Frecuentemente los médicos, vanidosos y suficientes, no valoramos la visión que los “legos” tienen de la experiencia de enfermar. Y nos equivocamos porque allí muchas veces hay más de lo que nuestra educación, positivista y cientificista, nos permite constatar. En el enfermar y morir hay un misterio humano que debemos experimentar. Todos lo vamos a vivir tarde o temprano.
Chillida, ese gran escultor español quien fue portero del Club Real Sociedad en su juventud y tenía una gran cultura con ideas filosóficas muy interesantes, dijo: “De la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada”. Así lo cita el controvertido teólogo José Antonio Pagola (6 de abril, 2014). La frase es monumental y sólida como las obras del artista vasco, hay que pensarla y contemplarla. Los griegos también sabían que la razón tiene límites. Lo experimentamos a veces cuando nos enfrentamos a las enfermedades graves y la muerte. No podemos olvidarlo.
La medicina en sus orígenes era hermana de la religión y la magia. Todavía hoy es pariente cercano de ellas aunque la consideramos un oficio científico en nuestra modernidad.Y ya que hablamos de esa gran familia de saberes que se ocupan del hombre que sufre decían los antiguos “medicina sororphilosophiae” (Tertuliano) o la medicina es hermana de la filosofía. El Arte, como llamaban los griegos a la medicina, se empieza a separar de la magia y religión con los hipocráticos del siglo V antes de nuestra era. Podríamos decir que se empieza a filosofar sobre la enfermedad.
Si tuviéramos que escoger un acta de independencia de la medicina de la magia podría ser el inicio del libro Sobre la enfermedad sagrada de la colección hipocrática. Este texto discute la epilepsia. Comienza así: “Vamos a hablar de la Enfermedad Sagrada, que me parece a mí no es más sagrada que el resto de las enfermedades, teniendo una causa natural de la que se origina como todas las otras”. Aquí el autor afirma que la epilepsia tiene una causa natural, no sobrenatural. Pero al mismo tiempo apunta de manera un poco soslayada que es tan sagrada como el resto de las enfermedades. Al final del texto se repetirá la idea: “No hay que proponer que esta enfermedad es más divina que las otras, todas son divinas y todas son humanas”. Entonces la explicación de las enfermedades es natural, fisiológica y científica pero no deja de reconocerse el misterio, humano y sagrado, de ellas.
El cuarto evangelio canónico, llamado de Juan, es el más griego de todos. Llama Logos, concepto típico de la filosofía griega, a Jesús de Galilea. Para el evangelista los milagros no son simplemente prodigios de un taumaturgo itinerante sino signos, claves simbólicas que trascienden la narración. No son tanto una demostración sino una propuesta de interpretación que va más allá de la historicidad de los hechos narrados. Pero en uno de esos signos, son solo siete durante la vida de Jesús en este texto, se relata un evento con preguntas muy médicas.
Encuentran los discípulos a un ciego de nacimiento y no piden simplemente su curación sino interrogan a Jesús sobre la causa de la enfermedad: ¿por qué está ciego, pecó él o pecaron sus padres? La pregunta nos puede parecer primitiva y poco científica pero aún hoy muchas personas piden una respuesta al médico ante malformaciones y enfermedades congénitas: ¿de quién es la culpa? Mi experiencia luego de describir hallazgos patológicos a varios padres de familia es que una explicación simplemente biológica no es suficiente. Ni mutaciones ni moléculas satisfacen nuestros porqués ante las enfermedades congénitas. Puede ser que la pregunta esté mal planteada o solo muestre pobre información científica en los padres, pero los médicos no podemos despreciar su dolorosa sorpresa. La verdad es que no tenemos una respuesta fácil a su sufrimiento.
La respuesta de Jesús fue muy racional y de seguro lo pondría en aprietos con las ideas y autoridades religiosas de su tiempo: Ni pecó él ni pecaron sus padres. Todo ocurrió, continúa, para que se manifiesten los trabajos de Dios, la creación de Dios, la gloria de Dios en la traducción más tradicional del texto o podríamos decir hoy la Naturaleza, la Evolución, el azar y la necesidad en palabras de Monod (El azar y la necesidad, 1970). En el fondo la respuesta de Jesús es muy hipocrática: acepta la pregunta, descarta posibles causas y culpas pero no niega otra dimensión misteriosa, sagrada de la enfermedad.
Para la mayoría de nosotros el sufrimiento que llamamos enfermedad, cuando lo vivimos, es más que un desorden de células y moléculas. Podemos estar equivocados pero la enfermedad es un espacio sagrado para hacerse preguntas fundamentales, quizás sin respuesta, y los médicos no podemos negar esa dimensión.