Los primeros años de nuestra vida transcurren mientras adquirimos conocimientos y competencias tan básicas como el lenguaje; la comunicación y la exploración del mundo hacen parte de aquellas a tareas imprescindibles de la infancia. Al afrontar la etapa de la escuela ya contamos con cierto grado de autonomía para expresar ideas a través del lenguaje, pero el conocimiento empieza a verse condicionado por un proyecto académico exigido por la institución, proyecto que los docentes deben cumplir a cabalidad; el alumno se convierte en una esponja que absorbe terminología y contenido en inmensas proporciones, debe memorizar cualquier cantidad de datos para tener éxito con las notas, desde la parte principal de la célula hasta el río más importante de Colombia; exposiciones, exámenes, tareas, lecciones, el docente debe contar con todos los recursos posibles para acumular notas y promediar.
Luego viene la secundaria; las competencias ahora son más avanzadas y el estudiante empieza a moldear un posible perfil profesional basado en la empatía que siente con áreas específicas del conocimiento. La diferencia es que ahora existe la posibilidad para el estudiante de brindar argumentos producto de su propio criterio pero sin abandonar por completo lo enseñado por su docente. Salvo filosofía, las demás áreas no permiten un rango muy amplio de argumentación pues el estudiante debe ceñirse a esos 'logros' planteados por la institución educativa o responder preguntas cuya respuesta es única, sin dar lugar a discusiones.
Llega la hora de madurar, una aproximación a la independencia en todos los ámbitos posibles, el estudiante y futuro profesional debe elegir una carrera, un área en la que debe profundizar durante unos 4 o 5 años; no son válidas las casualidades —aunque son más comunes de lo que pensamos—, no aplica el simple hecho de cumplir con un requisito para adquirir un cartón que le acreditará más tarde como profesional; cabe mencionar que para aquellas personas que son de 'modo' el asunto tiene que ver más con la reputación familiar que con el éxito personal, paralelo a ello los menos favorecidos deben luchar por obtener un puesto en una institución de carácter público o como segunda opción, ingresar a una universidad privada en donde la exigencia no será tan grande y estarán a atados de por vida a una deuda que el estado camuflará como 'crédito educativo' para poder financiar su carrera, no por nada el Icetex es tan temido como solicitado. En la universidad el criterio del estudiante adquiere un mayor grado de validez que en los casos anteriores, de hecho es el diferencial con respecto a los compañeros de clase, es lo más cercano que estará la persona de una autonomía en el ámbito educativo.
Lo anterior no quiere decir que lo teórico sea innecesario. Todo lo contrario, necesitamos de unas bases para poder concebir conceptos; el problema está en que dicha contextualización trasciende y se aferra a la totalidad de un programa educativo planteado en una escuela, colegio o institución de educación superior. Por eso es tan valioso todo lo realizado extracurricularmente, aquello que requiere de autonomía y disciplina. Decidimos qué aprender y cómo aprender, encontramos en internet una herramienta tan valiosa como una biblioteca, tenemos a la mano infinidad de cursos, diplomados y tutoriales, gratis o de pago. Por eso se puede afirmar, con plena convicción, que los 'cartones' adquiridos a lo largo de la vida no son más que logros, si se les puede llamar de esa manera, que nos plantea un sistema educativo concebido para replicar profesionales; el verdadero diferencial aparece de la mano de la curiosidad, la indagación y las ansias de conocimiento, utilizando los medios que tenemos a la mano para algo más que el entretenimiento.
Es así como podemos concluir que el éxito del sistema educativo consiste en implantar opiniones generalizadas para aniquilar cualquier asomo de argumentación, interpretación y empirismo, pero no importa, es necesario perseguir el cartón una y otra vez para validar el conocimiento.
