Las imágenes de comienzo de año cuando nos enfrentábamos al COVID-19 eran apocalípticas. Acaparamiento de comida y artículos de higiene junto a la especulación del mercado global fueron algunas de las consecuencias del inicio de la pandemia. Más de uno predijo el final de los tiempos y vaticinó lo peor para una humanidad que merecía lo que estaba pasando. Sin embargo, casi un año después de haber comenzado la pandemia, empezamos a ver con más esperanzas a un futuro que en algún momento parecía incierto.
El cambio de percepción hacia al futuro se debe a que ya empezamos a adaptarnos socialmente al virus, con lo cual se genera un cambio en la percepción del riesgo. Podría definirse la percepción del riesgo como una construcción social en donde cada individuo asume lo que considera riesgoso por medio de una suma de variables que están relacionadas con el acceso a la información disponible y a condiciones sociales. En muchos casos, subjetivamente, cada individuo, según determinadas circunstancias y contextos socioambientales, les da mayor o menor pesor a estas variables para tomar decisiones. La percepción individual del riesgo es lo que nos lleva a encontrar grupos sociales que niegan la existencia del virus, o personas que cumplen aislamientos estrictos y asumen cuidados extremos y poco efectivos contra el coronavirus.
Por esta razón, la percepción del riesgo es uno de los factores que muchas veces desencadena los desastres, ya que, a partir de esta percepción se realiza un juicio para tomar decisiones y asumir comportamientos de prevención y cuidado. De esta manera, cuando la percepción del riesgo es subjetiva y con ausencia o manipulación de la información, las personas pueden llegar a establecer una interpretación de los factores de riesgo totalmente desligada a una objetividad, lo cual, puede desencadenar inevitablemente un desastre y en este caso una pandemia.
Para el caso del coronavirus, variables como la edad, enfermedades preexistentes, condición social, hábitos cotidianos, afiliación política, creencias religiosas y estilos de vida han influenciado fuertemente la percepción del riesgo de los individuos hacia la posibilidad de contraer el virus. Así mismo, la circulación excesiva de noticias falsas en las redes sociales ha jugado un papel muy importante en la actitud de las personas ante los riesgos del coronavirus. Pero, realmente, sin importar ninguna de las anteriores variables, todos los individuos tienen el mismo riesgo de contraer el virus. A estas variables se suma la experiencia individual con el virus, porque no todas las personas tienen el riesgo de desarrollar síntomas y desarrollar afecciones que los puede llevar hasta la muerte.
Esta relación, entre tener el virus y ser asintomático, es el gran detonador para que cada individuo tenga una percepción diferente y subjetiva sobre los riesgos del coronavirus. Esto ha llevado a que muchos nieguen la existencia del virus y no acaten las recomendaciones y restricciones que muchas veces las autoridades sanitarias exigen. Sin embargo, si bien las personas asintomáticas no tienen ningún riesgo, esto no minimiza los riesgos reales del coronavirus para las personas que pueden ser vulnerables. Por lo tanto, se genera un problema complejo que las autoridades sanitarias aún no han sabido cómo lidiar.
Para el caso de la pandemia, la percepción individual del riesgo ha llevado a que personas salgan a las calles exigiendo les devuelvan sus derechos para volver a la normalidad, esto, a pesar de que la aglomeración de personas es uno de los riesgos para la propagación del virus. Así mismo, las existencias de grupos negacionistas y antivacunas hacen parte de una percepción del riesgo que identifica, entre otras muchas razones, una ruptura entre ciencia y salud, y una brecha entre la acción del Estado y el bienestar social.
Por esto, generar mayor objetividad de la sociedad en la percepción del riesgo es uno de los retos que se deberá superar si se piensa que la vacuna es una de las soluciones para contrarrestar el virus. Sobre todo, cuando, uno de cada cuatro colombianos considera no aplicarse la vacuna por los supuestos riesgos que creen pueden llegar a ocurrir, a pesar, de la supuesta confianza y efectividad que prometen las empresas farmacéuticas, las cuales también, se sustentan en predicciones poco fiables desde el punto de vista experimental.
Más allá de las teorías de conspiración, la oportunidad de las farmacéuticas o la consolidación de la hegemonía china, el coronavirus es un riesgo real que ha dejado hasta el momento más de un millón y medio de personas muertas. A pesar de que ya existe una vacuna, seguirán muriendo más personas hasta que se logre controlar la pandemia. Deberá pasar un tiempo para que podamos analizar y entender realmente la encrucijada entre la percepción individual del riesgo del coronavirus y los desastres sociales que se están produciendo. Así mismo, identificar cuál es el papel del Estado y la sociedad ante el acceso a información que influye en la percepción del riesgo. Con la pandemia y otros sucesos que han marcado la acción social, principalmente a inicios del siglo XXI, nos hemos podido dar cuenta del papel de las redes sociales y la información que dentro de ellas circula.