Según Timeo de Tauromenio, historiador de la Grecia antigua, Damocles servía en la corte del rey Dionisio «El Viejo», en la Siracusa del siglo IV a.C. El joven cortesano, envidiaba la vida de lujos del monarca, a tal punto que sus adulaciones llegaron a oídos del tirano y este decidió darle una lección. Le propuso intercambiar sus roles por una noche, a fin de que el adulador experimentara los gustos que tanto envidiaba. Para tal fin convocó a la corte a un gran banquete de celebración donde el invitado sería tratado con honores de rey. En mitad del banquete, sentado en el trono y rodeado de súbditos, bebida, comida y demás, Damocles noto que sobre su cabeza pendía en delicado equilibrio una espada, sujetada por la delicada crin de un caballo. El efecto obró de forma instantánea en el cortesano, la eminencia del peligro disipó todo interés en reemplazar al gobernante.
Desde entonces la historia de la Espada de Damocles, sirve para reflexionar sobre el sutil equilibrio que enmarca el poder. Quien gobierna se encuentra en constante riesgo, por lo que ejercer gobierno es un ejercicio de balance y ponderación, que le exige a quien lo ejerce gran habilidad para no desequilibrar el lazo sutil que hace que todo funcione para todo el mundo.
Esta historia antigua, tienen resonancias en la coyuntura actual, donde un gobierno sordo, sin brújula, complaciente con unos y despreciativo con tantos, se encuentra en una encrucijada histórica. Nunca, en la historia reciente de este país aturdido y disperso, brutal y temeroso, diverso, un movimiento de protesta, justo, indignado, pacífico había tenido tanta repercusión, tanto impacto. De nada han servido las estrategias de las élites políticas, económicas, mediáticas, que desde siempre han mantenido a los colombianos de a pie reducidos, acallados, apáticos, temblorosos, porque veinte días después, el país indignado continúa revindicando su derecho a la protesta ante un gobierno que cada día se muestra más acorralado. A estas alturas, ya se sabe a quienes representa el doctor Duque, de quién es emisario y cada día, más colombianas y colombianos se unen al grito, al sonido de la cacerola.
El gobierno, ya presentía lo que se avecinaba, por eso desplegó el arsenal de miedo que muchos han reproducido, sin darse cuenta que ellos y ellas también han sido y son víctimas de las políticas neoliberales que han quebrado a la empresa nacional, que han empobrecido al país, que han reducido la riqueza ecológica a meras fuentes que enriquecen a grandes multinacionales, un país donde la gente se muere esperando en una sala de urgencia, donde la comunidad médica gana sueldos de miseria que no compensan su función, donde las profesoras y profesores deben soportar presupuestos precarios que atentan contra su labor formadora de futuros. Un país que restringe cada vez más el acceso de millones a una educación superior de calidad, entre otros males antiguos e ignorados que ya tienen hastiados a colombianas y colombianos. El doctor Duque, ya se sabía, representa a los hacendados, industriales, empresarios que solo quieren lucro y auto beneficio, para ese reducido grupo gobierna, son ellos su Tirano y él, Damocles.
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¿Quién puede creer en los buenos propósitos de Vargas Lleras o Gaviria?
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Durante los veinte días que lleva el Paro Nacional, la espada parece cada vez más cerca de la cabeza del presidente. Por una parte, es incapaz de representar a quienes lo votaron, pues contra la mayoría de ellos va el paquete de reformas que lo tiene en esta coyuntura, por otra, en su afán por complacer a quienes lo colocaron en el despacho presidencial, ha dado la espalda a millones de personas que ven en sus políticas un atentado contra su estabilidad económica y laboral. Así mismo, no es un secreto que su propio partido de gobierno se encuentra quebrado por divisiones internas cada vez menos fáciles de ocultar. Por una parte, el sector más retardatario no ve en el presidente un vocero de sus posturas, y, por otra, quienes lo apoyan cada día recurren más a la fantasía que a los hechos para defender una gestión que tiene el agua al cuello. Como si esto no bastara, quienes representan a los partidos de siempre, merodean como tiburones las aguas turbulentas de estos días para pescar a su conveniencia. ¿Quién puede creer en los buenos propósitos de Vargas Lleras o Gaviria? Si de algo ha servido este momento es para revelar lo que estos personajes han hecho con el país a lo largo de su historia. Así mismo, es claro que el gobierno no tiene con qué llegar a puntos de encuentro, por una parte, el presupuesto está encausado hacia otros intereses, por otra, no puede aceptar cambios que vayan en contravía con quienes financiaron la campaña Duque presidente. Sin embargo, no negociar, no conceder algo de lo planteado por la gente, coloca al presidente en una situación compleja ya que el costo de no escuchar a la ciudadanía, más que ser un inconveniente en términos prácticos, puede afectar la economía, lo que no les debe complacer a quienes solo ven el mundo en cifras.
Lo cierto es que la imagen del presidente, que refleja la del gobierno y la de sus políticas está por el suelo, porque estas últimas van en detrimento de un amplio sector de la ciudadanía y eso, es lo que mantiene a la gente en la calle, a pesar de la represión, que ya ha cobrado víctimas, a pesar de las mentiras, los insultos, la desinformación de los grandes medios, a pesar de las vulgares confabulaciones de las mentes febriles del uribismo, la gente continua en pie, alegre e indignada, pacífica, pero firme, exigiendo que quienes gobiernan, que quienes legislan, dejen de hacerlo de espaldas a quienes deben representar. Son ellas y ellos, la espada de Damocles.