Llegar a la Presidencia de la República no es lo mismo que representar a un partido o facción en un ministerio, un departamento administrativo, una gobernación o una alcaldía. Según la propia Constitución es mucho más: es constituirse en el símbolo de la unidad nacional y en garante de los derechos y libertades de todos los colombianos, de suerte que tan pronto jure cumplir sus deberes institucionales es Jefe del Estado, Jefe del Gobierno y Suprema Autoridad Administrativa del país y, por lo mismo, responsable único de las veintiocho atribuciones que la Carta Política le asigna como potestades intransferibles.
Por otra parte, no solo Duque sino Colombia entera ha visto cómo el expresidente Uribe, cada vez que la Justicia le condenaba a un colaborador cercano, salía a declarar que el convicto era un servidor honrado, pero nunca, en ninguno de los casos, aceptó la responsabilidad política que, por lealtad a los amigos que se jugaron el pellejo por él, le cupo en cada episodio de cohecho o malversación comprobados en los respectivos juzgamientos. Recuerden la reelección con Yidis y Teodolindo, Agro Ingreso Seguro, la Dirección Nacional de Estupefacientes, el recién condenado exdirector de la DIAN (Aranguren), las chuzadas de los teléfonos, la Zona Franca de Occidente, etc. Si los mejores chorizos son de fabricación paisa, uno de esos montañeros tenía que ser capaz de sacar los suyos del humo en cada trance comprometedor. Buena pupila y mejor memoria, doctor Duque.
La élite nacional no se deja y la suerte le ayuda. No fue lo mismo que pasara Petro y no Fajardo a la segunda vuelta. Con Fajardo era posible una alianza de notables que fortaleciera su votación y Petro aglutina en su perjuicio, en cambio, a la clase política y a la empresarial. A las ocho de la mañana del lunes 28 comenzó la procesión de apoyos al triunfador de la primera vuelta, y el pitazo de arranque lo dio Vargas Lleras enviándole su programa al “rostro amable” del uribismo, como se le conoce a Duque por su talante de hombre apacible y conciliador. El resto lo hicieron las expectativas de poder de todos los partidos de centro y de derecha, incluido el del presidente Santos. Así las cosas, desapareció el ambiente de presagios pavorosos que le tejieron a la “Colombia Humana”.
Hubo una revelación, casi un milagro, en esa alineación de tendencias disímiles que salió presurosa de sus cáscaras: que todos los acuerdos son programáticos. La patria por encima de los partidos y de la mala yerba de una ambición que anarquizó, hasta el domingo 27, el amor paternal del expresidente Gaviria. Es de suponerse que, antes del próximo miércoles, las coincidencias programáticas se divulguen a fin de que la opinión sepa hacia dónde vamos, pues es mucho lo que hay que edificar sobre las ruinas de un país que se pelea con Haití la cola en los índices de pobreza de la región. ¿Gallardía, verticalidad y abnegación de los partidos adherentes?
Con tal de que no sea mimetismo, tripa y sumisión aceptamos, en gracia de discusión, los tres generosos calificativos.
A Petro no le perdonan una; a Uribe se las perdonan todas
A Petro no le perdonan una; a Uribe se las perdonan todas. Pero ambos tienen un gran mérito en este recorrido de enconos y agravios. Uribe, el de haber consolidado un partido que se hizo cargo de los privilegios del establishment, y Petro, el de haber liberado a la izquierda de los complejos que la dividían y la relegaban al indecoroso papel de minoría irredenta, aprovechando la desaparición del brazo armado y convulsivo de las Farc.
La primera prueba de fuego para Duque será la paz
La paz seguirá rondándonos y será la primera prueba de fuego para Duque, quien quiere modificar los acuerdos y enfrentar a una contraparte que no se avendrá a reformar lo que sus personeros consideran “blindado” por una legislación aprobada en el Congreso y revisada por la Corte Constitucional. Convendría que el resumen de los acuerdos programáticos contuviera un acápite que anticipe una fórmula viable, discutible al menos, sin palos en la rueda ni cínicos artilugios de táctica desorientadora.
Del manejo que Duque le dé a la paz dependerá que no se le devuelvan, como tiros de culata, los esguinces parlamentarios del Centro Democrático contra varios de los proyectos del posconflicto.