Alguna vez oí decir que la estupidez es contagiosa, no me pareció algo tan verídico hasta que me vi defendiendo a un compañero que tiró una pintura abierta en mi bolso. Al acusarlo, el coordinador me dijo que si este caso se iba hasta el fondo mi compañero no podría graduarse, allí cayeron sobre mí el remordimiento y la culpa y finalmente no le di largas al asunto. Al final, él me pidió perdón y yo lo acepté, no tanto por la rabia como por el carisma que infundía él en mí.
Luego de un tiempo comprendí que estaba repitiendo algo muy común en mi familia, me lo habían enseñado al pie de la letra, sabía cómo hacerlo, tragarme la rabia que sentía y digerirla en otros espacios, es decir, no podía actuar al “natural”, en “limpio”, tenía que emprender un proceso más tedioso y largo para procesar las cosas, pero en ese lugar mi silencio era estúpido, a pesar de que yo, por una u otra razón pensara que era lo más sabio que podía hacer.
Debí haber pensado en muchas cosas, sumergirme por pasadizos de escurridizos eventos que engendraban nuevas respuestas erradas. Otrora un tiempo, y luego de que diversos encuentros pastorales funcionaran como catalizadores me convertí en el “charro” del paseo, desfilaba en paños menores entonando mi miembro a todo el que se atrevía a mirar y decirme “trípode” o “burro”, con eso me sentía querido, siendo el prostituto del momento, alimentando las máscaras, la estupidez entre mis compañeros.
Y es que ser estúpido no se refiere a una categoría fija, hay asuntos que, en un país como Colombia nos hacen pasar por tontos, sobre todo cuando nos desfilan las prostitutas del poder alimentando las máscaras, las estupidez entre un pueblo. No son palabras mayores, sobre todo por los aparatos que la mayoría de clases políticas utilizan para embobar un pueblo ya de por si anclado a la desinformación.
Y me refiero a que la estupidez no es una categoría fija en un pueblo con más de 50 años de guerra y con una herencia política que ha desangrado tanto los ideales como los recursos naturales. Nos encontramos en un estado de transición, eso se demostrará con las grandes sorpresas que traerán la elecciones del 2018, a la cual harán hasta lo imposible por sacar su mejor tajada ¿Será siguen gobernando los mismos? Así como es un estado de transición, veo que el pensamiento también es transitorio, y el pueblo tiene la posibilidad de salirse de esos juegos mediáticos que invisibilizan lo esencial ¿O soy muy positivo en un país como Colombia?
Si nos remitimos a las elecciones pasadas, y hablo de ellas porque no hemos terminado de digerir el triunfo de un mandatario que gana con una iniciativa de campaña que luego pierde bajo otro mecanismo. Tal vez él estaba confiado en el beneplácito del pueblo por la paz, más no sabía que eso era aprobar su gestión, su ser como mandatario que ya de por si tenía muy baja popularidad.
Tal vez sus jugarretas dieron frutos, y me refiero a los expertos en marketing y antimarketing liderados por el “innombrable”. Los cuales lograron que esta iniciativa tan aceptada como obvia ganara tal impopularidad que se fuera a pique en las votaciones del plebiscito. Parece que esa paz no convenciera a gran cantidad de colombianos, incluso a mi tampoco (a pesar de haber votado por el si), sabía que habían asuntos de fondo, del proyecto social en si que se estaban jugando. Sin embargo las razones son las que dan fundamento, y la mayoría se quedaba en la máscara “No quiero un estado castrochavista”, “no queremos que hayan premios para esos bandidos” “No a la presidencia de Timochenco”, etc. Podriamos debatir cada una de estas razones, más no es el objeto que nos ocupa hoy.
Pero no hablemos de amores. Santos es solo la otra cara de la moneda, otro más de lo mismo de su férrea oposición liderada por el mismo innombrable que tanto quieren nombrar, él mismo que le hizo campaña desde su vicepresidencia, y él mismo que marcó el norte de este nuevo país polarizado, que intenta agarrar el humo y no las cosas como son.
Somos un país de humo, y cada uno de nosotros es cómplice de eso, no solo el que sigue con demagogia la filosofía de estos partidos políticos (que no tiene por qué remorderse), partidos que no son más que empresas de extorsión, lugartenientes que ostentan onerosos terrenos apoyados en un pasado familiar, restringido a los que pueden decidir sobre el futuro de una nación.
Más el problema no son ellos, podríamos decir que son algo así como la conciencia de la muerte en el ser humano, o el humo pestilente de una metrópoli mal planeada como Medellín. El problema recae sobre aquellos que se piensan de otra forma la realidad, sobre los que de alguno u otro modo han ido más allá y tienen una visión más humana del país. Los que han sido críticos de la realidad, del proyecto que tienen de nosotros.
Lo digo porque se han acelerado, y con justa razón, todos queremos un cambio pronto en el país, pero la cosa no es tan fácil como quererlo y ya. Hay un afán de crítica, de echar al agua, de mostrar unas verdades a las cuales un país estupidizado no logra asimilar de la forma en que las personas que han sido más reacias a la realidad lo quieren mostrar.
Existe una enorme cantidad de memes, videos, imágenes, trinos, comentarios, etc. Que de alguna forma han tenido efecto en el quehacer colectivo de las redes sociales, más se han convertido en un arma de doble filo con la cual sentimos que estamos haciendo bien a la sociedad, para que de un momento a otro se les prenda la “lucecita” de la verdad y vayan en contra de los aparatos dominantes. Nada más egocéntrico y narcisista que eso, creer que nuestros memes pueden cambiar la estupidez de un pueblo.
Y no digo que no haya un efecto, por lo menos se ha abierto el debate y la discusión con la cual cada uno debe sacar su mejor argumento a sabiendas de que el otro lo pondrá en duda, por lo menos hay un sentimiento de que podemos expresarnos y liberarnos de la rabia que genera la desilusión y la impotencia. Pero tal vez así no se haga del todo.
Cuando veo una publicación en la que se encuentra el “innombrable” de primera fila y un párrafo que da cuenta de sus manipulaciones, sospechas o atentados contra la moral, etc. Realmente lo primero que veré será su imagen, mi cerebro la procesara inmediatamente y llegaré al lugar común, si voy a favor de él lo miraré con fervor, si voy en contra de él probablemente difunda la publicación porque me ha dado nuevas luces, si soy del común, se grabará en mi y sabré que es un personaje importante o conocido.
Los medios ayudan, internet se ha convertido en el medio de trabajo de la televisión y los noticieros solo difundirán lo que le sirva a su sistema y a la fidelización del usuario, que es por lo general, perezoso. Los políticos se valdrán de cualquier estupidez, de cualquier modelo que atraiga al público para lanzar su campaña y estar en boga de todos, aprovechándose del ciudadano promedio (que es el más vulnerado en sus prácticas corruptas) para generar propaganda. Aquí el precio no importa, porque la tienen toda para ser los reyes de la publicidad, para ser maestros en redes sociales y marketing.
Traigamos algunos ejemplos; la abuela Mercedes que iba a votar por JuamPa y no por Zurriaga, a la cual nuestro honorable presidente le agradeció su triunfo, la joven que votaba no en el plebiscito por diversas razones, algunas erradas, Epa Colombia y su show, etc. Diversos videos, algunos inventados por estos aparatos políticos, otros espontáneos, pero que finalmente sirven para impulsar la actualidad, el “estar ahí” de algunos personajes y sus intereses a través de la muestra pública de estupidez, logrando conectar a un pueblo a través de identificaciones. Finalmente somos nosotros los que propagamos el show, junto con sus equipos políticos.
Tal vez, es tiempo de hacer silencio. En un mundo de interconexión, de ruido mediático e información fácil e inútil, todavía tenemos la posibilidad de no difundir esa crítica que solo sirve como un arma de doble filo, en contra de lo que queremos trasmitir. Podemos publicar asuntos positivos y negativos, claro está, pero no haciendo énfasis en personajes que solo encarnan, por encima, el humo del proyecto social en el que estamos inmersos, un problema de fondo que, luego de haber superado el humo de la guerra, nos queda por atacar, y que tal vez sea el verdadero enemigo.