La errática carta de AMLO al rey de España

La errática carta de AMLO al rey de España

A pesar del equivocado gesto del presidente mexicano, este sirvió para mostrar el gran abismo que aún separa a los hispanoamericanos de los españoles

Por: Héctor Echevarría
marzo 29, 2019
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La errática carta de AMLO al rey de España
Foto: Twitter @lopezobrador_ / @MonarquiaEspana

Mi primera reacción ante la noticia de que el mandatario mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) había enviado unas misivas al Reino de España y al Vaticano instando a efectuar una disculpa pública por los agravios cometidos a los pueblos indígenas fue, francamente, de perplejidad. ¿Cómo era posible que López Obrador, que además es un gran cultivador de la historia de México, desconociera las mitologías y los anacronismos que se pueden engendrar cuando aplicamos conceptos o categorías actuales a sucesos del pasado? ¿Cómo podía exigir que se hiciera una lista de agravios en aras de la reconciliación que se celebraría en el 2021, año en que los mexicanos conmemoraremos los quinientos años de la conquista española y los doscientos años de la consumación de la Independencia de México? ¿Era posible que esgrimiera el argumento de que hubo severas violaciones a los derechos humanos en ese episodio sangriento de la historia? ¿Para qué desenterrar a los muertos? Y el mundo —la opinión pública— lo juzgó así: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos”.

Arreciaron las críticas. La respuesta del Reino de España fue tajante: “No se puede juzgar la historia a la luz de consideraciones presentes”. Y, en efecto, la respuesta sonaba justa. Historiadores, intelectuales y políticos deploraron el exabrupto del presidente de México, arguyendo que es contradictorio que la cancillería mexicana se mantenga neutral frente a la crisis humanitaria en Venezuela y sostenga posiciones tan absurdas y equivocadas como esta. Se recordó el acto generoso de Lázaro Cárdenas al recibir a los disidentes republicanos durante la dictadura de Franco. Los fantasmas del pasado estaban liquidados. México y España eran, sin lugar a dudas, dos repúblicas hermanadas por el idioma y la historia. Incluso un furibundo Mario Vargas Llosa propuso que esas cartas se las debió mandar AMLO a sí mismo, puesto que la situación de miseria y pobreza de las comunidades indígenas no ha aminorado en los tiempos recientes. En todo ello hay muchísima razón. Sin embargo, lo que a mí me interesa resaltar en esta breve reflexión es lo siguiente: el gesto errático de AMLO apuntó —no sé si deliberada o indeliberadamente— a un imaginario subrepticio que es necesario examinar.

En primer lugar, a pesar de que somos el país con mayor cantidad de hispanohablantes en el orbe, los grandes procesos históricos en México nos refieren que tanto en el siglo XIX como en el siglo XX el elemento hispánico ha estado estrechamente ligado a una visión conservadora de la política. Y, por oposición, el elemento indígena se ha asociado a una opción liberal y revolucionaria. Esta dicotomía llegó a su punto más alto durante la Revolución mexicana cuando se intentó reivindicar esa tradición indígena soterrada. Por citar algunos ejemplos, el legendario Pancho Villa fusilaba gachupines por considerarlos ajenos a su concepción de nacionalidad mexicana; los murales de Diego Rivera pretendieron realizar una apoteosis del mundo rural e indígena; y no es ningún misterio que el PRI creó una retórica indigenista para legitimarse frente a la sociedad mexicana, creando unas bases políticas que lo mantuvieron en el poder durante la mayor parte del siglo pasado. Además, en el presente, en el imaginario colectivo ser “malinchista” es considerado una afrenta, una traición a la patria. Es malinchista quien habla mal de México, quien prefiere las modas extranjeras a las nacionales, quien se porta bien frente al extranjero a expensas de humillar a un connacional. La traductora de Hernán Cortés, la Malinche, es por antonomasia la gran traidora, o, como diría Octavio Paz, “la madre violada”. Finalmente, el término “gachupín” es utilizado todavía de modo peyorativo para descartar las buenas intenciones o las cualidades de los españoles que, acaso pensamos constantemente, no cejan en su afán de colonizarnos.

Aquí arribo al segundo punto de mi reflexión. Las cartas de AMLO evidenciaron en algunos sectores españoles una verdad subrepticia que resulta interesante señalar. El partido Vox de España declaró que AMLO y los mexicanos deberíamos “agradecer a los españoles” por civilizarnos. El mismo Mario Vargas Llosa exaltó los procesos emancipadores y civilizatorios que se dieron en la América conquistada por los españoles. Aquí podría aventurar las siguientes interrogantes: ¿no existe en estas declaraciones un cierto tufillo autosuficiente, eurocentrista, colonizador? ¿Las antiguas querellas históricas han sido zanjadas verdaderamente? ¿No hay determinados esencialismos históricos tanto en la postura indigenista mexicana como en el aire de superioridad cultural de algunos sectores españoles e hispanoamericanos? Así las cosas, ¿hemos trascendido los rencores y las obnubiladas pretensiones del pasado? ¿Estamos preparados para conmemorar el quincentenario de la caída de Tenochtitlan? Me parece que no. Y concluyo: las cartas de AMLO fueron erráticas y atrabiliarias pero mostraron ese abismo de incomprensión que, cual océano Atlántico, todavía nos separa a los mexicanos (y aquí incluiría a los otros países hispanoamericanos) de los españoles.

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