Tan importante como la franja electoral que espera a quien unge Uribe para votar por él, lo es la franja que espera el candidato por el cual se incline Santos.
En medio de los cotidianos escándalos de corrupción, que salpican su gobierno y debilitan aún más su menguada imagen, el presidente Santos ha considerado urgente poner orden en su partido y preparar desde ya su estrategia electoral. La semana pasada reunió a los miembros del partido de la U, no para tratar asuntos de reparto burocrático, sino puntualmente para examinar el futuro electoral de la coalición de gobierno. Al final de la reunión concluyeron que “La U no tendrá candidato propio para 2018. La colectividad le apunta a lograr las mayorías en las elecciones al Congreso y se sumará a la coalición que garantice el triunfo presidencial”.
En los partidos de la coalición de gobierno reina un gran desorden bajo los cielos. Los candidatos presidenciales del Partido Liberal, Juan Fernando Cristo, Juan Manuel Galán, Luis Fernando Velasco no despiertan el entusiasmo ni de propios ni de extraños. Viviane Morales y sus huestes cristianas se han convertido en una bomba de tiempo para la consulta liberal. La gran carta que representa Humberto de la Calle se ha ido debilitando, mientas el exjefe negociador de paz deshoja la margarita entre recoger firmas y declararse independiente o participar de la consulta liberal.
El Partido Conservador, fiel a su pragmatismo de toda la vida, disfruta del poder de la mermelada y persiste en su vieja costumbre de hacer valer su condición de minoría decisoria bien recompensada. Su sector mayoritario tiene el pálpito que gana el que decida Santos, por eso han anunciado que apoyarán un candidato que defienda los “acuerdos de paz”. El propio presidente del Senado, Efraín Cepeda ha declarado que “sería un escenario para analizar si el Partido Conservador se queda sin candidato. En ese escenario sí recomendaría una coalición por la reconciliación, y uno de los nombres que estaría allí, al menos a mi modo de ver, es el de Germán Vargas”. La paz de los conservadores es una paz mesurada, bajo control, de bajo costo, sin alterar la libertad y el orden de la histórica democracia colombiana.
La U, fiel a su condición de partido del régimen, lleva a su haber cuatro gobiernos, con reelección incluida, por primera vez siente pasos animal de grande. Bajo el temor de perder las riendas del poder, está dispuesto a pactar con el que sea menos con el uribismo, su gran enemigo, irreconciliable padre contra el cual se rebeló y hoy pretende matar por segunda vez.
No de otra manera se puede interpretar el enroque con el que Santos intenta asegurar la continuidad de su obra de gobierno, en especial el cumplimiento y la implementación de los acuerdos pactados con las Farc.
Para empezar, Santos desechó al único candidato visible de la U, el senador Roy Barreras, decapitación que el propio Barreras vendió a los medios como una solicitud amable del presidente, a cambio de lo cual se quedó con la cabeza de la lista para el Senado. Simultáneamente llamo a calificar servicios como ministro de Agricultura a Aurelio Iragorri, a quien encargó la tarea de dirigir el partido de la U y dedicarse a la no muy edificante tarea de tranzar y poner de acuerdo a los Ñoños, los Benedetti, Roy Barreras, Musa Besayle, y en especial asegurar que todos ellos cierren filas en torno a un candidato de coalición, así este no pertenezca a la U.
El candidato de la gran coalición que guarda entre pecho y espalda Santos para derrotar al uribismo y asegurar la continuidad de la paz pactada tiene nombre propio, aunque no se le mencione en público por ahora: Germán Vargas Lleras.
Vargas Lleras en su aspiración presidencial está dispuesto a tragarse los sapos y guardar silencio sobre lo que verdaderamente piensa sobre la paz. En parte, ese fue el éxito de su rutilante vicepresidencia. El gran presupuesto y todo el poder para decidir dónde, cómo y con quién construir carreteras y viviendas, al igual que para quedarse con la Fiscalía General de la Nación. Tragar sapos y guardar silencio cuando toca es su especialidad. En el reciente cambio ministerial, Santos le mantuvo el poder y las cuotas claves de Cambio Radical, en desmedro de la propia U.
Vargas Lleras sería garante de una paz restringida,
sin sobresaltos, mesurada,
centrada en el cumplimento de los mínimos de todo lo pactado
Por lo demás, Vargas Lleras sería garante de una paz restringida, sin sobresaltos, mesurada, centrada en el cumplimento de los mínimos de todo lo pactado, asegurar la supervivencia política de las Farc, garantizar su seguridad, cumplir con todo aquello que beneficie directamente a las Farc, mientras que sobre los otros asuntos, relacionados con el cumplimiento de reformas sociales, el acceso a la tierra y la reparación de las víctimas, le bastará con ser un fiel continuista del actual gobierno, despacito y sin prisa, poco a poco, lo que se pueda, a lomo de mula.
Santos en su estrategia de construir un gran Frente Nacional contra Uribe y la amenaza de reversar los acuerdos de paz, también cuenta con la izquierda y el centro izquierda. Sabe muy bien que los nueve precandidatos difícilmente se pondrán de acuerdo, y que su propia fuerza no les da para pasar a una segunda vuelta. Más aún, tiene su caballo de Troya en cabeza de Clara López, su otrora acérrima contradictora y hoy fiel exministra de Trabajo. A manera de ejemplo, la postura ante la constituyente de Maduro y el futuro de Venezuela ha desatado una verdadera tormenta en las filas de la unidad de la izquierda.
Por eso Santos sabe esperarlos. Como ocurrió en 2014, cuando sin mayores contraprestaciones o dilatados acuerdos programáticos, la izquierda terminó votando por Santos para impedir el triunfo del uribismo y salvar los logros de la paz, que para entonces seguía en la incertidumbre de las negociaciones.
Sobre las Farc, la estrategia general de todos los presidenciables es guardar distancia, de lejitos. Todos quieren que la exguerrilla guarde completo silencio y escondan hasta donde sea posible el candidato de sus simpatías. Nadie quiere su respaldo pleno y explícito. Pragmático como el que más, Santos sabe que las Farc colocadas en el dilema de escoger entre Vargas y Uribe, no tendrán más remedio que tragarse ese sapo, con la esperanza de que cumpla la palabra empeñada de honrar los acuerdos de paz.
La estrategia de Santos es pragmática, realista, sabe que está en juego su único gran logro, no menosprecia al uribismo, está dispuesto a unir todo lo susceptible de ser unido contra el uribismo y su plan trizas, pero tiene un grave problema, una duda que lo atormenta: ¿cuánto puede durar la lealtad de Vargas Lleras a la palabra empeñada una vez electo? De deslealtades está sembrado el camino que el propio Santos recorrió para quitarse de encima la seguridad democrática de Uribe, arriesgarse a buscar la paz y coronar un premio Nobel que no estaba en sus cuentas. La historia puede repetirse con diferentes actores
Es el gran dilema que le falta por resolver a Santos. De cómo lo resuelva depende su futuro. Ser actor y escribir su propia historia sobre la paz o que la historia escriba sobre él, con el riesgo de que la escriban sus detractores.