La plaza “23 de enero” de un barrio popular de Caracas es fenómeno mundial, un referente internacional. Salió de su completo anonimato hace unos años, cuando se le agrega un adorno muy particular, símbolo de la más antigua guerrilla colombiana. Algunos vecinos decidieron levantar una estatua para recordar supuestamente a Manuel Marulanda Vélez, más conocido como “Tirofijo”. En Colombia se produjeron protestas al más alto nivel, que hasta proponían declarar persona no grata al alcalde de Caracas.
Pero lo que hizo la molestia colombiana fue resaltar más la identidad del personaje. Pocos sabrían de quien se trata ya que tiene más parecido a un viejo cura después de un abnegado trabajo y con riesgo de ser canonizado. El muñeco de bronce está lejos de parecerse a Marulanda. Pero por cuenta de la sensibilidad colombiana, Caracas tiene a un Tirofijo reconocido y a una plaza hoy convertida en sitio de peregrinación.
Un hecho estatuario similar ocurrió en Pasto, la “Ciudad Sorpresa” colombiana, hace unos 65 años, aunque un poco contrario. Cuando se terminaba de construir la Iglesia de Cristo Rey, de la comunidad jesuita, una de las más importantes de la ciudad y ubicada en pleno centro, uno de sus superiores encargó tallar una estatua de mármol que evocara a San Ignacio de Loyola fundador de la Compañía de Jesús. El trabajo se ordenó en Cuenca (Ecuador) a un reconocido escultor que al parecer no cumplió oportunamente con el encargo.
Según lo refiere hoy el arquitecto historiador Mario Hoyos, hace unos 20 años conoció una versión contada con algo de sigilo por un religioso. El mármol de San Ignacio no estuvo a tiempo y tal vez por confusión o por la prisa, los jesuitas recibieron la efigie de un personaje parecido que ubicaron en el atrio de la iglesia. Expertos en el tema como el analista Álvaro Villota Viveros y el maestro en artes Álvaro Reyes (ex director cultural del Carnaval de Pasto), corroboran que esa talla corresponde en realidad a la figura de Vladimir Lenin, líder soviético propulsor de la revolución comunista. Igual concepto tiene el escritor y periodista Pablo Emilio Obando.
Para el Padre José Vicente Ágreda, experto en iglesias, la estatua tiene unos 65 años y no tiene dudas en que es la imagen de San Ignacio de Loyola. La ex Presidenta de la Academia de Historia de Nariño, Lidia Muñoz, lo considera un tema más frívolo. “La percepción es parte del imaginario de los artistas, la estatua es un acto creativo subjetivo y frente a ello hay libertad de hacer interpretaciones”.
Lo cierto es que al mirar en detalle la talla, el personaje de marras tiene actitud altiva. Con la frente en alto, enarbola una bandera que lo cubre, no calza sandalias como los santos sino botas de militar, con facciones similares a las de Lenin (ver fotos). Salvo que sea la imagen de San Ignacio de Loyola cuando no tenía vocación de santo y como él se describió alguna vez: “dado a las vanidades del mundo y principalmente se deleitaba en ejercicio de armas con un grande y vano deseo de ganar honra”.
Esto demuestra que el asunto de las estatuas no debe trascender, que son apenas unos símbolos para que mucha gente a su vez los interprete a su acomodo. El modelo de Pasto es un ejemplo de tolerancia. Para los jesuítas es su San Ignacio de Loyola, pero para la mayoría de personas es un “infiltrado soviético” venerado como un santo en una importante basílica. Entonces, si Caracas tiene a su Marulanda, Pasto tiene a su Lenin y no hay desencuentros.