Son las 6:30 de la mañana y suena el timbre anunciando el inicio de clases. Minutos antes, la escuela ha abierto sus puertas diciendo a maestros, padres de familia y estudiantes: "bienvenidos, inicia la rutina escolar". Nuestros estudiantes han llegado dispersos, activos y conforman pequeños grupos en los que cada uno comparte sus experiencias de la noche anterior. Pareciera ser un día como cualquiera, pareciera ser un día más, sin embargo, no es así; no es el fútbol, no es el programa de televisión, no es el amor y no son las tareas sin hacer el pretexto de conversación, es la violencia lo que convoca su interés. Cada uno, a su manera, cuenta con una naturalidad que asusta y entristece cómo su sueño fue interrumpido por disparos, cómo han visto circular armas a través su territorio, cómo deambula la muerte por sus calles y cómo desde las redes sociales llegan notas de voz e imágenes que anuncian que su fin de semana debe ser en casa.
Esta es parte de la cotidianidad que muchos maestros de la comuna 13 hemos vivido en estos días; unos días en los que los problemas comportamentales se han disparado, días en los que se hace casi que imposible enseñar o aprender cualquier materia, sobre todo si se tiene en cuenta que el respeto por la vida, la movilidad y el espacio son asignaturas pendientes por parte del Estado. En efecto, hoy más que nunca, los acontecimientos del barrio permean la escuela y es así como cualquier contacto físico se convierte en agresión, cualquier palabra en ofensa y hasta las miradas son motivo de disputa, haciendo que la coordinación de convivencia no dé abasto con las dificultades dentro y fuera de las aulas.
Sin embargo, en medio de un panorama que pareciera completamente oscuro, esos estudiantes que llegaron puntuales, otros rezagados, pero que llegaron, se convierten en un motivo de inspiración para sus maestros. Poco o nada ha importado el desvelo, los vidrios rotos por las balas, el susto por los hombres armados o la angustia de las madres que quedaron en casa, hoy han asistido a clases y aunque intranquilos, se disponen a trabajar y tratar de aprender. Desde lo que pueden, le dicen no a la violencia, sin discursos, sin publicarlo en la redes, simplemente con el acto heroico de caminar, en algunos casos, largos trayectos y de llegar al colegio a vivir una realidad diferente, que esperan se constituya en una forma de cambiar su vidas y dejar atrás la violencia, la desazón y la incertidumbre.
Hoy son nuestros estudiantes quienes nos aleccionan, diciéndonos que ninguna guerra puede apagar su deseo de salir adelante, sin tizas, tableros, ni TIC nos enseñan el valor de la esperanza, el arrojo de educarse y la voluntad de no sucumbir. Cuánto por aprender de estos muchachos, cuán grande es el compromiso que se genera, pero sobre todo, cuán grande es la deuda que el Estado tiene con estos muchachos. Les deben la libertad, el derecho a mejores condiciones, la tranquilidad y poder vivir sin angustias y sin sentir que hasta su movimiento está restringido. Gracias mis estudiantes por el aprendizaje de estos días, gracias por decirme y mostrarme que sí se puede.
