La evolución estética del signo
Opinión

La evolución estética del signo

Manuel Hernández, el artista que puso a vibrar las curvas de los óvalos con la armonía de los rectángulos y sus diagonales, cumple 90 años

Por:
octubre 13, 2018
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Tal vez es importante hablar de la existencia de valores en una época de cambios continuos en donde, hasta se alteran las leyes de la física. La ecuación de que la velocidad es el tiempo sobre el espacio, no coincide. Todo cambió.  La velocidad superó a sus equivalentes. Y las sociedades son otras. La velocidad corrompe el tiempo y sigue su curso triunfal en un espacio cibernético donde, tal vez, no haya brújula. Nos encontramos en busca de una nueva medida para valorar lo intangible dentro de lo momentáneo en un mundo donde la conducta está domesticada por la nobleza de la modernidad del siglo XXI.

Por eso es importante recordar que lo esencial existe. En ese logaritmo de pequeñas informaciones, podemos pensar en Manuel Hernández a quien le importa la ética de los signos silentes. A la manera de los clásicos, busca la quietud en formas que flotan en el espacio. Su alfabeto geométrico ascético, lo ha restringido al óvalo, al rectángulo y a la diagonal. Con esas formas y fuerzas, el artista puede contarnos una infinidad de incidentes que se mezclan en un cúmulo de luces y, que aparecen en el espectro de unas atmósferas.

 

 - La evolución estética del signo

 

En esta selección que cubre el recorrido mental de sus obras nos muestran que, Manuel Hernández puede ser tan poético, que podemos acercarnos a la obra y observar el brillo en el borde de una línea porosa mientras por encima se descompone la luz en fragmentos. O tan expresivo que muestra la irreverencia de un gesto pictórico.

Manuel Hernández apaga o enciende la gama de colores porque busca en los tonos, el rumor de la sordina.

Manuel Hernández inventa mundos intangibles de argumentos invisibles donde solo el silencio importa como intervalo. Esa misma idea del no sonido como cadencia la ha buscado siempre lo moderno.

Manuel Hernández se expresa con todos los medios técnicos porque busca el borde sensible de las cosas sutiles. Hasta el extremo que llega a la delicadeza que se apoya en el mundo espiritual: el de la emoción de un presentimiento de la forma que, trae con ella sus direccionales.

 

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Es el comienzo de la creación que Manuel Hernández maneja con el óvalo como forma abierta y el cuadrado como forma cerrada. El dibujo resulta un medio versátil y hábil que en el mundo moderno cuenta con el papel como el comienzo de la historia de cada obra porque todo depende de su textura, su delicadeza o finura. El comienzo de una obra se consolida con el encuentro de un fondo sólido que reconoce en contacto con el papel, el trazo.

Manuel Hernández necesita esa quietud interior que le da el papel como fondo, para poner a vibrar las curvas de los óvalos con la armonía de los rectángulos y sus indispensables diagonales que, por indispensables, interrumpen el paso o, son el punto de contacto en su geometría. Las franjas son direccionales rítmicas que flotan en el espacio. El papel es la base quieta y cálida donde Manuel Hernández propone formas entrelazadas con colores y sus tonalidades y brillos. El color ocre es siempre cálido, el azul es frío, los intermedios son los colores saturados como el azul, el verde y el violeta. También es importante lo lleno y lo vacío, argumentos que son contraste y resonancia de la forma y, donde importa la austeridad de lo limpio.

Manuel Hernández tiene infinidad de recorridos artísticos. Por ejemplo, encontró en Piero de la Francesca la línea categórica que se mezcla con lo bidimensional.  En Manet, la sorpresa aparece cuando sin terminar los contornos de un cuadro abandonó el lienzo crudo y creó la necesidad de una masa cálida. En Cezanne busca la geometría interna. En Picasso, la huella cubista de la diagonal, en la triangularidad de las formas que, después produjo una geometría móvil y categórica. En Mark Rothko -su alma gemela- porque busca los contrarios, libera y alterna los tonos mientras sella sus mundos. En el italiano Alberto Morandi, lo siente presente y lo indaga cuando interrumpe la línea en fragmentos -que son factores alternos al ritmo- y, por abrir un nuevo camino cercano, al éxtasis de lo silencioso. De Paul Klee la versatilidad de la técnica, de Petorutti el cubista argentino quien le enseñó en sus comienzos, la importancia del clima entre la luz y sus transiciones entre lo cálido y lo frío y sobre la geometría bidimensional. En Roberto Matta el chileno surrealista que manejo lo macro y lo micro como logaritmos de ciencia, lo desbordó con las posibilidades de las atmósferas. De Jesús Soto o Piet Mondrian encontró la síntesis de reducirse a cuadrados y rectángulos. También encontró mensajes en la categoría precisa del arte norteamericano perteneciente al Expresionismo abstracto: Pollok, Motherwell, Morris Louis, Indiana o Lichtenstin.

Como diría R.M. Rilke en sus cartas a su amiga veneciana: “Todos estamos en peligro mientras vivimos, y lo que amamos no es otra cosa que ese peligro, pues ensancha nuestros corazones haciendo entrar en ellos el infinito”. En el infinito laberinto de la obra de Manuel Hernández, la línea lleva la inteligencia de una rutina que nos muestra el manejo de la vibración de una línea que, allá dentro, presiente una curva. El ritmo lo encuentra en los puntos de apoyo de las formas porque ellos proyectan un movimiento quieto.

En la complejidad de lo sublime, sobre Rembrandt cuenta Valery, "sabe que la carne es fango del que la luz se hace oro. A todo le impregna un toque de sol que solo es suyo, el mezcla como nadie lo real con el misterio, lo bestial y lo divino, el oficio mas sutil y poderoso con el sentimiento mas hondo, el mas solitario que jámas haya expresado... "

 

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En la obra de Manuel Hernández el papel es un fondo mudo que le sirve para crear una carga en la segunda superficie, donde nacen las formas –tan geométricas, poéticas como abstractas o surrealistas- que flotan en un tímido relieve de brillos. En estos vericuetos, sale la magia y su poesía, las luces se integran a la superficie mientras el silencio permanece incólume.

Paul Valery comentaba cómo Degas vivía “consumido por la aguda preocupación de la verdad y ávido de cuantas novedades se introdujeran en los procedimientos de la pintura, poseído por lo clásico cuyas exigencias eran la elegancia, la simplicidad de un estilo que se pasó toda su vida analizándola”. Manuel Hernández no ha hecho nada diferente. Ha entremezclado, analizado y experimentado desde la atmósfera de un pigmento, la versatilidad de las emulsiones, hasta fragmentos de colores en papel sobre una superficie. Ha sentido la gama de los colores, los múltiples comportamientos de una línea emocional, en la creación de una atmósfera liviana o, en una textura rugosa que provoca un comentario sutil.

La armonía de la geometría en el movimiento, busca balances y puntos de apoyo. El dibujo es anímico, es el mismo relato de un hombre que busca las preguntas sin respuesta en el espíritu de una poesía presentida.

En sus dibujos se encuentran diversos argumentos: los que tienen la contundencia de un trazo, la forma de una mancha, la categoría de una línea interrumpida, un brochazo tan decisivo que, nos hace pensar en Degas y su admiración por Manet: en la seguridad, la certeza del ojo y el poderío decisivo en la mano.

Rainer Maria Rilke realizó la anatomía sensorial de la utopía de un creador que tiene el destino marcado por algún apoyo que insiste en llegar al rezago de eternidad intima, porque - las cosas vírgenes aún aguardan a los príncipes que vendrán a transformarlas en estrellas…Y como si fuera poco, Manuel Hernández dibuja en secreto una geometría humana que está dispuesta a soportar al mundo cuando Atlas deje de sostener su peso.

Esta donación de dibujos es para Manuel Hernández una carta abierta, una lección pedagógica que muestra el esqueleto de un largo proceso creativo, donde caben los avances como retrocesos, las dudas como las certezas. Y donde el único camino es persistir.

 

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