Entre las montañas, el aire puro y la tranquilidad de la zona rural de la localidad de Usme se esconde un lugar donde nada se pierde y todo se recicla. Su nombre es La Argentina, una escuelita donde sus estudiantes y maestros le dan una segunda vida a todo eso que, para algunos, es simplemente basura.
Son las 6:30 a.m. y ya hay movimiento en la edificación de color azul de la vereda Arrayanes Bajo de Usme. Ataviados con ruanas para hacerle el quite al gélido frío de la montaña, Jackeline Poveda, Yaneth Luengas y Jairo Prieto, reciben con cálidas sonrisas a sus 49 estudiantes que corren a saludarlos. Están felices, pues saben que hoy harán los adornos de la fiesta en donde podrán jugar y divertirse.
“Chicos, ustedes ya saben qué deben hacer”, dice la profe Yaneth, y como si fueran palabras mágicas, los estudiantes más grandes toman de la mano a los pequeños, se dirigen a uno de los salones y se ubican en las mesas para esperar a que la profe Jackeline dé instrucciones.
“Hoy un grupo se encarga de hacer los dulceros y los otros los collares”, señala Jackeline, mientras pone en las mesas botellas de plásticos, pitillos y papeles de colores. Todo lo que está allí, son las envolturas de los refrigerios o las botellas que traen los padres de familia a la escuela porque, como lo señala la profe Yaneth, “aquí todo lo lavamos, limpiamos y convertimos en algo nuevo y muy bonito”.
En el pequeño y frío salón todos están concentrados trabajando. El compañerismo es evidente: mientras los niños más grandes se encargan de cortar botellas para los dulceros, ayudan con paciencia a los más chiquitines a meter entre los pitillos las flores de papel que se convertirán en llamativos collares.
Y es que detrás del reciclaje y las manualidades se esconde una intención pedagógica muy clara: hacer que lo niños ocupen sanamente su tiempo libre, desarrollen su motricidad fina y afiancen habilidades como el trabajo en equipo.
En La Argentina todos estos aprendizajes están estrechamente ligados a la Jornada Completa de Bogotá, pues como lo dice el profe Jairo: “El hecho de tener a los niños más tiempo en el colegio que en la calle hace que todos los procesos pedagógicos se afiancen más y eso es un logro enorme. Estamos salvando a muchas generaciones de problemas, vicios y peligros, que nadie debería experimentar”, comenta el docente.
Con los dulceros y los collares terminados, los estudiantes salen al patio a jugar mientras Jackeline, Janeth y Jairo se dirigen al otro salón donde Don Luis, el vigilante, está pegando en el techo unos pompones elaborados con papel reciclado. Doña Mariela, la señora encargada del aseo, se acerca ofreciendo un humeante tinto que apacigua el frío de la mañana. La bandeja que lleva en su mano, es un bonito ovalo de madera tallado a mano.
“Ese también lo hicimos acá. Habían unos árboles que tocaba talar, entonces unos padres de familia nos ayudaron y aquí los lijamos, cortamos y mire, son nuestros individuales”, comenta con una amplia sonrisa Jackeline.
En este lugar no hay un solo rincón que se ‘salve’ de la creatividad de estos tres maestros. “No se necesita plata para tener cosas muy bonitas”, repiten una y otra vez los profesores a sus estudiantes y padres de familia que se han convertido en los mejores aliados de esta movida ‘eco artística’.
Educando más allá de la escuela
En La Argentina nada de lo existe nació porque sí, todo tiene una razón de ser y está estrechamente ligado a las costumbres y necesidades de esta vereda de la Bogotá rural.
“Aquí creamos el centro de interés de manualidades porque aquí, en el campo, la motricidad fina, que es lo que hace con las manos y la que se necesita para poder escribir y trabajar todo que uno debe manejar en el aula, se dificulta porque los niños dedican más tiempo a saltar, correr, trepar, ordeñar y todas las actividades propias de la ruralidad que fortalecen su motricidad gruesa pero que dejan de lado la fina”, explica la profesora Janeth.
Como en Arrayanes Bajo, a diferencia de Bogotá, el servicio de recolección de basura no tiene rutas ni horarios establecidos. Y si llega, hay que caminar varios kilómetros para dejarla en el punto acordado, los habitantes generalmente realizan quemas para deshacerse de los residuos. Entonces, para disminuir esta práctica y evitar acumulación de basura, los docentes de La Argentina crearon el centro de interés de reciclaje que también afianza la motricidad fina y la creatividad.
“Por eso es que aquí está ligado todo con todo. Porque hacemos manualidades con material reciclado”, dice la profe Jackeline quien agrega con orgullo que este gusto por las manualidades amigables con el medio ambiente traspasó las paredes de la escuelita para llegar a todas las casas de la vereda.
Es por eso que si visita este lugar encontrará en la entrada de las casas, materas hechas con botellas de plástico y animales decorativos como gallinas hechas con piñas de pino y tapas de gaseosa.
“Los profes son muy creativos, no desperdician nada. Siempre nos ponen a hacer algo y, si no son ellos, es mi hija. Ella no permite que algo que se pueda volver a usar, se bote. Esa chiquita nos ha puesto a reciclar a todos en la casa”, dice Sara Rodríguez, madre de Karol Estefanía Mendoza, una pequeña de cuatro años que al verla sale corriendo a saludarla.
Sara llega con una bolsa gigante de fresas. Acaba de recogerlas y las trae al colegio para la fiesta. “Esto es lo bonito del campo que aquí todos son solidarios. Actividades como hacer una fiesta, nos brindan muchas cosas. No solo continuar enseñando a través de la lúdica y el juego, sino también estrechar más los lazos con los padres de familia, que es vital para que todo los procesos que aquí iniciamos, continúen en la casa”, comenta la profe Jackeline.
Antes de que Sara se despida de los docentes, saca unos aretes hechos con cucharas, “de esas que vienen en el refrigerio”, dice, y se las muestra a la profe Janeth. Es para un recordatorio de una fiesta familiar que se acerca. “Antes en la vereda no hacían fiestas porque pensaban que necesitaban mucha plata, pero como les enseñamos todo lo que se puede hacer con material reciclado, ahora lo que hay son celebraciones”, explica emocionada la docente que mira con detalles los pendientes y sonríe.
En el campo también se construye una educación de calidad
Por fin llega el momento de celebrar. Los niños con sus gorros y collares de flores, esperan impacientes a que empiece la fiesta. En una mesa ubicada en una de las esquinas del salón, las fresas que ha traído la mamá de Karol están listas para consumir, junto a un arequipe casero, maíz pira, galletas, y por supuesto, muchos dulces que se apiñan en los dulceros de tres pisos, que solo hasta unas horas, eran sencillas botellas de plástico.
Jackeline, Jairo y Janeth se ponen de frente a los niños, los felicitan por haber ayudado en toda la decoración, les recuerdan la importancia de proteger el medio ambiente y los llaman a divertirse. Los sonidos de la música campesina invaden el ambiente y los pequeños poco a poco van soltando sus cuerpos para bailar. A los pocos minutos, todo es risa, baile y alegría en La Argentina.
“Nada de esto sería posible sin el trabajo excepcional de estos tres docentes. Ellos hacen las cosas con pasión y eso es un factor decisivo porque cuando hay pasión hay ética, hay responsabilidad hay compromiso, y con eso, lo demás viene por añadidura”, dice Jairo Alonso Ramírez, rector de la agrupación de colegios de Usme Bajo – Ohaca – que reúne a los colegios La Argentina, Los Arrayanes, El Hato y El Curubital.
Cuando Janeth, Jackeline y Jairo escuchan este comentario, solo sonríen y atinan a decir que todo lo que hacen es por sus niños. Por eso, fueron de las primeras escuelas rurales que le dijeron sí a la Jornada Completa de Bogotá, aunque eso significaba más horas de trabajo. “Es lo mejor que se han podido inventar” dice Jackeline.
Aunque se levantan a las 4:00 a.m., regresan a su casa hasta las cinco de la tarde, y en muchas ocasiones, siguen trabajando hasta bien entrada la noche, eso para ellos no es problema. “Siempre hemos tenido la meta de que un niño de aquí debe saber lo mismo que un niño que está estudiando en Bogotá. Nosotros les inculcamos que aunque sean del campo pueden ser lo que quieran ser, médico, enfermera, abogado, lo que quieran. Ellos pueden desempeñar cualquier cargo, y por eso debemos darle todas las oportunidades que tienen los niños de la ciudad”, dice el profesor Jairo.
Estas ganas de salir adelante se sienten en toda la comunidad educativa de esta vereda de Usme. Niños que sueñan con ser doctores, abogados o futbolistas, exalumnos que ahora son docentes y adultos que se animaron a terminar su bachillerato para empezar la universidad, son ejemplo de ello.
“Ellos me animaron a seguir estudiando. Ya estoy por terminar el bachillerato y quiero ir a la universidad estudiar artes o preescolar”, comenta Mariela Sierra, la señora encargada del aseo en La Argentina que, según los docentes, es la más ‘dura’ a la hora de hacer manualidades.
Al terminar la fiesta, los niños salen a sus casas. Algunos en ruta, otros a lomo de caballo, pero todos contentos. Jackeline, Jairo y Janeth despiden afectuosamente a sus estudiantes.
En ellos no hay rastros de cansancio, solo la satisfacción del deber cumplido porque tienen la certeza de que allí, muy lejos de Bogotá, entre el aire puro del campo y el frío de las montañas, están formando mejores seres humanos, personas y ciudadanos con capacidad de creer que pueden llegar hasta donde sus sueños vuelen.
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