“La economía pone al servicio de los estados formas impensables para recaudar de forma fantasma y que la ciudadanía ignora por completo. Son impuestos que no nos damos cuenta que pagamos porque no suponen un desembolso. Una de ellas, aunque parezca mentira, es la inflación”
Fernando Trias De Bes
Los malos gobiernos (que prevalecen y se reproducen en Latinoamérica), especialmente los de la izquierda (los progres, los verdes, los inclusivos, los maoístas, los chavistas, los petristas y toda esa fauna variopinta que promete utopías y cumple pesadillas), son unos “genios” en la aplicación de medidas que convocan a tres demonios económicos que juntos se transforman en un espantoso mal que destruye a las naciones y aumenta la pobreza (esa que, desafortunadamente, mantiene vivos y en el poder a los de la política zurda).
El primero de estos infames monstruos se llama inflación y por supuesto existen muchas formas en que este satánico mal se conjura; entre otras cosas, existe la manía desesperante de emitir papel moneda inorgánico, aumentar las tasas impositivas, establecer el cepo cambiario y destruir la confianza inversionista. A partir de ahí, los empresarios y comerciantes se ven obligados a aumentar los precios de los bienes y servicios. Al aumentar el costo de producción, al generarse el fenómeno de pérdida de valor del signo monetario y al disminuir la inversión (por la poca confianza generada por el país derivada de las barrabasadas económicas de los izquierdistas), se viene tras del engendro inflacionario el siguiente jinete del apocalipsis económico: la escasez.
El empresario, al ver que las ventas caen por el aumento de precios, se ve en una encrucijada que solo tiene dos caminos. El primero es verse en la necesidad de seguir aumentando los costos para mantener una producción que difícilmente va a tener una salida en el mercado, porque implica seguir en la escalada de los precios al consumidor. El segundo disminuir la producción, limitando así la cantidad de bienes y servicios que se ofertan. En el caso de los tangibles, cae la cantidad (y la calidad). En el caso de los servicios, se disminuye la calidad. Al suceder esto, la inflación se alimenta de la escasez para crecer a niveles de obesidad desproporcionados. Cuando esta inflación se conjuga con la escasez, llega del más profundo averno económico el tercer engendro, la recesión.
Este demonio se va configurando lentamente mientras la inflación engorda en la estructura de la economía y la escasez pulula en las estanterías de los supermercados y tiendas (entre otros). Las empresas, al verse acosadas por el Estado que impone gravámenes cada vez más altos (con los que debe alimentar el inútil gasto burocrático) y notar cómo caen las ventas (proceso derivado de políticas malsanas que incluyen las limitaciones a la importación de insumos, el aumento de las divisas y la emisión de dinero inorgánico), se ven forzadas a reducir la plantilla laboral (cosa que combaten los matasanos de la izquierda emitiendo decretos de estabilidad laboral que impiden los despidos masivos de empleados a unas empresas ahorcadas económicamente).
Lo anterior implica que al ver su exiguo ingreso cortado de raíz, los trabajadores en paro ya no puedan consumir bienes y servicios, lo que llevará a los mismos empresarios a disminuir la producción y a empeorar la calidad de los servicios, generando a su vez más escasez e inflación. Así ese círculo vicioso perverso de los tres pérfidos males de la economía trae a la vida al peor de los demonios económicos: la estanflación.
¿Cómo combate la izquierda este infernal enemigo del desarrollo? Pues con su inefable compañero de lucha contra el capitalismo de una economía de libre mercado: la expropiación de empresas, para generar así su respuesta a todos los males económicos, un incompetente sistema llamado capitalismo de Estado. Junto a eso se da a la tarea de aumentar el gasto burocrático, convertirse en un cultor de la eterna excusa de “la culpa de nuestros males la tienen otros, no yo” (la culpa es de la vaca es su libro de cabecera junto al diario del che o al capital de Marx), crear los mil y un subsidios, implantar en la cabecita dura de sus seguidores la semilla del “todo gratis” e intentar atornillarse en el poder porque solo ellos pueden exorcizar a esos demonios que con tanto esfuerzo se dedicaron a conjurar.
En definitiva, abren la Caja de Pandora y luego le mienten a los ciudadanos diciéndoles que solo ellos con sus pócimas mágicas, sus rezos anacrónicos y su eterna fe en la demagogia pueden llevar a las naciones a convertirse en un faro de donde emana la luminosa claridad del milagro económico, mientras lo que realmente logran es hundirlas lentamente en la pobreza y la eterna tragedia que siempre ha seguido a los izquierdistas que solo viven por el deseo infinito de poder y no por la búsqueda real del desarrollo económico y la tranquilidad de las naciones que ellos destruyen poco a poco.