La esclavitud de los vendedores de tinto callejero en Colombia

La esclavitud de los vendedores de tinto callejero en Colombia

Viven hacinados en casas sofocantes. Les pagan una miseria sin que a nadie les importe el maltrato y la explotación que sufren

Por: Leila Delgado Almanza y Lizet Vanessa Bueno
abril 24, 2017
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
La esclavitud de los vendedores de tinto callejero en Colombia

 

En un barrio de la localidad Norte Centro Histórico de la ciudad de Barranquilla se encuentran aglomerados un  grupo de hombres conviviendo apretadamente en una casa.  Al entrar en ella lo primero que hallamos, en lo que se supone es la sala, una mesa de cuatro puestos en la que comen por turnos y se mata el ocio jugando domino. Contiguamente le sigue la cocina, en la que máximo cabrían dos personas. La casa tienes 5 cuartos, y dos sacados en parte de su patio fabricados  con retales de madera. En cada “dormitorio”  se apiñan 3 camarotes de 3 pisos.  Al final vemos el patio, en el cual  lavan la ropa en una lavadora alquilada rincón y en ese mismo extremo se encuentran las grecas artesanales en las que se prepara el tinto y  las aromáticas. El resto del patio se encuentra invadido por múltiples carros tinteros.  El tinto, de una fragancia exquisita que invade la casa y nos hace olvidar las condiciones de vida que son una afrenta a la dignidad de estas personas; el tinto, gran símbolo de nuestra cultura colombiana, caracterizada por ser una bebida que despierta y pone alerta al consumidor, es el sustento del día a día de  45 hombres que viven en esta casa por algo más de 5 años.

Los tinteros, como se les llama nos informan que en Barranquilla hay como 30 casas o negocios que hacen tinto, y cada una de estas “cafeterías” tienen entre 30 y 40 personas que  salen a vender el tinto.  “El dueño del negocio nos da el material: el carro, el termo, los panes, la azúcar, el agua, la leche“ Indica uno de los vendedores.

El negocio  funciona de esta manera: el señor Julio Ochoa dueño de la casa y jefe del negocio les provee cada termo de tinto en 1200 y los tinteros  les hacen 5000, los de la leche se los coloca a 2800 y los vendedores obtienen una venta de 4000 pesos.  Por ultimo las aguas aromáticas es  la que menos cuenta, ya que Ochoa vende el termo en 1000 y estos le ganan 2500, los vendedores afirman “todos los jefes de tinto ponen el termo al mismo precio, así funciona esto y si ellos le suben al termo nosotros le subimos al vasito de tinto”, Con estos precios al señor Ochoa le pueden quedar fácilmente $3.000.000 diarios, sin descontar los costos de  los insumos, servicios públicos y pago de las cocineras.

Diariamente estos vendedores pueden ganar aproximadamente 40.000 pesos diarios y declaran que hay días que pueden llevarse de ganancia hasta 110.000, todo depende del número de horas que se trabaje y de si la gente amaneció con ganas de tomar tinto. sin descontar el pago de las comidas que generalmente toman en la casa provistas por una señora que paga el señor Ochoa a $5.000 promedio. Todo depende del número de horas que se trabaje y de si la gente amaneció con ganas de tomar tinto.

Muchos de los tinteros salen desde las 3 de la madrugada o antes, regresan a la hora del almuerzo para comer y llenar nuevamente los termos, y posteriormente vuelven a irse a eso de las 4 de la tarde regresando a las 8-9 de la noche.  Por lo general  trabajan 13 horas al día.

Estos 45 vendedores  de tinto que habitan esta minúscula casa, que como se mencionó anteriormente tiene 5 cuartos y en cada uno han llegado a dormir hasta nueve hombres adultos, entre los cuales no se presentan conflictos importantes porque, aseguran, todos son   “muy honrados y trabajadores”. Por lo que  se observa es un espíritu de camaradería entre ellos, en sus momentos libres juegan dominó, se recogen en la terraza de la casa a llamar y chatear en sus celulares y consultados con los vecinos nunca han generado problemas de riñas alguno.

Todos ellos vienen del municipio de Candelaria, al sur del departamento del Atlántico huyendo de un estado de pobreza y desempleo total, donde dejan a sus familias y a  mujeres  en espera del envío de recursos o de la visita mensual para costear los gastos básicos.

Candelaria es  pueblo de agricultores y pequeños ganaderos, venido a menos después de los estragos de la ola invernal del 2012, en que muchos de ellos perdieron sus haberes y no han podido reponerse. Lo más jóvenes son bachilleres, hay cinco que están estudiando en las pocas horas libres que les deja tan dispendiosa labor. Hay varios con estudios de panadería, maquinaria pesada y peluquería. Pero desde hace cinco años que están en Barranquilla, periódicamente salen a a buscar trabajo en lo que han aprendido y no encuentran;  por lo cual deben quedarse en la cafetería de tintero. El servicio de salud lo reciben como sisbenizados y por supuesto no cotizan para pensión.

“A mi antes me daba pena que me viera algún conocido vendiendo tinto, pero ahora considero este trabajo como una profesión normal” declara Abel pulido.  Pero a pesar de que no siente deshonra por el oficio dice que esperan ansiosos la primera oportunidad de una oferta de trabajo en donde no se les explote tanto.  La mayoría  quiere  lograr tener un trabajo y estilo de vida  “más digno”.

Todos ellos hacen parte del inmenso grupo de trabajadores informales que existe en Barranquilla y en Colombia que según datos del DANE  en el trimestre móvil diciembre de 2016 - febrero de 2017 es del 50,0% de los ocupados en las 13 ciudades y áreas metropolitanas medidas por el porcentaje de quienes cotizan salud y pensión que son unos de los parámetros para definir la informalidad. Desde los vendedores ambulantes de tintos, petos, mazamorras, butifarras; los estacionarios vendedores de dulces, cigarrillos, expendedores de chuzos, hierbas medicinales, de comidas corrientes, de helados, ventas de zapatos, ropa, enseres del hogar en “colmenas” que de sol a  sol ofrecen sus mercancías, en “¡ lancinante algarabía de los humildes menesteres!;” como en el poema de Jorge Zalamea hasta los vinculados en empresas privadas y públicas con órdenes de  prestación de servicios los cuales deben pagar de sus magros “honorarios” salud y pensión.

Mientras tanto, los tinteros siguen cocinando en las ollas de tinto sus sueños de progreso

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