La era Putin: entre ingresar al libro de la historia o precipitarse a los infiernos

La era Putin: entre ingresar al libro de la historia o precipitarse a los infiernos

Llamar ‘criminal de guerra’ a Putin revela que Joe Biden carece de los valores de un líder mundial. Lo único que produce es exasperar más al líder del Kremlin

Por: Franz Henao
marzo 18, 2022
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La era Putin: entre ingresar al libro de la historia o precipitarse a los infiernos
Foto: Pixabay

Las guerras se inician, pero nunca se sabe cómo concluyen. Hablando con Larry King, Henry Kissinger contó que vio iniciar cuatro guerras con gran entusiasmo y apoyo público, pero “no supimos terminar ninguna y nos retiramos unilateralmente de tres”.

A tres semanas del inicio de la guerra en Ucrania, aparte de la destrucción absoluta del país, lo único palpable es la incertidumbre, que es peor que la guerra. Con el peligro de que termine convertida en una guerra invisible, como en Yemen, Siria, Palestina, Etiopía. Nadie habla de ellas pero su virulencia y exterminio no cesan.

A estas alturas de la desgarradora situación, algunos descerebrados e inconsecuentes, se atreven a buscar ganadores o perdedores. Cómo se puede hablar de un Zelenski triunfador –hasta le han dado aureola de héroe, el nuevo Hulk de la geopolítica, el Spider-Man de los perseguidos, el Robin Hood de los descamisados-, con Ucrania, ferozmente destrozada por el ejército ruso, ¿retrocediendo a niveles del paleolítico?

El mundo ruso

¿Por qué se le atravesó a Putin en su cerebro que él era el adalid del “Mundo Ruso” o “Russkiy Mir” ?, entidad que viene del Medioevo que Voltaire entendía como una época sin sentido, una ruina; cuya estepa euroasiática se convirtió en corredor de jinetes nómadas que cabalgaban rumbo a Occidente, ya desde el siglo IV.  No eran invasiones sino migraciones de pueblos.

El Mar Negro se convirtió en tierra de nadie y de todos, cada tribu se sentía dueña de su destino. Vikingos, sarracenos, magiares, fino-úgricos, turcos, búlgaros, kazares; todos ellos prácticamente fueron domeñados por la avalancha Mongol del siglo XIII.

Detengámonos en los eslavos, de los que el líder ruso, Vladimir Putin, se siente su heredero y representante. Como el papa que es el vicario de Jesucristo en la tierra.

Los libros de historia atestiguan a las tribus eslavas, luchando con el mundo germánico y céltico, divididas en tres ramas, según el asentamiento: los eslavos occidentales se convirtieron en polacos, checos y eslovacos; los eslavos del sur, con el tiempo se transformaron en eslovenos, croatas y serbios; y los eslavos orientales o ucranianos, bielorrusos y rusos. De nómadas se convirtieron en sedentarios.

De tal modo que Putin no engaña a nadie. Sí, hay un “mundo ruso”, con una madre común. No es europeo, no es occidental, como sí lo son galos o teutones, y aún más puros los españoles que vienen de los emperadores Trajano y Adriano, padres del mundo occidental y en el polo opuesto a los eslavos.

El mundo ruso de Putin engloba la cultura rusa que contiene historia, lengua y tradiciones. Cuyo núcleo lo conforma Ucrania, Bielorrusia y Rusia. Con ramificaciones a Kazajistán, Kirguistán, Tartaristán.

Sin pasar por alto que cada país tiene sus asuntos específicos. ¿Qué bicho picó al presidente ruso para reivindicar esos territorios como rusos, cuyos límites coinciden con los antiguos pertenecientes al Imperio del zar, la dinastía Románov?

La premio nobel de Literatura, Svetlana Alexiévich, de madre ucraniana y padre ruso, en una entrevista al diario italiano Corriere, el 5 de marzo, habla de un “sentimiento de imperialidad” en la sociedad rusa. “Para mis libros hablé con mucha gente de Rusia, y muchos de ellos hablaban de humillación más que de otra cosa: nadie nos tiene miedo” (se refiere a la liquidación de la Unión Soviética después de 1991).

Sigue Svetlana: “¡Y cómo se alegraron cuando pudieron decir que Putin les hizo levantarse de estar arrodillados ante el mundo! Me temo que este sentimiento de “imperialidad” está muy arraigado”, asegura Alexiévich.

Occidente debe, tiene que comprender ese mundo eslavo y ortodoxo, con sus ritos, sus calendarios, formas de gobierno y sus nomenklaturas. No aceptarlo es vivir casquivanamente insertos en su soberbia y vanidad. Occidente no es el epítome de la ley, la filosofía, las artes, la jurisprudencia y mucho menos su religión cristiana. Es otro modo más de vida; encima requiere con urgencia cambios sustanciales para ser operativo.

Ese mundo soviético, pervivió 70 años, desde 1917. ¡Tres generaciones! Con el propósito de formar un “Nuevo hombre soviético”, que estuviera a miles de millas del hombre capitalista que proclamaba la doctrina de Spencer: solo los más fuertes sobreviven. Fue un proceso social, antropológico, político, económico de aculturización, tenaz, implosivo, e irreversible, de las doctrinas marxistas del XIX al mundo soviético del XX.

La crisis desencadenada

Durante el siglo XX hubo dos explosiones sociales en la antigua Rusia zarista que ocurrieron del mismo modo: En cosa de pocos instantes se esfumó el esfuerzo de muchas décadas de trabajo. En 1915, en tres días se puso fin a 300 años de la dinastía Románov; y en 1991 en tres días se acabó la Era soviética.

Este cataclismo solo dejó huesos desencajados, neuronas destripadas, hemorragias internas ilocalizables, se dispararon los niveles de bilirrubina, de glucosa, la bilis se derramó y el tejido social quedó en estado catatónico.

Algo parecido con lo que pasó al capitalismo en la crisis financiera de 2008 y que arrasó al mundo de los bonos, de los mercados bursátiles, de las deudas públicas, de los activos financieros y dejó al tejido laboral ojiplático. Peor que la crisis de 1929. Un auténtico Titanic, pero de dimensiones épicas que arrasó con lo más sublime de la flota: Lehman Brothers.

Pero con una enorme y capital diferencia: la crisis soviética fue sometida a escarnio público, a vejámenes ideológicos, al hazmerreír; en la crisis capitalista solo hubo palmadas en la espalda, todo se ocultó y se vivió la apoteosis de la impunidad.

Dentro de esos escombros y ruinas emerge la figura de Vladimir Putin. David Brooks escribe el 14 de marzo en el NYT que Putin es en esencia un “emprendedor de la identidad”. Su gran logro ha sido sacar a los rusos de su “trauma psíquico”, darles una identidad colectiva para que sientan que su vida tiene dignidad.

Con la guerra de Ucrania, los rusos han vuelto a sentir que son una gran nación y Putin, dice Brooks, siente que es una figura mundial de la historia. En sus 22 años en el poder el prestigio de Putin no ha hecho sino crecer en el imaginario de la sociedad rusa. El ciudadano lo mira con arrobo. Tanto ha crecido que Vyacheslav Volodin, entonces jefe de gabinete del Kremlin, dijo en 2014: “Hoy no hay una Rusia sin Putin”.

Esplendor de la dinastía Románov

“Rusia es toda una civilización, más que un país”, dice Stephen Kotkin, biógrafo de Stalin, en The New Yorker. Rusia alimenta la idea de tener una “misión especial” y quiere figurar como gran potencia. Análogo al ‘destino manifiesto’ de los Estados Unidos.

Esto configura el destino de Rusia. Con los Románov alcanzó auge, expansión, era un imperio temido, influyente. Tanto el Imperio ruso como el Imperio británico, coetáneos, estaban a la par en magnificencia y poderío.

Por tanto, este es uno de los grandes motores de la era Putin: Que Rusia recupere su lugar en la historia. Samuel Ramani, conocedor de la política exterior rusa, de St Anthony’s College, opina que la clave de la invasión a Ucrania se basa en “la construcción de la identidad y su legado en el libro de historia”. Rusia se niega a aceptar su decadencia.

En la reunión de cancilleres de Rusia y Ucrania el 10 de marzo en Turquía, el ministro ruso Serguéi Lavrov fue explícito, “hay realmente una lucha a vida o muerte por el derecho de Rusia a estar en el mapa político del mundo con pleno respeto a sus legítimos intereses”. Poniendo aún mayor énfasis, Lavrov apunta a que “todas nuestras exhortaciones a lo largo de los últimos años […] chocaron contra un muro de silencio”.

Ucrania ha cambiado nuestra visión actual del mundo. La acción de Putin produjo estupefacción mundial. Reír ya no es posible mientras Ucrania –y Yemen, Palestina, Etiopía, Siria-, “vaya a ser devuelta a la edad de piedra”, que fueron las palabras que usó LBJ cuando ordenó bombardear sin clemencia a Vietnam.

La era Putin produce escalofrío. Pero ese mismo escalofrío recorre el cuerpo, al ver cómo a Ucrania, las potencias occidentales, la están asfixiando con armas de altísima tecnología y la mayor destrucción posible. Es la guerra de Putin contra occidente. Hablar de paz es hipocresía en un contexto armamentístico como el que se vive en el 22° Día de Guerra.

Si la escalada sigue, nos espera el apocalipsis. ¿Nadie quiere detener el clima de demencia que impera? Sun Tzu en su tratado sobre la guerra recomienda construirle a tu oponente un “puente dorado” para que pueda hallar forma de retirarse. Llamar ‘criminal de guerra’ a Putin revela que Joe Biden no está en sus cabales y carece de los valores innegociables de un líder mundial. Eso lo único que produce es exasperar aún más al líder del Kremlin. Es destruir el puente.

Andrei Kortunovun, aliado de larga data de Vladimir Putin, dijo a la BBC: “Putin necesita algo para declarar victoria. No puede aceptar la derrota porque políticamente eso sería demasiado arriesgado para él y podría tener implicaciones muy serias para su liderazgo”.

Aún hay tiempo para evitar aquella conocida frase de madame Pompadour: Después de mí, el diluvio. Que llevaría directamente al octavo círculo del infierno de Dante. Donde están los empecinados, los irreflexivos, los que no son ni fríos ni calientes, los badulaques, los narcisistas, los que un día creyeron que el mundo dependía de su voluntad omnímoda.

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