Todos tomamos malas decisiones. Incluso cuando tenemos la información que necesitamos para tomar mejores decisiones, la ignoramos deliberadamente. El mundo moderno nos da el regalo de la información, casi que omnipresente. Sin embargo, no hacemos buen uso de ella. Y es que la mayoría somos malos para procesar esta información y entender lo que esconde.
Por ejemplo, a todo el mundo le encanta hablar de promedios. El promedio es una cifra útil y da cierta idea general de determinado fenómeno, comportamiento o distribución, pero también es peligroso y esconde mucha información adicional que es importante para comprender de qué se habla. Esto lo saben por supuesto los economistas y los estadísticos. Pero el ciudadano de a pie es bombardeado todo el día por estos promedios y se los traga así no más, sin entender que solito, este guarismo en realidad no dice mucho. Pongo algunos ejemplos:
- Yo me como dos platados de fríjoles y usted no se come ninguno. En promedio, cada uno se comió un platado de fríjoles. En realidad, usted quedó con hambre y yo probablemente quedé indigestado.
- En promedio, cada colombiano tiene menos de dos piernas (la cifra debe estar por los lados de 1.9999). Por supuesto, los ciudadanos de países que no estén llenos de minas antipersonales tendrán, en promedio, más piernas que los colombianos, aunque igual, menos de dos.
- En promedio, cada hogar colombiano recibió ingresos mensuales por 1,9 millones en 2014. En realidad… en realidad somos un país rico con gente pobre. Para ilustrarlo mejor: dos grupos de cuatro personas cada uno ganan en promedio un millón de pesos mensuales. ¿Iguales? Veamos: En el primer grupo, dos personas ganan 900 000 pesos y dos personas ganan 1 100 000. En el otro grupo, tres personas ganan 50 000 pesos y una persona gana 3 850 000 pesos. ¿Le siguen pareciendo iguales?
¿Cuántas personas están por debajo de ese promedio? ¿Cuántas por encima? ¿Qué tan probable es que una persona cualquiera en realidad esté cerca del promedio? ¿Cuál es el dato que más se repite? No soy experto en estadística ni pretendo que todos lo sean, pero herramientas básicas útiles y ampliamente disponibles o fáciles de calcular con la tecnología moderna, como lo son la desviación estándar, la moda y la mediana, deberían siempre aparecer al lado del promedio y ser entendidas por todos.
Para lo otro que somos malos es para las probabilidades. Malos no, ¡perversos! La probabilidad es una cifra que indica la frecuencia con la que ocurre un evento y da una idea de qué tan factible o no es que se repita. Algunos ejemplos de cómo se usa de mal:
- La probabilidad de que caiga cara al lanzar una moneda es de 0.5 (o del 50%). Esto no quiere decir que si se lanzó la moneda y salió cara, en el próximo lanzamiento saldrá sello. Cada uno de los lanzamientos tiene la misma probabilidad; son eventos independientes y no son influenciados por resultados anteriores.
- La probabilidad de morirse por determinada razón es del 9 %, es decir, 9 de cada 10 personas que han sido influenciadas por o sometidas a este evento se han muerto. Que usted haya escuchado ya de nueve personas que se han muerto por esta razón, no quiere decir que a usted no lo va a matar (i.e., usted no es el 10% restante). Este es el típico caso de los fumadores.
- La probabilidad de que alguien se gane la lotería es del 100 %. La probabilidad de que sea usted quien se la gane, es casi 0. Es decir, alguien se va a ganar la lotería en algún momento, con toda seguridad, pero es muy poco probable que sea usted. Ni las patas de conejo, ni santificar el billete de lotería van a cambiar las probabilidades.
Por último, somos buenísimos para recordar los aciertos, pero malísimos para recordar las fallas. Es por eso que tantas personas siguen cayendo en las garras de brujas, hechiceros y adivinos, quienes irónicamente sí saben de estadística y la usan para su beneficio: “Un conocido suyo, cuyo nombre empieza por J, está enfermo”. Del mismo modo nos autoengañamos: “¡Uy! Estaba justo pensando en Chucho y me llamó. ¡Telepatía!” ¿Cuántas veces ha estado pensando en Chucho y él no lo ha llamado? Seguro que no se acuerda.
El cerebro ya tiene muchas cosas que procesar como para ponerse a analizar todo con detalle estadístico. No sería práctico ni saludable pensar en estadísticas de muertes por ataques de leones para decidir si correr o pelear al enfrentarse a uno. Pero si tiene la información a la mano (o la puede conseguir) y unos cuantos segundos de sobra, dese el lujo de detenerse un momento a pensar las cosas y analizar la información disponible. Seguro tomará mejores decisiones y hará estimaciones mejor informadas. (Nota: Para encarretarse con el mundo de la estadística y cómo puede aplicarse para entender mejor el mundo en el que vivimos, sugiero darle una miradita a Gapminder y a su director, Hans Rosling).