Debo aclarar que me gusta mucho la tecnología. Soy de los que hacen lo posible por obtener los nuevos dispositivos tecnológicos, me encantan los iPhone, iPod, videojuegos, incluso los GPS con esa voz fea pero que son tan útiles a la hora de ubicarnos con alguna dirección o una ruta para viajar.
Me gustan mucho las redes sociales, confieso que mi favorita es Instagram. Me encanta subir fotos y videos, pero también me entretengo mucho viendo publicaciones de las personas que sigo en esta red social, al igual que todos esos memes graciosos que me sacan muchas risas. También tengo Facebook y Twitter, pero en ellas realmente me gusta más observar que hacer algún tipo de publicación. Y bueno, no puedo dejar de mencionar la más importante, que en mi caso es WhatsApp, donde me comunico con todas las personas de mi ámbito laboral y familiar.
La tecnología cada día me sorprende y me gusta ser partícipe de ella, porque me acerca cada vez más a las personas que quiero. Sin importar la distancia, me permite ahorrar tiempo para dedicarlo a mi vida personal, a mi familia, a mi estudio.
Sin embargo, debo reconocer que me entristece la forma en la que estamos utilizando la tecnología y estos medios de comunicación en las iglesias, en clase, en el trabajo, conduciendo, caminando, etc. Incluso en funerales se chatea.
Creemos que por estar tan conectados a estas redes sociales vivimos realmente en línea con los demás, pero en realidad es todo lo contrario. Nos perdemos de los rostros, de los gestos en una conversación cara a cara, de los olores y sonidos del medio ambiente, porque tristemente en la calle solo se ven personas con audífonos escuchando todo menos las voces de las demás personas, incluso ni los pitos de los vehículos, motivo que ha llevado a que muchas personas pierdan la vida en accidentes de tránsito.
Lastimosamente la tecnología nos da la falsa sensación de vivir acompañados. Es increíble cómo en los centros comerciales, restaurantes, bancos, entre otros espacios, las personas que están solas buscan inmediatamente el celular para sentirse acompañados, se ríen con él, le hacen gestos. Es como si sintieran tanto pánico de estar solos que de inmediato recurren al teléfono para crear la sensación de que no es así.
Hace unos días estuve en un restaurante con mis padres y observamos una mesa donde estaba una pareja de personas mayores, que compartían de su almuerzo de una forma armoniosa y muy agradable, ninguna de las dos personas tenía consigo un teléfono ni nada que les hiciera perder un segundo de su compañía. Me pareció muy agradable verlos, incluso mis padres tenían sus celulares tomando una foto al plato que se iban a comer, y les dije que observaran a esa pareja y se dieran cuenta de lo agradable que es estar en compañía de alguien sin tener que estar todo el tiempo pegados a un celular.
Lo que más me gustó de esta escena fue cuando el señor se retiró de la mesa para ir al baño y la señora se quedó sola, pues durante el tiempo que el señor no estuvo en la mesa la señora disfrutaba muchísimo de su copa de vino y de su propia compañía. Se le veía muy tranquila y feliz. De verdad la admiré, porque en un momento de esos lo más normal hoy en día es sacar el teléfono para ver redes sociales mientras la persona con la que estamos regresa a nosotros.
Y este es el problema, que la excesiva conexión a estos dispositivos está haciendo que todas las personas y los niños no sientan lo que es estar solos, espacio que es tan importante para crear identidad y encontrarse así mismo.
Debemos enseñar a los niños y aprender nosotros mismos a no tener miedo a la soledad, contribuir para crear esos momentos que son tan importantes para nosotros mismos. Si usáramos la tecnología de buena manera todo sería muy diferente, si buscáramos el celular o la tablet para abrir un libro digital o para leer, esto conduciría a un espacio con nosotros mismos, pero a su vez a un camino que nos lleve a crear el propio.
Si enseñamos y aprendemos a estar solos y a saber utilizar todos estos medios de comunicación, tendremos el pasaporte directo para que nunca experimentemos la verdadera soledad.
