Christo Jacachett y Jeanne Claude Denat fueron uno solo. Una pareja que convivió y compartió toda su vida con y por el arte. Para hacer proyectos ambientalistas, para imaginarse el horizonte diferente mientras interrumpían temporalmente paisajes tantos urbanos como rurales del mundo.
Christo era el artista educado que nació en Gragovo, Bulgaria y vivió el régimen socialista, Jaenne Claude una francesa que nació Casablanca porque su padre era militar y que rápidamente aprendió a acompañar a Christo. Los dos nacieron un 13 de junio con algunas horas de diferencia. Él en 1935 y ella en 1962. Paradójicamente ella se fue primero en el 2009 y Christo acaba de morir el pasado 31 de mayo.
Christo rodeó las islas de la bahía de Biscayne en plástico rosado, en la Florida
Christo se refugió en París en 1956 y en 1957, se encontraron. Una pareja increíble. Pero, como bien lo anotó Christo: "Sin hablar bien el idioma uno no encaja ni pertenece en Paris”. Por eso, en 1964, la pareja se movió a Nueva York donde se habla inglés con mil acentos e interrupciones gramaticales.
Fueron pioneros del arte de la tierra, las instalaciones fueron únicas e irrepetibles, utópicas pero muchas posibles. De 50 realizaron 22, por persistir en el imposible mundo de los permisos burocráticos para intervenir los lugares, para envolverlos o darles una lectura diferente bajo la condición de que el arte es belleza también en proporciones épicas.
Con 4.000 metros de plástico beige cubrió el Pont Neuf de París en 1985
Toda la parte comercial del trabajo, generalmente venía de los dibujos preparatorios de Chisto iba cambiando según los estudios y las condiciones climáticas. Ellos se encuentran entre coleccionistas, en museos y especialmente, en la National Gallery de Washington. Allá los escuche dos veces en el auditorio de ese museo. Ella, pelirroja radiante y confiada muy francesa en sus ademanes. Y él, un flaco tímido que siempre llevaba la misma chaqueta puesta. Eran un dúo perfecto de soñadores dispuestos a todo: a realizar en Paquete de aire de 5.600 metros en Minneapolis, la Gran Cortina que atravesaba el valle de Colorado en 1972. Rodear las Islas de la bahía de Biscayne en plástico rosado en la Florida, envolver en plástico beige, el puente más viejo de París, el Pont Neuf en 1985. Instalar 1.340 enormes paraguas azules en el valle de Sato en Japón o 1.760 en color amarillo en California.
Después de la caída del Muro de Berlín envolvió al Reichstag en gris brillante
Cinco años más tarde y después de mucho tiempo de espera, hasta que se cayera el Muro, lograron envolver el edificio símbolo del poder alemán el Reichstag en gris brillante en Berlín o las puertas anaranjadas en madera y tela que instalaron en Central Park en Nueva York. Como siempre, su problema no era tanto el dinero, sino el papeleo burocrático. Tanto que de cada exposición se realizó un libro que recoge la pesadilla. Esto me recuerda la que viví cuando realicé, no sé como, la exposición de las esculturas de Botero en Constitution Avenue en Washington. (Prometo escribirlo para la próxima semana)
Esa pesadilla, a Christo le tomó años de espera y una cantidad impensable de dólares para poder realizar estas esculturas al aire libre para la cual necesitaban un grupo enorme de ayudantes como ingenieros, arquitectos, diseñadores, promotores etc. Que tenían la capacidad de calcular las anclas y los tensores, pensar en las exactas proporciones dentro del paisaje, o diseñar la manera de envolver las estructuras respetando su diseño original y lograr los permisos. Todo, para poder gozar de los distintos movimientos de los textiles en el aire.