En Italia Salvini deshizo el gobierno el 8 de agosto y ya se siente primer ministro, a pesar de que hay sectores que consideran su accionar gubernamental de 14 meses de “fallido”. No se ve en el horizonte cómo frenarlo, es un populista sin escrúpulos, ofrece dádivas al por mayor. Su instinto de poder y la astucia lo tienen a las puertas del poder, gracias a los inmigrantes y a las ONG, que le han hecho la campaña. También obtiene enormes dividendos de vender su postura antisistema, leitmotiv de todos los populismos, agita el nacionalismo para usarlo como bálsamo para el alma italiana herida, que lleva años padeciendo los atropellos de Europa, a quien acusa de ser el instigador de todos los sufrimientos. Se abstiene de nombrar el desastroso manejo interno de la economía provocado por la ineptitud del sistema de partidos italiano que ha llevado al país a la zozobra de hoy. Vende el futuro prometiendo un renacimiento nacional, la vía más sencilla para confundir a los desesperados, personas mayores que gastan sus ahorros y personas jóvenes que se marchan a otros países huyendo del desempleo. El exprimer ministro, Enrico Letta, piensa que Salvini podría llevar a Italia “fuera de la Unión Europea” y provocar “otras terribles consecuencias”. Habría que ver la postura que asumen los inversores, mercados financieros y agencias de calificación, ante los alegres planes fiscales de Salvini que conducen a ahondar el agujero negro. En este momento —la Asunción en Italia y España—, los inversores en bonos ya están preocupados con la sola perspectiva de que Salvini asuma el liderazgo de Italia. ¿Cómo podrá manejar la nueva presidenta de la Comisión Europea el rompecabezas italiano, que solo avizora deterioro y a un hombre fuerte que no suelta su presa, igual que un pitbull rabioso?
Le espera, también, interrogante aún más complicado, la conflagración del Brexit, que Boris Johnson se ha encargado de ensombrecer, con unas tácticas tan parecidas o peores que las de Salvini. Lleva conspirando desde 2016. Usó la mentira y los enredos para obtener sus objetivos y no teme marginar a la democracia para aferrarse al poder. Este martes 13 de agosto el diario Telegraph publica una encuesta donde el 54% de las personas adultas británicas, excitadas por Johnson, están de acuerdo con cerrar el Parlamento para que los diputados no puedan impedir la salida no negociada, lo cual sería clausurar, además del Parlamento, la democracia. Un golpe de Estado perfecto —no al estilo africano sino con el más puro sabor anglosajón—, con el apoyo del Gobierno de los Estados Unidos, el primer interesado por razones geoestratégicas, ya que Trump y sus asesores ven en la UE un rival potencial para el poder de Estados Unidos, ansioso por imponer su hegemonía y su creencia en el autoritarismo ideológico. Trump ha ofrecido, una vez ejecutado el Brexit, acuerdos comerciales por sectores, a cambio pide eliminar a Huawei del mercado inglés, abandonar el acuerdo nuclear con Irán, y poner el sistema de salud encima de la mesa. Nada es innegociable, incluso el NHS, la joya de la corona. Esto sería visto como un acto de reverencia a Washington, el orgullo inglés quedaría vilipendiado y pisoteado. Boris convertido en un caniche, después de todas las bravuconadas que ha hecho frente a Europa, que debe asumir el futuro sin contar con los británicos, con todo lo que eso significa. ¿Podrá Ursula sujetar a semejante hombre tan arisco, que no le teme a nada y cuyo único sueño es llegar a ser más grande que Winston Churchill?
La señora Von der Leyen debe ser realista, las cuestiones Salvini y Johnson son tangibles, se pueden palpar y eso deja ver que lo por venir es conflictivo, muestra que el futuro para el próximo período de gobierno de la Comisión Europea estará plagado de turbulencias y enormes agitaciones sociales. Muchas más que para la anterior Comisión Juncker. Francia está ingresada en cuidados intensivos con la crisis de los chalecos amarillos, la desindustrialización y una deuda pública sin control, que es una espada de Damocles, incluso para el Eurogrupo. ¿Si preocupa la deuda italiana por qué no la francesa? España no ha podido solucionar su crisis política, hoy carece de gobierno —desde el 28 de abril— y podría seguir así los próximos seis meses. Aun así, por extraño que parezca, el país no se detiene, la economía marcha. Similar situación ya se vivió en el año 2015, cuando Mariano Rajoy tardó casi un año en formar Gobierno, por falta de una mayoría parlamentaria estable. Paradójicamente la economía en aquel año se desempeñó muy bien. Creció más que todos los demás países vecinos, un 3,4%, no visto desde una década atrás, se creó empleo, volvió a crecer la construcción. Este aparente ‘éxito’ llevó a plantear algunas preguntas: ¿Los políticos están para enmarañar los asuntos de política social y económica, convirtiendo a los problemas en insolubles? ¿Es el mercado financiero el que impone las líneas económicas y dice cómo se debe actuar? ¿Los políticos son simples marionetas que ejecutan lo que les dictan al oído el capital financiero? ¿En realidad prima la plutocracia por encima de cualquier otra consideración? De todos modos el clima español es volátil, la coyuntura actual genera incertidumbre, hace que el país sea fácil presa de los depredadores. Es un estancamiento impuesto por el egocentrismo y la falta de disposición para pactar de sus políticos. Eso es una tachadura en la imagen de España. Ya hubo elecciones, ¿para qué repetirlas cuando el resultado será el mismo?
Pero lo de Francia o España, los demás países también llevan lo suyo, Hungría, Croacia, Grecia, Lituania, todos —cada cual con sus retos y desafíos—, son asuntos de política interna que para nada conciernen a la Comisión, cada país debe resolver sus diferencias, sus interrogantes, de acuerdo con sus normas jurídicas y de convivencia en el marco del Estado de Derecho. Si este se ve vulnerado el Tratado de Lisboa contempla el artículo 7 para resolver una eventual crisis. Italia y Reino Unido sí entran en la esfera de la diplomacia y las normas comunitarias, dadas las dimensiones de sus asuntos, Italia con sus déficits estructurales que ponen en riesgo la eurozona —las deudas están agazapadas en casi todos los países, los políticos no hablan de ellas por cobardía y por falta de honestidad—, y Reino Unido que se acogió al artículo 50, sobre separación de algún país miembro del club de la UE. De la manera como se traten estos litigios depende el futuro de Europa, a la que urge dar a la economía pautas de crecimiento, que recobre las alas que le faltan desde hace una década, porque la desaceleración económica se ha convertido en un mal endémico. El Banco Central Europeo, y Mario Draghi, su presidente en ocho años, mandato que termina el próximo 31 de octubre, han fracasado en el manejo de la crisis económica de 2008. Los vientos afilados que hoy soplan son de recesión. Eso sería un golpe mortal para Europa, retrocedería muchos años, se quedaría sin influencia, no tendría nada qué decir en los grandes foros mundiales. Europa sin voz, sería estrujar las relaciones internacionales. Entregar el mundo a China y Estados Unidos, y así retroceder en libertades, atropellos comerciales.
Siempre van a existir las crisis y dificultades, son el pan cotidiano. Cada día nos trae un nuevo sobresalto, pero también la posibilidad de una nueva alegría, ¿por qué no? De lo que se trata es de hacerlas menos gravosas para el ciudadano. No que se eternicen, sin solución de continuidad. Este es el objetivo de la política, su razón de ser. Boris Johnson dice que con Theresa May se perdieron tres años y, lo más espinoso, la acusa de virar hacia políticas laboristas. Está por verse si tiene razón en las próximas semanas. De Jean-Claude Juncker, antecesor de Ursula, se dice que su período como presidente de la Comisión, hoy en funciones, ha sido errático, no logró el suficiente respaldo de Angela Merkel, que imponía distancias con el luxemburgués. Ella se opuso a su investidura. Dice que su gran error fue no haber combatido, durante la campaña electoral al referéndum, las “mentiras” que llevaron al Brexit. Ya a punto de entregar el cargo, hoy vive una letárgica transición, y como para disculpar sus desaciertos, propinó un fuerte puyazo a la lamentable intransigencia “de esos países donde se habla la lengua de Goethe”. ¿Juncker sacó réditos para su particular historia personal, y para obtener una vejez dorada, placentera, al margen de que la Europa comunitaria quedó atascada, en punto muerto, a merced de la inconsistencia y la falta de objetivos precisos?
Ursula afronta su presidencia con el apoyo incondicional de París y Berlín. Un activo definitivo. Algunos especulan que fue el presidente Macron quien la propuso para el cargo. Es posible, pero a cambio exigió a Christine Lagarde para la presidencia del BCE, para suceder a Mario Draghi. Doy para que des. Si fue así, Merkel escuchó lo que quería escuchar. A su delfín Von der Leyen la dejaba en el puesto más importante del Club europeo. Dotándola, revistiéndola de toda la autoridad posible para que el pathos alemán se siga difundiendo en toda la Comunidad europea. Merkel quiere dejar bien atada y comprometida su impronta, que se forjó en la Alemania comunista, por tanto adoctrinada en el régimen soviético, habla con fluidez el ruso, ya que su padre, alemán occidental se trasladó al Este y allí se crio, era magnífica en el conocimiento de Pushkin, lo recitaba de memoria, y de Nikolái Gógol; luego con la caída del Muro se afilió a la CDU, el partido de la Unión Demócrata Cristiana de Alemania, obtuvo el padrinazgo de Helmut Kohl; a partir de 1998 se abrió paso sola y, con todo el valor del mundo, atravesó el Rubicón. Lleva 14 años como jefa de Alemania y de Europa, manda sin imponer, impone sin forzar, fuerza apenas lo justo, su justicia es la jurisprudencia germánica y no pierde de vista lo que el sabio de Weimar solía poner en práctica: sin prisa pero sin pausa. Para que la obra cumbre de Frau Merkel alcance la cúspide, dentro de dos años, 2021, cuando termina su mandato de gobierno, debería sentar en la cancillería como su sucesora a AKK.
Ahora ella impone, sabiendo que el impositor ha sido Emmanuel Macron, a Ursula von der Leyen. Cuya elección y nombramiento provocó muchas lipotimias. En su tierra se produjo una crisis en la coalición gubernamental CDU-SPD. Martin Schulz (63 años, SPD) considera a Von der Leyen (60 años, CDU), como candidato equivocado y ve que la democracia en Europa quedó “dañada”. Merkel no consultó el nombre de Leyen con su aliado en el gobierno. Los socialistas alemanes —como Sigmar Gabriel— se sentían engañados, clamaban por poner fin a GroKo; “es una traición”, dijo. En Italia se dio el caso kafkiano de que Cinque Stelle, de Luigi Di Maio, partido antisistema, y Partido Democrático, de Matteo Renzi, de izquierda moderada, votaron, inexplicablemente, por Ursula, para que le alcanzaran los votos. Matteo Salvini estalló de ira y dijo: “Se acabó la confianza”, vio, igual que los alemanes, un acto de “traición” y puso en marcha su plan para disolver el gobierno transalpino. Digno de una novela de intriga de John le Carré, son los casos de Kaczinsky en Polonia y Orbán en Hungría, atacaban a la Comisión, la consideraban inoperante. Ambos odiaban a Juncker, lo veían como que “dividía y creaba conflictos en Europa”. Pero ambos, impensadamente, votaron a favor de Leyen. ¿El charme de Leyen logra doblegar a la razón?
Markus Söder (52, CSU), Ministro presidente de Baviera, indicó que la elección de Ursula se hizo en “la trastienda”, es lamentable ver como “la democracia pierde en favor de los remiendos en la trastienda”. Los Verdes alemanes no la apoyaron, pero le ofrecieron una cooperación leal, siempre y cuando ofrezca un programa serio contra el cambio climático. “¿Que era la mejor solución? Sí, pero sólo para el Ejército alemán”, tuiteó el líder de Los Verdes, Reinhard Bütikofer. Sin duda su elección se cocinó en la habitación de atrás, que es el lugar donde se construyen las intrigas palaciegas, no significa ello que sea ilegítima. Existía la pugna de quién elegía, ¿el Parlamento europeo?, ¿el Consejo Europeo? Lo hizo el segundo y despertó la piquiña del primero. Macron lo dijo: “Los jefes de Gobierno tienen toda la autoridad para nominar a sus representantes”. Esto va a misa. Al final de la marimorena, del bonche que se formó, Ursula fue elegida por la mínima, la Eurocámara quedó bastante fragmentada, lejos de la mayoría abrumadora que tenían las dos fuerzas mayoritarias, conservadores y socialistas; la aritmética tradicional de los grandes grupos ya pertenece al ayer, ahora los apoyos se sucederán dependiendo del tema que esté encima de la mesa.
Cada país tiene que seguir construyendo su propia historia. ¡Como si cada uno tuviera su propio Brexit!, aunque con un destino común, solidario, y hasta donde sea posible —si es que esto puede ser factible— alejado de las ideologías, focos de parálisis que labran la ineptitud. Ese conglomerado de países alrededor del euro es uno de los proyectos más interesantes que ofrece el siglo XXI. Una moneda común, fuerte, estable, soberana, es fuente de beneficios, de ventajas. Puede servir para engrandecer o para destripar. Pero no se trata de fe, más bien de realidades. No se pueden permitir soluciones parciales o sectorizadas. Hace unos años el ex primer ministro, Poul Nyrup Rasmussen, socialdemócrata danés, criticaba algunas decisiones calificándolas de interesadas, decía: “Tiene que entender que la Comisión Europea (esto era en 2010), no es una Comisión socialdemócrata sino conservadora. Durao Barroso pronuncia algunas palabras bonitas pero es un tipo conservador”. Esa es una realidad, desde 2004 y hasta 2024 la Comisión es regida por los conservadores. Los próximos 5 años de Ursula podrían ser catastróficos, si ella sigue aplicando las recetas alemanas que desde 2008 son exigidas como una camisa de fuerza, y que no han funcionado, Europa seguirá marchando a media máquina, con el mismo ritornello de la Europa a dos velocidades, de la Europa del norte, trabajadora e industrial y la Europa del sur, que según el político holandés Jeroen Dijsselbloem, socialdemócrata, fue presidente del Eurogrupo, “dada a pedir dinero” para malgastar. Dice: “Pero quien pide, también tiene obligaciones. No puedo gastarme todo mi dinero en copas y mujeres y seguidamente pedirle su apoyo”. Cuánto desparpajo tiene el caballero Jeroen. En el fondo de sus palabras se perciben las cortinas de humo que procuran beneficiar una parcela política.
Las noticias se suceden sin parar. El miércoles —14 de agosto— por ejemplo, a primera hora del día, Alemania anunció la contracción de su economía en el segundo trimestre del año. ¿Causas? La incertidumbre sobre el Brexit y la guerra comercial USA-China, desaceleró la economía alemana que depende de las exportaciones. Alemania es el motor económico de Europa. Si Berlín estornuda, Europa se pone febril. Volker Treier, de Industria y Comercio, admite que Alemania “como proveedor global de inversión de maquinaria, equipos e instalaciones, sufre un gran perjuicio. No vemos cuando acabará". El señor Treier deja las cosas en el aire…, se abre la puerta de los sustos, como dicen los taurinos. Además, las economías de Francia, Italia y España también empeoran. El jueves 15 de agosto se dice que la curva de rendimiento se ha invertido, y está en negativo, que lleva a escenarios sombríos. Un paisaje propicio para una pintura negra de don Francisco José de Goya y Lucientes.
Pero el mundo nunca es sombrío totalmente —salvo cuando hay guerra, que es el fracaso absoluto de la humanidad—. Si hay vientos en contra globales que contraen a Reino Unido y Alemania, en cambio las economías orientales de la Unión Europea están creciendo, se supo el 14 agosto. Ha sido posible porque los gobiernos de Varsovia a Budapest han estado invirtiendo efectivo en la economía, según Bloomberg. El banco central de Hungría ha anunciado programas para impulsar el crédito a hogares y empresas. Chequia comenzó a construir 6.000 apartamentos nuevos este año, la cifra más alta desde 2008. En Rumanía, el Banco Transilvania dice que ha otorgado 100.000 nuevos préstamos, en los primeros seis meses del año. La región hace parte de las cadenas de suministro internacionales, el interrogante por aclarar es si el apoyo interno puede resistir la desaceleración global que se prevé, se pregunta Bloomberg.
Sea lo que sea, Juncker y Mario Draghi, a pesar de que cada uno de ellos hizo grandes inyecciones de estímulo monetario, no podrán pavonearse hablando de lo bien que han dejado las economías de la zona euro. La dificultad que lleva a estar casi siempre al borde la recesión, incluso mucho antes de 2008, hay que buscarla en los problemas estructurales de los países. Desde hace 15 o 20 años escucho siempre las mismas canciones. Hay una, creo que más escuchada que Yesterday’de los Beatles, es la que habla de la reforma del mercado laboral, que representa algo así como un bálsamo de Fierabrás, capaz de hacer bajar los niveles de desempleo, la gran lacra de la Unión Europea. El desempleo y la deuda pública todos los días caminan, agarrados de la mano, in crescendo. Otra canción, muy promovida por los bancos —por tanto es chirriante—, ven necesario reformar las pensiones y retrasar la edad de jubilación hasta los 67 años —cuando ya la persona esté privada de arrestos para moverse—. Una más —que se podría titular exabrupto—, subir el IVA, congelar salarios, para estimular la economía, o mantener salarios bajos para evitar la desaceleración. Cada escuela de economía aporta su punto de vista, pero irresponsablemente nunca dan la cara para responder por los estragos que causan. ¿Qué habrá en el fondo de ese batiburrillo doctrinario que persigue confundir y que nadie entienda nada y sí dar la impresión de que la economía es una ciencia al alcance de tres o cuatro lumbreras y los demás mortales solo necesitan resignarse?
Veamos la teoría de Jamie Dimon, chairman & CEO del banco JP Morgan Chase, una entidad financiera con más de 200 años de antigüedad, acerca de lo que él piensa sobre la crisis financiera europea, que ha destrozado el tejido social, ha producido un reacomodo de clases sociales, arruinado a millones de pequeños comerciantes, y destruido ingentes ejércitos de puestos de trabajo, que nadie ha querido apechugar, ni Jacques Delors, ni Jean-Claude Trichet, ni Durao Barroso, ni Junker, ni Mario Draghi, y muchísimo menos el FMI, o el Banco Mundial, entidades que fueron creadas hace 75 años por la conferencia de Bretton Woods, para poner en pie una economía devastada por la guerra. Nadie ha podido con la crisis europea de 2008 que sigue cojeando, renquea pesadamente y respira jadeante.
Míster Dimon propone que los bancos europeos necesitan fusionarse con rivales transfronterizos para competir a nivel mundial. “Deben buscar fusiones más allá de sus países de origen para aprovechar todo el poder económico de la región y ser más competitivos”, dice. Es una propuesta buena si queremos tener bancos gigantescos, tipo ‘es tan grande que no puede quebrar’, si caen en bancarrota el único perjudicado es el contribuyente. Véase Bear Stearns, se hundió en 2008, y Jamie lo compró a precio de saldo para el JPMorgan. “Si a los políticos no les gusta la idea de fusionarse, serán subescala para siempre, y eso no es bueno para su economía”, dijo en Global Markets Conference, el 15 marzo de 2019. Las fusiones son concomitantes con la pérdida de miles de puestos de trabajo. Juega con una palabra, que se puede aceptar o rechazar, según quien/quienes sea el beneficiario. Para él las fusiones producen “eficiencia” y sabe perfectamente que ser eficientes “significa despidos” y sigue: “Soy muy comprensivo con eso. Es mejor para la salud a largo plazo de la industria, no es bueno a corto plazo”. Cuando Dimon pronunciaba estas palabras estaba encima de la mesa la fusión Deutsche Bank y Commerzbank, que el 24 de abril de 2019, se rompió porque los expertos hablaban de que estaban en riesgo 30.000 empleos y la señora Merkel no se quiso jugar su cabeza con esa carta peligrosa. Jamie concluyó: “Es un problema político, no un problema regulatorio, por lo que ambas partes tienen que pensar en lo que realmente quieren un día”, y expresa lo más discutible de todo: “Hay que acabar con las regulaciones que impiden la diversificación”. Vale, pero si quedó alguna idea clara de la crisis del 2008 fue la de que “todo se debió a la falta de regulación de los mercados financieros”
El tiempo político. El tiempo económico. El tiempo del ciudadano. Ursula Von der Leyen es política, es su tiempo, es su hora. Es la hora de Europa. Tiene cinco años por delante. En las visitas que ha realizado a las distintas capitales europeas, exponiendo sus planes y escuchando los nombre propuestos para los Comisionados que la acompañarán, habla de que será una “Europa donde todos caben”, sin distinciones geográficas, ni países grandes o pequeños. Para la Eurozona es urgente hablar con voz propia, no ser el ventrílocuo de nadie. Identifica la demografía europea como problema de primera necesidad. “El primero que aprenda a desarrollar una economía adaptada al cambio demográfico tendrá una clara ventaja”, dice. Sabe que “la gente espera, con razón, soluciones”. Tiene el aval de Merkel y de Macron. Pero no puede ser presidenta para beneficiar a Berlín o París. Despojarse de la ideología será crucial para el éxito. El futuro es ayer, no es mañana. Allí es donde hay que encontrar las claves para desbloquear la parálisis que atenaza a Europa. De lo contrario está condenada a repetir la historia. La clave: encontrar la fuerza en la diversidad. Ursula Europa necesita que seas explosiva. Transmite esta dinámica a todos tus colaboradores. Para la Europa de siempre, otra Europa distinta es posible.