El espectáculo de un lobo marino posudo y consentido en el Puerto de Valparaíso -sobre una pequeña plataforma de hierro en el mar- cuando los turistas recorríamos este Puerto en una colorida y mediana lancha, perdió total y absoluto interés para mí, cuando el guía -un hombre casi obeso y que a cada rato nos llamaba "chiquillos"- señaló hacia la montaña los puntos centrales de la Ciudad, incluida su majestad "La Sebastiana", una de las tres casas en Chile del poeta Pablo Neruda, ubicadas las dos restantes en Isla Negra y Santiago.
Aún así no desapareció mi éxtasis por la majestuosidad del “Terminal Pacífico Sur”, incluida esa puerta abierta a la inmensidad del Océano, el tráfico de contendores –que moviliza alrededor de diez millones de toneladas de carga- y las nuevas fragatas de la Armada Chilena –proveniente de Australia- desde donde sus miembros responden nuestro saludo con un ligero movimiento de manos, como una escena surrealista de la novela "La casa de los espíritus", escrita por la excepcional chilena Isabel Allende.
Pero todo cambió. Era otra la prioridad: Al bajar de la colorida y mediana lancha de turistas, mi afán era encontrar cuanto antes la manera de llegar a “La Sebastiana”, y solo me detuvo la emoción de unas figuritas –con imán- de la tira cómica chilena “Condorito”, que adquirí a un vendedor informal de la playa –cada una por mil pesos chilenos-: Condorito, Yayita, Compadre Chuma, Garganta de Lata, y el conflictivo pero encantador “Loro Matías”, que en la niñez se convirtieron en mis inseparables amigos de los incontables momentos de soledad como hijo único, y a la vez estimularon la imaginación cuando en la adolescencia por primera vez asumí el terrible riesgo de escribir mi primer cuento.
El recorrido a pie por Valparaíso no fue nada sencillo, no solo por lo empinado de sus calles, sino por el desbordado tráfico y el comercio informal, que compaginaba con la deteriorada pero imponente arquitectura inglesa victoriana, hasta que el cansancio no nos dio otra alternativa que un taxi –que nos consiguió una joven socióloga de esa Ciudad, quien se compadeció ante la posibilidad de una tarifa desmedida por la voracidad de los conductores- lo que finalmente nos puso al frente de su majestad “La Sebastiana”, que responde a una aspiración sentida del poeta del amor –cuenta en su página la Fundación Pablo Neruda- al pedir a sus amigas Sara Vial y Marie Martner:
“… Quiero hallar en Valparaíso una casita para vivir y escribir tranquilo. Tiene que poseer algunas condiciones. No puede estar ni muy arriba ni muy abajo. Debe ser solitaria, pero no en exceso. Vecinos, ojalá invisibles. No deben verse ni escucharse…”.
El ingreso a “La Sebastiana” –en el Cerro Bellavista- fue expectante y misterioso, con la tensión y a la vez el entusiasmo de sentir la atmósfera del poeta más grande del Siglo XX –como lo considera Gabriel García Márquez- siguiendo un angosto y medianamente empinado camino de pequeñas piedras -rectángulos grises y blancos- desde donde se necesita tiempo y concentración para entender su fachada de cuatro pisos, con una forma arbitrariamente casi rectangular –estrechando su tamaño a la mitad en el último piso, donde Neruda pernoctaba con su amada Matilde- como si sus ventanales fueron “colocados” de manera espontánea y desordenada –cuadros de distintos tamaños- que alcahuetean dos espontáneos brochazos de color naranja y azul claro, que vendría a explicar versos tan libres y a la vez tan surrealistas:
“Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca”.
(Poema 15 – interpretado de manera magistral por Mercedes Sosa).
El éxtasis del ingreso a la entrada de “La Sebastiana”, no fue opacado por la distante y casi iracunda actitud de los miembros de la “Fundación Pablo Neruda”, quienes sin mayores explicaciones nos entregaron una diminuta grabadora, que contenía cuatro botones, que explicaban respectivamente las características de cada piso, ocasionando –lo confieso- un incontrolable estrés porque no pude coordinar el botón para cada piso, y mientras iba hasta ahora en el segundo, el botón me estaba describiendo el tercero o cuarto, y en medio de semejante caos grababa mentalmente las escenas más impactantes, como cuando al fin uno de los botones acertó en colocarme al frente de uno de los más preciados tesoros de Neruda: Unas copas del Zar ruso Nicolás II.
Al subir la primera estrecha escalera de madera –una escalera caracol para los cuatro pisos- sentí por primera vez la sensación de estar a casi cuatro mil kilómetros de Colombia, al encontrar un mural con un antiguo mapa de la Patagonia, elaborado por los artistas Francisco Velasco y María Martner –entrañables amigos del poeta- con base en un mapa que guardaba celosamente Neruda.
Al continuar subiendo encontré un distintivo del proceder femenino –en este caso su esposa Matilde- al que no escapa ni siquiera el afamado nobel chileno, cuando decidió mandar construir en un espacio independiente algunos de los componentes del baño, consciente de la interminables demoras de ella en la bañera verde claro, y que el genio supondríamos no estaba dispuesto a esperar, perdiendo tiempo para ver desde su habitación matrimonial –con una cama extremadamente diminuta- o desde el altillo –su biblioteca- la descomunal y alucinante inmensidad de la Bahía de Valparaíso, en donde el poeta encontró una mágica y desconocida figura –en alguna parte- que se negó en revelar a sus amigos, argumentando que era un privilegio única y exclusivamente reservado para él.
Al abandonar el lugar, a este Columnista lo embargó una sensación de frustración, una impotencia absoluta, un vacío indescriptible, al sentir que había sido un tiempo bastante corto, escaso, fugaz, con “Su Majestad, La Sebastiana”, sin poder absorber su alma, su espacios, sus detalles, sus secretos, a lo que el sentir del poeta es “…pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido… Mi corazón la busca, y ella no está conmigo… De otro será. Como antes de mis besos… Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, mi alma no se contenta con haberla perdido… Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido” (Poema 20), y como exactamente lo sentí en otrora época, cuando perdí probablemente a la única mujer que he amado en mi vida.
Coletilla: Y tan solo resta regalarle al lector, estos apartes del poema “A La Sebastiana” de tan connotado autor, y que obviamente está dedicado a su preciado tesoro en Valparaíso:
“La hice primero de aire.
Luego subí en el aire la bandera
y la dejé colgada
del firmamento, de la estrella, de
la claridad y de la oscuridad…
…La hice primero de aire.
Luego subí en el aire la bandera
y la dejé colgada
del firmamento, de la estrella, de
la claridad y de la oscuridad…”.
*** Asesor Legislativo – Escritor.
Yopal - Casanare, 9 de abril de 2023.