La encrucijada del ELN: dejar las armas o hacerle oposición a Petro

La encrucijada del ELN: dejar las armas o hacerle oposición a Petro

Algunos uribistas, con cierta miopía y sarcasmo, vienen planteando que el ELN perdió el norte tras el ascenso de un “gobierno amigo”. ¿Es esto verdad?

Por: Fredy Alexánder Chaverra Colorado
septiembre 13, 2022
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La encrucijada del ELN: dejar las armas o hacerle oposición a Petro

El escenario resulta siendo bastante inédito: la guerrilla del ELN, tradicionalmente ubicada en la extrema izquierda como articuladora de ciertas reivindicaciones territoriales, asiste a su sexto intento de negociación con la contraparte integrada por un gobierno de estirpe social que agrupa parte de la izquierda política en un ideario de corte socialdemócrata. Es decir, un gobierno que estratégicamente podría recoger las reclamaciones históricas del ELN y establecer niveles directos de interlocución con las comunidades que le reduzca su legitimidad como regulador autoimpuesto de las reivindicaciones territoriales.

Es tan inédito el escenario que algunos uribistas, con cierta miopía y sarcasmo, vienen planteando que el ELN perdió el norte tras el ascenso de un “gobierno amigo”. Plantean que la guerrilla no tiene mayores incentivos para hacerle una oposición frontal al gobierno y que, en principio, hay afinidad entre los planteamientos programáticos del ELN y el gobierno Petro. Básicamente que la victoria de Petro arrastra una especie de llegada de la insurgencia al poder. Con cuestiones que van desde los alcances de los diálogos regionales vinculantes, la transición energética, la soberanía nacional y la descentralización.

En la práctica, el gobierno tiene la capacidad de descargar el ideario social y político del ELN en una serie de agendas territoriales. ¿Entonces, qué podría motivar al ELN a hacerle oposición a Petro?

La cuestión resulta interesante como un ejercicio de análisis descriptivo; es decir, para precisar la “descolocación” de la guerrilla ante un gobierno que llegó sobre los hombros de la movilización de la sociedad civil durante el paro nacional y cuando la derecha política -su contraparte en todos los procesos de negociación desde 1989- atraviesa por una profunda crisis. La consecuencia más directa de este nuevo escenario es que obligará el ELN a reposicionar sus planteamientos -preferiblemente como un mandato de su VI Congreso-, identificando puntos de encuentro y desencuentro con el gobierno del “cambio”.

Para muchos políticos y analistas, no tiene sentido que el ELN asuma una postura opositora al gobierno -lo que directamente los acercaría al Centro Democrático- y repiten hasta el cansancio que esta es su última oportunidad para llevar a buen puerto un proceso de negociación. Es una expectativa ingenua, pero legítima, solo hay que recordar que, en campaña, el mismo Petro afirmó que de llegar a la presidencia en “un mes se acaba el ELN”; tal vez asumiendo que con su victoria se desactivarían casi que inmediatamente las “causas objetivas” que siguen alentando un anacrónico alzamiento armado.

Aunque ya pasó un mes desde la posesión de Petro y apenas se viene ambientando la reapertura de la mesa negociaciones, no deja de ser un mensaje muy potente que un exintegrante de una guerrilla de segunda generación que selló el fin de su alzamiento armado hace tres décadas haya llegado a la presidencia rompiendo todos los récords electorales: con la votación histórica más alta en una consulta interpartidista, en primera y segunda vuelta, así como con la lista más votada al Senado. Con altísimas votaciones en territorios con presencia histórica del ELN, ¿acaso, no es este un mensaje directo sobre la inutilidad de la lucha armada como forma de llegar al poder?

Seguramente el ELN denotará ciertas diferencias con el gobierno, ya lo hicieron con su rechazo al proyecto de ley de la paz total, con argumentos ajustados a su retórica tradicional. Seguramente, para el ELN su lucha no se supera con un cambio de gobierno o con una ligera alteración en la correlación de fuerzas. Así sean una guerrilla desnacionalizada y territorialmente concentrada, podrían pensar, y solo especulo con cierta ironía, que su apuesta transformadora podría ir más allá de la propuesta por el gobierno del cambio y respaldada por los millones de colombianos empobrecidos que votaron masivamente por la dupla Petro- Francia.

La encrucijada del ELN se podría resolver en su VI Congreso y con la aprobación de un mandato específico: la superación definitiva del alzamiento armado y la búsqueda de la paz. Si hay voluntad política y sensatez histórica, las partes podrían llegar a un acuerdo que cierre el ciclo guerrillero en América Latina.

Si, por el contrario, los cuadros más políticos del ELN pierden el pulso frente al ala menos proclive a la negociación y la guerrilla se termina aferrando a sus posiciones anacrónicas, la negociación se le podría convertir a Petro en un pantano de arenas movedizas similar al que vivió Pastrana en el Caguán, y de paso, el ELN coincidiría con el uribismo y la extrema derecha en la oposición.

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