Cuando la tarde del 26 de septiembre Santos y Timochenko firmen el acuerdo de paz a que han llegado,miraré hacia atrás y con orgullo de fracasado pensaré en cuantas veces , y con cuantos otros compatriotas, intenté acercar diferencias para encontrar el camino que hoy terminan.
Pienso en aquella mañana lejana de 1988, cuando recién llegado a la alcaldía popular de mi pueblo,me senté a conversar, en lo alto de una lomita, con el comandante Victor Saavedra para que dejara que los campesinos de la montaña tulueña pudieran bajar tranquilos a conversar conmigo todos los lunes hasta mi oficina y así poder trabajar mancomunadamente.
Lo recuerdo no tanto por lo que conseguí. Lo recuerdo porque su rostro se me grabó de tal manera que años después, cuando volví a ser alcalde y en un operativo militar le dieron de baja, reconocí su cadáver y me hice cargo, de mi bolsillo, del funeral que presidí ,con el mismo espíritu que tal vez hoy estampan las firmas.
Recuerdo hoy cuando con el obispo Gómez Serna,Tito Rueda, el diputado Luna de Cúcuta y el ahora cardenal Paolo Romeo constituimos el Comité Pro-Armisticio y pretendimos mostrar una fórmula que diera salida a lo inacabable.
Fracasamos, como se fracasó cuando nos reunimos con los elenos en Maguncia. Fracasamos como cuando bajo el sol canicular del Caguán nos quedamos esperando que Tirofijo se sentara al lado de Pastrana.
Recuerdo hoy todos esos momentos de los que fui actor ilusionado.Recuerdo tantísimos otros en que marché detrás del féretro de los militares y policías muertos o fui a recibir secuestrados acongojados con su libertad.. En todos ellos pienso hoy con realismo emocionante ,pero lleno de escepticismo.