Una máxima latina nos dice divide et impera, divide y vencerás, algo que Álvaro Uribe Vélez conoce a la perfección. Dividiendo a esta tierra incauta se ha mantenido vigente, reinventándose hasta hace poco como el senador de la extrema derecha. Aunque su estrategia está llegando a su final –esta declina a pasos agigantados–, no se puede negar que el poder que tiene se ha hecho sentir con su propia impronta: acaparando a los medios partidarios, instaurando un discurso patriotero y desacreditando a sus opositores ha logrado colocar a un inepto de presidente y ha sorteado los entuertos judiciales que ahora vuelven a acosarlo. Sin embargo, es más la gente que hoy le reprocha su pasado turbulento, que no traga entero y que se está dando cuenta que este país es más falso que un truco de Mandrake.
Es dividiendo al país como sus copartidarios quieren hacerle creer a los colombianos que su ídolo de barro es un perseguido político, un mártir de una justicia hecha a la mediada de la izquierda que se quiere tomar la política nacional. ¡Puras patrañas! Son las patadas de ahogado que dan y que no los va a llevar a ningún lado (de pronto sí van algún lado: al fondo del estanque en donde se hunde su mentor). Es que ellos no creen que la sociedad desde hace rato le viene cuestionando a Uribe las masacres que financió, sus vínculos con el narcotráfico, hasta el punto de aceptar que es el padrino del paramilitarismo que, aunque el Centro Democrático lo niegue, colocó los mismos muertos que la otrora guerrilla de las Farc dejó regados por los montes y veredas. Todo se supo, así que seguir dividiendo a la gente solamente hace que se destape a un más la olla podrida.
Da risa ver cómo algunos periodistas, abogados, gente del común, en fin, la poca fanaticada de Uribe, trata de enviar un mensaje de apoyo a un tipo que aunque no está condenado judicialmente sí lo está moralmente hablando. Como humilde hombre de a pie espero que la justicia obre como es debido, pero sé que todo esto puede que no llegue a ningún Pereira. Lo que sí está claro es que cuando se recuerde el nombre de Álvaro Uribe Vélez, pues vendrán a la mente masacres, motosierras, sangre y narcotráfico. No quedará más que la imagen de un mafioso que supo llegar al poder, manipulando a su antojo a una horda de incautos que son los responsables de la degradación de este tierra enferma de idiotez.
El panorama político para el 2022 es bastante incierto desde cualquier punto de vista. Sin embargo, el uribismo hoy carga una lápida: la de su muerte política. Si quiere resucitar tendrá que buscar a otro Ñeñe Hernández o a cualquier otro mafioso que con billetes de cincuenta vaya de pueblo en pueblo comprando la conciencia popular. Nadie le augura a Petro ni a Fajardo la presidencia, por lo que la contienda va a ser dura y los colombianos, que de a poco ya no tragan tanto cuento, tendrán que es coger lo que mejor le convenga a una nación que se acostumbró a vivir en el fango.
