Algún artículo que describía el mal que le hace a la civilización el tuit me invitó a reflexionar sobre el peso o la importancia que van teniendo en nuestra vida diaria los nuevos instrumentos que el modernismo nos aporta.
Es un debate repetido el hasta dónde uno u otro nuevo invento o nuevo ‘desarrollo’ en verdad nos mejora la vida o por el contrario nos crea nuevos condicionamientos que a su turno se convierten en motivo de insatisfacción.
Es hasta cierto punto la pregunta de si en verdad lo que llamamos ‘desarrollo’ nos está avanzando o es lo contrario.
Pero, llevándolo a un campo concreto y específico de los modos de comunicación entre los seres humanos, no parece haber duda que las novedades o son dañinas socialmente o son una especie de amenaza para las relaciones entre las personas.
El caso de los tuits es especialmente ilustrativo.
Es absolutamente imposible trasmitir ningún argumento en 140 caracteres. Por lo tanto, lo que se emite con un tuit es una reacción o una emoción frente al tema al cual se refiere. No solo no es una forma de intercambio de opiniones sustentadas en algún respaldo, sino se presta, o más exactamente obliga, a que lo único que se exprese es el propósito de manipular a quien lo lea excluyendo cualquier posibilidad de hacerlo a través del raciocinio o del análisis.
Es un instrumento para despertar pasiones pero no para poner a pensar. Como tal genera ánimos negativos o retroalimenta los que existen. De tal forma que en vez de propiciar la armonía entre quienes lo usan (y cada vez hay más adictos) tiende a deteriorar el tejido social.
Se dice que las redes sociales corrigen el abuso del poder por parte de los medios masivos sobre los consumidores. Pero si uno analiza el comportamiento de la inmensa mayoría de quienes siguen o comentan lo que los ‘opinadores’ o ‘formadores de opinión’ producen, se encuentra con que lo que se despierta no es un interés por complementar o controvertir sobre el tema mismo sino emitir juicios y calificativos sobre el autor inicial.
Acaba siendo hasta cierto punto el equivalente a lo que alguna vez montaron en el Japón como negocio, que consistía en permitir al cliente entrar con un bate de béisbol a un cuarto lleno de televisiones y aparatos viejos para saciar sus neurosis ‘dándole duro’ a lo que encontraba. El espacio de las redes, fuera del lado positivo que también se le puede dar, se ha convertido más en un sitio donde los usuarios desfogan sus resentimientos y sentimientos negativos, creando así un mundo de odios y agresiones que solo se puede ver como dañino.
Los medios convencionales y masivos de comunicación,
para competir y ser más atractivos en ese sentido que las redes,
acuden al amarillismo o la crónica de los escándalos
Y aún más dañino es que su contraparte, los medios convencionales y masivos de comunicación, para competir y ser más atractivos en ese sentido que las redes, acuden al amarillismo o la crónica de los escándalos, a buscar cuál noticia atrae más por lo truculenta.
El éxito de un programa radial, de uno de televisión, o de un reportaje en medios impresos está amarrado a la cantidad de seguidores que consiga y no al contenido del mismo; el ‘rating’ manda y el rating nunca se interesa en el producto que ofrece sino en la reacción que produce. Y claro entre más se dirige a lo primitivo del ser humano más fácilmente le llega. Así el despertar el morbo o el odio es más rentable que informar sobre cualquier tema que pudiera ser más relevante y de verdadero interés por la forma que afecta a quien recibe la información.
Dentro de este contexto alguien como Vicky Dávila es la periodista exitosa por excelencia, o Álvaro Uribe el personaje protagónico ideal para esos medios. Casos o personas así no son ni culpables ni excepciones sino por el contrario el producto de cómo ‘avanza’ el mundo al compás de las nuevas formas de comunicación.
A menos que se acabe con esta modalidad de la ‘libertad de expresión’ en el mundo de las tecnologías modernas, hacia donde vamos es hacia una sociedad ya no simplemente polarizada alrededor de posiciones enfrentadas sino implosionando por la manera en que se multiplican y estimulan los sentimientos negativos, agresivos y/o pesimistas, en las personas.