La banalización del debate político a raíz de las declaraciones de Duque, en las que tergiversa nuestra historia patria, de lucha por la libertad y la justicia en cabeza de nuestros próceres, es una banalización de las complejas y precarias realidades de los colombianos de a pie.
Equivale a igualar todo el debate político en una misma mesa, es lo mismo hablar hoy de Odebrecht-Grupo Aval, el escándalo más grande de corrupción del país que hablar seguidamente de las "estupideces" del presidente Duque.
Reproducir las cortinas de humo que lanzan desde diversos flancos de las estructuras del poder es caer en el juego de la distracción.
En política no existen las casualidades, menos de forma tan seguida.
A cada escándalo o hecho que pone en jaque a los actores más destacados del establishment, le suceden siempre hechos que desvían la atención ciudadana, disminuyendo la efervesencia social que la corrupción estaba despertando en las ciudadanías.
Las estupideces de Duque no son tales si se mira con detenimiento la funcionalidad de las mismas para los intereses de las élites.
Aunque parezca descabellado, hacerse el estúpido es también una forma de hacer política.
