La tarde del 24 de octubre de 2007 una lluvia de bombas de alto poder destructivo sembró de muerte Las Aromeras, jurisdicción del Carmen de Bolívar. Los guerrilleros al mando de Caballero habían llegado dos días atrás al Aceituno, donde improvisaron un campamento. Hace varios meses no pernoctaban demasiado tiempo en un lugar para evitar un asalto enemigo, al tiempo que mantenían una elevada disciplina.
Aunque el aparato militar y los medios masivos de comunicación se habían esforzado en forjar una imagen tenebrosa del comandante guerrillero, Caballero siempre fue un hombre querido y admirado en los Montes de María, porque, aunque venía de lejanas tierras comuneras, supo impregnarse de las penurias de esa región azotada por la pobreza, el analfabetismo, el desempleo, el despojo violento de tierras y los desplazamientos campesinos, lo cual abonó el terreno para crecimiento de la insurgencia que él comandaba.
Los últimos años la característica principal de esta área de operaciones fue un permanente operativo militar, desde diciembre de 2006 se intensificaron los bombardeos. Por eso aquel, como todos los días de ese año, estuvimos levantados desde las 4:30 a.m. en completo silencio en los dormitorios y atrincherados de 5:00 a 6:00 a.m., la hora más crítica por la posibilidad de asalto enemigo, relató uno de los sobrevivientes del fatídico bombardeo.
¿Quién era Caballero?
Santandereano de origen, se hizo guerrillero en 1978 cuando acababa de cumplir 16 años de edad, en el histórico 4º frente de las Farc-Ep. Por su disciplina, dedicación al estudio e indiscutible capacidad militar se destacó muy pronto entre los de su generación llegando a ocupar cargos de responsabilidad antes de completar dos años en las filas guerrilleras. Su primera experiencia como conductor de tropas la tuvo en la toma del puesto de policía de El Bagre Antioquia, donde se destacó por su valor y disciplina.
A los 22 años de edad Caballero fue llamado a integrar el Estado Mayor del naciente Frente 37 y cuatro años más tarde fue su comandante. Desde entonces y por veinte años, este heredero de la gesta comunera lideró la resistencia insurgente contra el poder latifundista, minero y militar que ha soñado siempre convertir esta hermosa región en un “Zona de Consolidación”. Indiscutiblemente, Caballeros y su puñado de hombres y mujeres insurgentes fueron una legítima oposición a los grandes cultivadores de palma aceitera, melina y teca, que además de generar un gran impacto en los suelos, ha generado miles de desplazamientos y despojo violento de tierras.
El comandante Solís Almeida (Abelardo Caicedo), que lo conoció desde los primeros años de militancia y lo unió a él una entrañable amistad, lo define como un guerrillero integral y ejemplar, que se destacaba en todas las tareas que le asignaban. “Si lo enviaban a conseguir finanzas en eso se destacaba, así lo demostró en el 4º Frente; si lo enviaban a tarea de organización de masas, de eso sí que sabía; lo mandaban hacer inteligencia de combate y ahí daba resultados; lo encargaban de los cursos político-militares y en eso ponía su mejor empeño. Y cuando le tocaba conducir una operación militar, lo hacía y se destacaba”.
Caballero sabía y gustaba integrarse con sus compañeras y compañeros de armas e ideas en las actividades cotidianas, el trabajo y el deporte. En las actividades culturales, lo recordamos cantando una de sus canciones preferidas, Los ejes de mi carreta de Atahualpa Yupanqui: “Porque no engraso los ejes, me llaman abandonao, si a mí me gusta que suenen, pa’ qué los quiero engrasao”.
Dieciocho vidas de anónimos combatientes
Fueron 18 vidas, jóvenes en su mayoría, cegadas bajo el estruendoso ruido de las bombas. Sus cuerpos destrozados fueron depositados en fosas comunes en el cementerio del Carmen. Varios de ellos eran “hijos de la sierra flor” y aunque sus familiares estaban cerca, ninguno se atrevió a reclamar sus cuerpos, lo que hizo más profundo el dolor y la tristeza. A lo lejos solo una gaita quejumbrosa les daba muy discretamente la despedida.
Hoy solo sabemos sus seudónimos o nombres de guerra con los que los conocimos y recordamos: Nubia, Catalina, Bibiana, Valenciano, Fabio, Camacho, Robinson, Héctor, Rentería, Allende, Marisela, Libardo, Cristina, Arnulfo, Mary Luz, Lucas, Yesenia y Rubén. Sin embargo, un día no lejano, en el proceso de construcción de la memoria, sabremos sus propios nombres.
La onda expansiva de las bombas, según cuentan los sobrevivientes, también acabó con la vida de soldados que habían avanzado hasta las proximidades del campamento, sus familiares nunca lo supieron.
La memoria, la reconciliación y la no repetición
El acuerdo de paz construido en La Habana abre la posibilidad a los habitantes de los Montes de María y de toda Colombia de conocer la verdad histórica del conflicto y sus víctimas. No obstante, la clase política le teme a esa verdad, poderosos empresarios y la cúpula militar le temen a esa verdad.El esclarecimiento de la verdad es una condición impostergable para la reconciliación y ambas son indispensables para la construcción de una verdadera paz.
Parte de esa verdad, es que las razones del desplazamiento y las masacres paramilitares fueron por intereses económicos, en función de la expansión del latifundio, el negocio de la minería y la agroindustria. Recordemos que en 1999 se documentan 3 masacres, la del corregimiento San Isidro (Carmen de Bolívar), el corregimiento Caracolí y en las veredas Capaca y Campoalegre (Zambrano, Bolívar). En el año 2000 miembros del Bloque Norte y Anorí de las ACCU asesinaron a 42 campesinos, en la zona rural de los corregimientos Flor del Monte, Canutal y Canutalito (Ovejas, Sucre). Ese mismo año se produce la masacre de El salado (Carmen de Bolívar); la masacre en Colosó (Sucre), donde miembros de las AUC torturaron y asesinaron a 15 campesinos durante un recorrido de tres días en las veredas La Balastera, El Parejo, El Bobo, La Arenita, jurisdicción de los corregimientos Chinulito y El Cerro; así como la masacre de Macayepo (Bolívar) el 16 de octubre de 2000. Posteriormente ocurre la masacre de Chengue, de Mampuján y Las Palmas, entre tantas otras.
Abundan las razones para insistir que al lado de la verdad, reparación y reconciliación deben estar las garantías de no repetición. La paz que soñamos aún está por construir.