sin conectividad (muchos de manera folclórica mandan fotos desde las copas de árboles, donde les toca trepar para poder acceder a sus clases). Esto sin olvidar que en el país hay estudiantes que viven en zonas donde no hay electricidad, que caminan kilómetros por un balde de agua y que comen en la universidad.
En tu carta, en la que te doy toda la razón por el alto valor que pagas para recibir educación de calidad, dejas manifiestas las brechas entre lo urbano y lo rural, entre la educación privada y la pública, lo lejos que están mis estudiantes de cualquier egresado de tu universidad y, finalmente, la falta de empatía de los ciudadanos en condiciones de privilegio.