El que una persona devuelva un dinero encontrado en la calle, deja un aire de esperanza, en una sociedad corroida por la corrupción de la clase dirigente, pero que se diluye cuando aparecen siete personas diciendo que la plata era de ellos. Eso ocurrió en recientes días en la ciudad.
Se podría concluir que en la sociedad todavía hay unos pocos honestos que conviven con una mayoría de deshonestos.
Desafortunadamente es mayor la decepción que esa luz de esperanza.
Pero no podría ser de otra manera si se observa con detenimiento las conductas de algunos personajes de la sociedad que deberían ser ejemplo y son lo contrario.
Hace unas semanas el rector de la Universidad Sergio Arboledad ante la presión de un medio de comunicación que le reclamaba por un supuesto tráfico de influencias, planeado desde la misma universidad, respondió que así funciona la sociedad , y es lo normal.
Días después en un debate político en el Concejo de la ciudad, un cabildante de un partido tradicional, sugería que el Estado funcionaba desde tiempos inmemoriales con las corruptas y mañosas maquinarias políticas, y añadía que eso no iba a cambiar nunca, a pesar de que todo el mundo se rasgara las vestiduras. Que así ha sido siempre.
En el plano electoral de campaña presidencial a las campañas más opcionadas han llegado expresidentes con las cargas más altas de corrupción. A una llegó un elefante dando cátedra de ética política y a la otra llegó uno parecido que dicen definirá quien será el presidente.
Total, quien gane, estará infiltrado por la histórica corrupción, cáncer incurable de nuestra sociedad. Como el hecho acontecido al norte de la ciudad, habrá algún honesto, pero por uno, hay siete deshonestos dispuestos a engañar y a cohonestar con la corrupción para obtener sus propósitos.
Vivimos en una sociedad corrupta de arriba hacia abajo, o, de abajo hacia arriba, como el cuento de la gallina y el huevo, sin que la solución provenga del sistema político. Eso es claro.