La estética de la fealdad: ¡el drama campesino!

La estética de la fealdad: ¡el drama campesino!

Por: Halinisky Sanchez Meneses
mayo 02, 2014
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La estética de la fealdad: ¡el drama campesino!

Es posible que las guerrillas terroristas pretendan cooptar el paro de nuestros campesinos, la carga de la prueba la tiene el gobierno en este caso, pero a la fecha mientras la tensión social recorre el país, el gobierno al igual que todos los gobierno de antaño echan mano del viejo argumento de que aquí no pasa nada, sino que la crisis del agro es una invención subversiva, el tema no es de izquierdas o derechas, el tema es que para construir una democracia medianamente respetable se deben garantizar unos mínimos a los ciudadanos, sean estos ricos, pobres, urbanos, rurales, en fin pensaba en esto cuando tome el auto sin mayor entusiasmo al mediodía del primero de mayo, la destartalada camioneta que me llevaría del Banco Magdalena a Pelaya Sur del Cesar, un sol inclemente que le quema la ilusión a cualquiera y una silla incomoda en la parte trasera.

Entre gritos y uno que otro insulto de los maleteros y el olor nauseabundo del mercado más desorganizado del mundo, por fin tomamos la carretera destapada que separa al sur del Magdalena con el sur del Cesar, el calor me había nublado los sentidos y no me fije en las compañeras de viaje, parecían tres personajes surrealistas, tres señoras de muy avanzada edad con dos niños cada una, uno pegado en la pierna de su madre llorando a mares y otro de brazos amamantándose en el seno derecho de la vieja, me quedé estupefacto: ¿Cómo estas mujeres tan viejas podrían concebir?

De inmediato pensé hacer una crónica, sobre la fertilidad en la edad geriátrica, por la milagrosa ingestión del bocachico en el rió grande de la Magdalena, al observar con mayor detenimiento, la realidad fue aterradora, estas tres mujeres no eran viejas, o bueno si eran viejas, o mejor parecían viejas pero no lo eran, eran adolescentes entre los trece y dieciséis años, mujeres campesinas de los corregimientos ribereños jurisdicción del Banco Magdalena.

Unas niñas que criaban y amamantaban niños, unas ancianas, extremadamente flacas, podría decirse que desnutridas, la menor era una negrita que a los sumo tendría 14 años, su niño agarrado de la pierna, con la cara llena de mocos, tenía el pelo y la piel rojiza supongo que por la desnutrición, su espalda y su cara llena de granos el abdomen enorme, como si estuviera preñado de la tragedia misma de la vida: hambre, miseria y desnutrición, la mamá por su parte con sus piernas torcidas, los senos largos y caídos; masacrados por las estrías que desnudan las dureza de los partos, el pelo despeinado y grasoso, y la dentadura llena de sarro y en avanzado estado de pudrición, la otra era una joven trigueña con un bebe hermoso pero lleno desde los pies hasta la coronilla de la cabeza de unos puntos rojos, gesticulaba un llanto que nunca pude escuchar, y me horrorizo la imposibilidad de supervivencia de estos niños, eran seis, tres niñas paridas dos veces, tres niñas sin muñecas que aguantando hambre intentan no dejar morir a seis niños barrigones y desnutridos que como si presintieran la injusticia y el terror del país en que les toco nacer se aferran a las piernas de sus madres por miedo a soltarse y morir, tres mujeres de sesenta años que no superan los dieciséis, mal vestidas, con los dientes podridos, los pies sucios de barro, las chancletas rotas, la piel reseca por el inclemente sol, ¡feas!

Tres ancianas adolescentes, seis niños que no se si en mi viaje de regreso a la depresión momposina estén vivos o puedan leer esta crónica algún día, mujeres feas, porque la miseria extrema te afea, el excluido es feo, el hambre, las condiciones precarias de vida inciden mucho en tu presencia física, estas jóvenes campesinas no acceden a elementales servicios públicos, y es lógico que la estética de la fealdad sea un atributo característicos de los hambrientos y menesterosos del mundo, pues si no tienes para comprar un plátano y saciar el hambre, mucho menos para comprar un Champú o una crema anti-celulitis.6

Mi viaje por la depresión momposina me enseño la estética de la miseria, la fealdad de la pobreza; la cara horrible de la injusticia social y la necesidad de que el hambre y la miseria extreman sean declarados sujetos terroristas, pues no hay mayor terror que un flagelo que te mata y te hace feo, pues la mayor de las veces nacemos bellos y el hambre; como el hambre que aguantan los hijos de nuestros campesinos a orillas del rió Magdalena nos hace feos, se me disipaba así el lejano imaginario de que entre los pobres hay algún príncipe o princesa que por su belleza ascenderá y quizá pueda salvarse de morir de inanición, eso solo se ve en los cuentos de hadas y las romanticonas novelas mexicanas, porque la miseria nos hace estéticamente feos.
Nuestros campesinos, las manos trajinadas de trabajar para un país urbano que no comprende tu importancia, no comprende que produces el 70% del alimento que llega a nuestra mesa, un gobierno desconectado de tu realidad histórica, un gobierno que tiene una zanahoria gigante para las elites y un garrote universal para el que siembra y trabaja la tierra, un gobierno que no entiende que no es consciente de que en sus manos carga una histórica bomba, un peligroso explosivo que contiene el hecho de que el Gini de propietarios es 0,87 lo que indica que el país registra una de las más altas desigualdades de la propiedad rural en América Latina y el mundo, en Colombia el 52,2% del área está en manos del 1,15% de los propietarios o poseedores, mientras que el 78% de ellos tiene apenas el 10,5% del área, que el modelo de desarrollo ensayado, que solo tiene en cuenta el crecimiento económico, ha producido: pobreza, que afecta al 50% de la población rural; y patrones de uso irracional del suelo: en agricultura solo se usan cinco millones de hectáreas, sobre un potencial de 21,5 millones, y en ganadería hay sobre explotación, 39 millones de uso contra 21 de vocación, situación que afea a nuestros campesinos.

Nuestros feos campesinos, nuestros harapientos campesinos, mueren en la más vergonzosa miseria, mientras que en las urbes los pobres son el 30% y los indigentes el 7%; en el campo los pobres son el 65% y los indigentes el 33% y ni modo de que los escojan como modelos de una marca prestigiosa de ropa o como ítem publicitarios de un dentífrico famoso, ya que el hambre hace que se te caigan los dientes.

CRISTO nos redima.

Halinisky Sánchez Meneses

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