Hasta hace poco algunos jefes políticos tradicionales se reclamaban amos y señores, ahora son simplemente señores, no necesitan dar órdenes, porque con el peso del tiempo y la persistencia en su manera de mentir quieren parecer modernos y no amos medievales. Ahora comunican recomendaciones con trinos y entrevistan sus verdades a medias, útiles para confundir y desviar la atención de los grandes problemas del país, resumidos en desigualdad y exclusión. Estos jefes ocultan la verdad al pueblo y, según ellos, lo hacen para protegerlo de que caiga en el vacío u otras manos y guiarlo hacia su salvación. Para ellos la mentira política es “el arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables con vistas a un buen fin” (Jonathan Swift, El arte de la mentira política). Estos jefes actúan como si fueran la medida de todo y se creen facultados para orientar el destino del país. Creen que el pueblo no tiene derecho a la verdad, ni la justicia, ni tampoco a poseer bienes, tierras y derechos.
Ridiculizan a la verdad como bien público y riqueza saludable y colectiva y la asumen como su propiedad privada, que no puede ser tocada, buscada y menos publicada. El no del plebiscito en contra de la paz recogió los sucesivos antecedentes de evidentes mentiras políticas del poder hegemónico del siglo XXI y cerró un ciclo que incluía los falsos positivos (imprescriptibles crímenes de lesa humanidad), las falsas desmovilizaciones de paramilitares, los falsos atentados al presidente, la impunidad a altos funcionarios del estado y otros que fueron traducidos a simples escándalos mediáticos, que sirvieron para bloquear la justicia y promover el anuncio de catástrofes posibles que vendrían, que sirvieron para atemorizar a la gente común con un futuro sombrío, del que hacen creer que es preferible el irremediable y trágico presente al futuro incierto. A las madres de jóvenes ejecutados sistemática y extrajudicialmente, se les quiso convencer que la muerte de sus hijos había sido para mejor y a las víctimas del desplazamiento, que era preferible ser desterrados que asesinados.
La clase política, de carrera en los partidos, salvo mínimas excepciones, usa la mentira como principio, estrategia y valor. Rechaza la verdad y miente para sostener su poder. Sustraen las mentiras a cualquier verificación o refutación y logran diversificar los temores por la tragedia que podría ocurrir si no aceptan que solo ellos podrán remediarlas o impedirlas. Es común oír que llamen buen político, al más diestro en el arte del engaño, al artista de la ilusión, la prestidigitación y el espejismo, que con perfección lleva cada historia al límite de lo creíble, calcula la mentira, la sopesa, la dosifica. El “buen político” de hoy, es totalmente contrario a lo que debiera ser, se burla de la ética y destroza la política. Es el que mejor miente, el cínico, el cafre. Este político en singular, promueve al sistema de la mentira, que para su reproducción incuba y mantiene a prueba (in situ y de facto), hechos y marañas de corrupción. Cuando este político dice defender lo público es porque está defendiendo lo privado y cuando señala un crimen ajeno es para ocultar el que él mismo ha cometido.
El sistema social colombiano, forjado entre mentiras, le enseñó al pueblo a creérselas. La masa de crédulos está creada y dispuesta a repetir, diseminar, difundir y distribuir por canales y redes las falsas noticias y anuncios y extenderá la mentira como si dijera su propia verdad, porque no tiene la menor duda de la casa matriz que produce mentiras de prueba y mentiras de verdad. Unas sirven para dilatar rápidamente algo que puede crearle problemas al sistema político manipulado por ellos y las otras sirven para garantizar la gobernabilidad por un tiempo prolongado. En estos días un ejemplo es que como mentira de prueba el fiscal general dijo que habría un atentado contra el presidente si cumplía la palabra de ir al lugar en que lo esperan los indígenas y la mentira de verdad fue dicha por el jefe del partido de gobierno, que señaló con odio que los indios pueden ser masacrados por terroristas.
El sistema social forjado entre mentiras y cebado con clientelismo y corrupción está probado y le permite apartar de la vida política, primero a todos sus adversarios y después a aquellos de los suyos, de quienes tenga alguna sospecha de que pueden ser sinceros, éticos y honestos o que logren el éxito político, no basados en la mentira, si no en la verdad. De los jefes políticos, hoy solo señores, ya no amos, nunca podrá beber la democracia real, ni llamarse políticos a secas, siempre tendrán la mancha de ser los responsables de la mentira que mata y produce daño y destrucción. Judicialmente hoy estos señores tienen bufetes disponibles para pasar factura. Son supuestos defensores de la moral (cuestionados moralmente) o doctos en leguleyismo exacerbado, a la manera del emblemático doctor mata, que con artimañas y mentiras vendió la idea del hombre respetable, del que finalmente se supo que su título de abogado era falso y su riqueza la había robado a las víctimas que defendía.
Cuando el político del sistema se descarrila y “pierde prestigio” es porque “se advierte que al soltar una mentira se sonroja, pierde la compostura o falla en algo exigido, entonces debe ser excluido y declarado incapaz”. El principio nodal del poder sostenido con falsedades es hacer de la mentira una obligación y producir mentirosos imperturbables. Así funciona la clase política, que engaña para tratar de volver al espíritu de guerra, para desgracia del país entero, de su democracia y de sus anhelos de paz, de diálogos abiertos y de convivencia pacífica. Sin embargo, hay que advertir que hay cientos de ejemplos de que la mentira no es eterna y que por tal razón, los jefes políticos no pueden hacer creer que la historia no cambia o que la verdad nunca triunfa. Deben saber que medio país duda y está cansado de odios y mentiras y que más temprano que tarde llegará a poner su lógica de verdad por encima de la mentira y de los mentirosos, adalides de la manipulación y la falsedad, que serán los primeros derrotados. La verdad y la justicia conducen a la paz y la tranquilidad, la mentira, a la muerte.