Todo comenzó dos días antes, el 15 de enero de 1974. Varios diarios en el país publicaron un anuncio a página entera: ¿Decaimiento, falta de memoria?….espere M-19” El mensaje era tan llamativo que se hacían conjeturas. ¿Qué estarán promocionado? ¿vitaminas? ¿un purgante. El 16 otra vez la publicidad arreciaba: “¿parásitos? ¿gusanos? Espere M-19” y entonces el M apareció.
Fue el 17 de enero robándose en la Quinta de Bolívar de Bogotá, sin soltar un tiro, sin herir a nadie, los espuelines, los estribos y la espada de Simón Bolívar. Si querían escandalizar lo hicieron. Si querían publicidad para arrancar el movimiento vaya que la tuvieron. Aparecieron en todas las portadas del país y en una época de agitación callejera el golpe fue aplaudido a rabiar por una generación sedienta de revolución.
Fue a las cinco de la tarde de ese día cuando ya todos estaban en sus posiciones: el fotógrafo afuera esperando afuera en el carro siempre prendido a que terminaran las visitas guiadas, la Negra estaba a cargo de la retaguardia, con dos pistolas viejas que ni siquiera las había disparado nunca, Armando entraría al museo, con cinco de sus hombres al mando, y reduciría a los celadores. Su única arma era una pataecabra y con ella rompió el vidrio del receptáculo donde estaba la espada del Libertador. Esperaban que los astros se alinearan y tuvieran la suerte que les faltó en los intentos frustrados anteriores.
Las visitas se fueron y los únicos que quedaron adentro fueron Armando, sus cinco hombres y un celador que les pidió que se fueran. Esa fue la señal. La respuesta del guerrillero fue propinarle un golpe seco en el estómago y dejarlo tendido. Rompieron el vidrio, sacaron las espada, la metieron en una bolsa, corrieron hasta el carro donde estaba el fotógrafo pero el auto casi no prende. Por un momento creyeron que la espada estaba protegida por algún sortilegio centenario. El auto al final prendió y se largaron.
La llevaron al apartamento de uno de los integrantes de esa guerrilla, le tomaron una foto y después todo es leyenda. Entre 1974 y 1991 la ruta que había tomado la espada era objeto de conjetura constante en medios nacionales. Que se le habían regalado a León de Greiff, que se la obsequiaron a Pablo Escobar por haberlos ayudado a tomarse el Palacio de Justicia e incluso que Iván Márquez, Comandante de las Farc, la tenía. Es más, ni siquiera saben si esa es la verdadera espada. Lo único cierto es que, por ese robo, ese objeto de hierro oxidado tomó una importancia histórica única.
El robo de la espada de Bolívar catapultó a la guerrilla del M-19 como una de las más imaginativas en la historia de Latinoameríca. Comandada por un costeño simpático y salsero, de sonrisa amplia que contrastaba con la mamertería estaliniana de los jefes de las Farc, Jaime Bateman supo ponerle sabor a un grupo que siempre buscó golpes certeros y que dolieran muy adentro del honor del ejército. El robo de las armas del Cantón Norte, ejecutado tres años después, le granjearía el fervor popular pero terminaría desatando una persecución terrible contra sus miembros en plena época del Estatuto de Seguridad del presidente Julio Cesar Turbay Ayala.
El 31 de enero de 1991 Antonio Navarro Wolf en una ceremonia en la Plaza de Bolívar le entregó el objeto al entonces presidente César Gaviria como símbolo sincero, inobjetable, de que el M-19 dejaba las armas después de 16 años de lucha. La espada la metieron en una bóveda en el Banco de la República y allí estuvo hasta el año 2.000 cuando fue devuelta a su lugar de origen, la Quinta de Bolívar en pleno centro de Bogotá.
El pasado viernes 24 de julio el presidente Iván Duque volvió a llevarse la espada de la Quinta de Bolívar después de 20 años. Lo hizo mientras se conmemoraban los 237 años del nacimiento del Libertador. Se la llevó para la Casa de Nariño para que pueda ser apreciada por todos los colombianos y no permanezca en una bóveda jamás.