Se ha debatido acerca de cuál sería el deporte o la práctica recreativa con mayor aforo en el territorio nacional. Lo cierto es que aún no hay consenso, pues algunos señalan al fútbol como la iniciativa de ocio con mayor cantidad de simpatizantes, pero a título personal considero que la envidia es profesada con mayor pasión y cantidad de feligreses.
Es que en estas tierras macondianas el sentir de las gentes está dado por una práctica que suscita momentos epifánicos mientras se profesa la fe envidiosa. Es tal su arraigo que ha tocado todos los estratos, credos y niveles educativos.
La envidia no es endémica de Colombia, pero este sí es un lugar donde quizás ha tenido mayor propagación y afloración. Y es que este sentir tiene su génesis en los inicios de la humanidad misma, siendo partera del primer asesinato de la historia: Caín cegado por los celos decidió ponerle fin a la humanidad de su hermano, quien había entregado una ofrenda al creador que había sido más agradable a los ojos de Jehová.
La envidia en este país ha tenido un suelo fértil donde germinar. Por ejemplo, al ver que un compatriota está haciendo méritos de superación y transformación (todo esto gracias al trabajo duro o porque los devenires de la vida confabularon para su dicha), inmediatamente y como reacción natural sus coterráneos entre pasillos dan una explicación banal de que el éxito del connacional se debe al dinero mal habido, corrupción, narcotráfico y demás; tratando así de opacar el trabajo duro, responsabilidad y perseverancia de aquel osado que se atrevió a nadar en contra de la corriente.
Es que este sentir nauseabundo nace como respuesta para aquellos hombres y mujeres que no han tenido la capacidad, voluntad y gallardía de salir y darle un vuelco a sus vidas.